10 enero, 2010

Testigo de la Historia

La Historia es un devenir contínuo. No se detiene por nada ni espera a nadie. Sucede justo enfrente a nuestros ojos y solo hay dos posibilidades: ser testigo o ser parte del hecho.

En mi estancia en el exterior no me ha tocado todavía ser parte de la Historia, pero sí me ha dado la oportunidad de presenciarla. Uno se da cuenta de que el curso de la humanidad, o de al menos una parte de ella, esta siendo transformado en ese preciso instante.

En los tiempos de nuestra estadía en China me tocó poder estar en dos momentos que, en mi opinión y en la de algunos analistas, se modificó sustancialmente el futuro de esa nación: la devolución de Hong Kong a la soberanía china y la muerte de Deