Cuando uno ha vivido en el exterior, uno se amolda a los lugares en que le toca vivir, pero siempre conservando el recuerdo y la nostalgia por el sitio de donde uno es originario.
Esta es la ciudad.
Me recuerda mucho el inicio de una serie de policías de los sesentas y setentas, donde el Sargento Joe Friday, de la Policía de Los Angeles, interpretado por el actor Jack Webb, iniciaba cada episodio de la serie con esa frase en una lacónica voz, y una vista panorámica de Los Angeles. En este caso, no vamos a buscar a ningún criminal que afecte la vida de los ciudadanos de nuestra ciudad.
Platiquemos de la ciudad en sí.
Soy de la Ciudad de México, antes conocida como Distrito Federal, por ser la sede de los Poderes de la Unión, como establecía la Constitución de México. Sin embargo, por su crecimiento e importancia, se levantaron voces de que fuese elevada al nivel de un estado, siendo el estado 32 de la Federación. Sigue estando aquí la sede del Poder Ejecutivo, el Congreso de la Unión y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero ya tenemos un gobernador, llamado "Jefe (o Jefa) de Gobierno", un Congreso local y un Poder Judicial autónomo.
Esta megalópolis de más de 20 millones de habitantes ha crecido desproporcionadamente, invadiendo cerros de los alrededores, y si uno va a un edificio de mediana altura, puede ver como la mancha urbana se extiende casi hasta perderse en el horizonte.
Nuestra gloriosa ciudad fue fundada en 1521, a la caída del imperio azteca o mexica, y la destrucción de la esplendorosa Tenochtitlan, durante la presencia del Imperio Español. Las pirámides cedieron su lugar a los edificios y palacios de cantera, que serían la residencia de los nuevos regentes, y espacio para sus funciones de educación, gobierno, culto y administración. La que fuera la Plaza Mayor de Tenochtitlan se convirtió en la Plaza de Armas de la nueva ciudad, con mayor sabor europeo, más familiar para los recién llegados.
Y de este núcleo persisten, hasta el día de hoy, numerosos edificios y templos que han llegado a nuestros días, después de peripecias y usos diversos, acordes a los tiempos y tendencias de la época. El llamado "Centro Histórico" ha sabido conservarse por la decisión de gobernantes que han reconocido su valor artístico e histórico, reparándolos y conservándolos en condiciones para ser usados de forma práctica, pero sin perder su regia presencia. Algunos siguen siendo edificios públicos, otros han sido transformados en hoteles, restaurantes, museos, u otro uso que haga interesante su permanencia. Muchos ya están declarados como "patrimonio histórico y cultural de México". Otros no han tenido esa suerte, y permanecen abandonados, en decadencia, guarida de vagabundos y plagas, pero no pueden ser demolidos por estar en el Centro Histórico, o tal vez por disputa entre herederos del antiguo propietario, o vayan ustedes a saber la razón.
La Ciudad de México, o su acronismo CDMX, es un sitio de fuertes contrastes, producto de su crecimiento y el avance de los tiempos.
Partes de la ciudad antiguamente eran poblaciones a las que se llegaba a caballo, o en calandria, o carruaje, o carreta. Bueno...hablamos de los 1700s y 1800s. ¡Incluso al inicio del Siglo XX! Colonias y sectores como Tlalpan o Coyoacán eran destino de excursiones de casi un día. Hoy son colonias, o barrios, a los que se llega en cosa de minutos, u horas si el tráfico está pesado, y son de lo más cotidiano en el imaginario de nuestra gente acá.
El fenómeno de crecimiento de la ciudad ha hecho que partes de un estado vecino se vean como partes de la CDMX. La zona conurbada ha asimilado sectores del vecino Estado de México, al grado que la forma de demarcar los límites de la CDMX y el EdoMex son letreros, ya no hay campo abierto u otro elemento de entorno que señale los confines de uno o de otro.
Como en toda ciudad de gran tamaño, hay barrios de ostentosa riqueza, y barrios de alarmante carencia. El contraste entre Las Lomas o Santa Fe (de más reciente creación), y zonas como Tepito o La Merced, es dramático. De casas, edificios de departamentos y mansiones de lujo, fortuna heredada de tiempos pasados, o de origen próximo; a casuchas hechizas y construcciones viejas y deterioradas por la falta de cuidado, proclives al hacinamiento, con condiciones mínimas para ser habitadas (en el mejor de los casos). No existe lugar perfecto.
Con todo y todo, esta ciudad me gusta. Y mucho.
Aquí nací cuando los años empezaban en 1, la Humanidad comenzaba a aventurarse al espacio y salíamos de la Crisis de los Misiles en Cuba. Y, para quienes estos eventos no les son familiares, les hablo de 1962. El DF de los 60s era un lugar más inocente que en los tiempos actuales. Había mucha menos gente, muchos menos coches, mucho menos smog, y muchas menos cosas que ahora. Seguíamos siendo la capital del país, el lugar a donde la gente de provincia aspiraba a ir, algunos a conocer, otros a probar fortuna, otros para escapar de la pobreza. Cualquiera que fuera la razón, la Ciudad de México, Distrito Federal, era un magneto que atraía gente del resto del país.
Según los que saben de eso, es una de las que tiene el mayor número de museos a nivel mundial. De los obvios como el Museo Nacional de Antropología, el Museo Nacional de Historia (en el Castillo de Chapultepec), el Museo de Historia Natural, a museos poco ortodoxos, pero igual de interesantes e importantes, como el Museo de Geografía, el Museo de la Estampa, el Museo del Estanquillo (precedente en México de las tiendas de las tiendas de conveniencia, creado por Carlos Monsiváis con colecciones personales y su visión muy personal del DF urbano y, a la vez, lleno de peculiaridades) o el Museo de Culturas Populares, por sólo citar algunos pocos ejemplos.
Chapultepec es un lugar único. Un parque de proporciones que lo hacen llamarse el Bosque de Chapultepec, que fuera lugar de descanso de los Señores mexicas, y que se convirtió en un lugar de paseo de los habitantes de la Ciudad de México y, en lo alto de un cerro, lo contempla, imponente, su Castillo, que fuera residencia presidencial, palacio imperial, colegio militar y, ahora, el Museo Nacional de Historia, en donde se concentran los testimonios y las reliquias de nuestro pasado como nación, desde las primeras banderas que nos dieron identidad, hasta los tiempos de la Revolución de 1910, de donde surgió el México moderno, del cual hoy somos parte.
Los habitantes de la CDMX tenemos muchas opciones para divertirnos: cines, teatros, bares, arenas para ver lucha libre (lo mismo si se es "técnico" o "rudo", ahí puede uno gritar a todo pulmón: "¡MAAATAAALOOOOOO!!!!!"), centros de espectáculos... En fin. De todo para todos los gustos, y a costos al alcance de casi todos los bolsillos. Lo mismo se pueden pagar algunos pesos por la entrada a un cine, que varios miles por ver el concierto del artista de moda. Usted escoja.
México fue, por mucho tiempo, profundamente religioso. Ahora, las nuevas generaciones ya no son tan apegadas a la religión. Pero nuestro pueblo se presumía de ser cristiano, católico y, sobre todo, guadalupano, aduciendo a la devoción a la Virgen de Guadalupe. La aparición de la Virgen Morena, como acá le decimos, en el Cerro del Tepeyac, durante el período de la presencia española, ha sido un símbolo que ha marcado la fe de los mexicanos por siglos. La tilma de Juan Diego, ahora San Juan Diego, con la imagen de la Virgen, ha sido un ícono venerado por los mexicanos de todos los estratos, y es visitado anualmente por millones de personas en la basílica que dijo le fuera construida. En la conmemoración de su aparición el 12 de diciembre, las multitudes se aglomeran a las afueras del templo desde temprano, en la madrugada, para cantarle "Las Mañanitas", nuestra canción de cumpleaños, en los primeros minutos de la fecha, en sentida serenata a la Reina de México. Mi ciudad tiene el privilegio de ser el sitio de reunión de todos los guadalupanos de México, y de todos los países del mundo en donde se venera a la Virgen de Guadalupe.
Me encanta mi ciudad. Si bien no la conozco en su totalidad, ni mucho menos (creo que hay muy pocos, fuera de taxistas y repartidores, que la conocen en su mayoría), la disfruto mucho. Me encanta pasear por algunos de sus parques como la Alameda, en el Centro Histótico, y que se remonta al Siglo XIX, o en Chapultepec, que he caminado en algunos pequeños trechos. Las calles del Centro son interesantes, plagadas de comercios que invaden las banquetas, o aceras, ofreciendo de todo, desde piezas para reparar aparatos electrodomésticos, que muñequitos de animé japonés, juguetitos baratos y de dudosa calidad, baratijas, regalitos de temporada, electrónicos de bajo precio, libros de segunda mano, entre otras muchas mercancías. Músicos y artistas callejeros que nos ofrecen diversas opciones de música, desde rock, hasta jazz (aunque usted...¡no lo crea!), bailarines, cantantes, o gente de campo que toca un violín ya de mucho uso y que suena algunas notas de una melodía.
A veces me da por buscar lugares de mi pasado. La primaria en que estudié, una casa adecuada para dar clases, ya no existe. Supe que creció y se mudó a otra parte de la ciudad, aunque no ubico en dónde. Mis otras escuelas siguen ahí, ya crecidas y con diversidad de alumnos, ya que antes eran sólo para varones (creo que ahora, por disposición oficial, las escuelas deben ser mixtas, pero no tengo certeza de ello. Todo eso pasó durante mi tiempo en el exterior). Alguna vez también busqué los lugares en los que vivimos con mis padres. Por la mayor parte de mi vida joven, rentábamos departamentos, y nos mudamos en varias ocasiones. Algunos de esos edificios ya muestran el deterioro del paso del tiempo, otros ya los veo diferentes. No son lo mismo los ojos del niño de unos pocos años, a los del adulto que entra al atardecer de su gobierno, como diría mi abuelo.
Una ciudad con un pasado centenario, y un futuro prometedor por el espíritu de su gente, de sus tradiciones, de su gustos cambiantes, de su modernidad que busca ponerse a la par de otras grandes urbes del planeta, con un orgullo que resuena de generación en generación. Los que nacimos aquí nos sentimos orgullosos de serlo. Es un privilegio del que nos pavoneamos, a veces, con exagerada soberbia, lo que nos gana el distanciamiento de otras partes del país. Pero habemos quienes, conservando el orgullo, sabemos que hay otras ciudades con méritos propios y que, al igual que la nuestra, merecen respeto y admiración.
Ciudad de contrastes. Ciudad de historia. Ciudad de futuro. Ciudad de espeanzas. Ciudad de cientos y cientos de historias de la vida diaria. Ciudad de gestas heróicas. Ciudad de profundos misterios. Ciudades de parques verdes y de bosques de cristal y acero. La Ciudad de los Palacios.
Esa es mi ciudad.
Un cantante de los años setentas, conocido como Guadalupe Trigo, compuso una canción para conmemorar esta ciudad,a través de diversas y hermosas alegorías, y que se llama así: "Mi ciudad". Esta es la versión original, en su propia voz, y que ha sido interpretada después por cantantes reconocidos como Lola Beltrán o Luis Miguel.
Este video, realizado para YouTube por Armando Martínez Díaz, es una muestra de lo que puede dar mi ciudad.
Mi carrera me ha llevado a muchos lugares, tanto para visitar,como para vivir. Y han sido, ciertamente, ciudades hermosas, interesamtes, agradables, divertidas y, en algunos casos, con deseos de regresar de una forma más permanente. Sin embargo, no olvido ni dejo de añorar a mi ciudad.
El amor al lugar de origen desde el exterior.
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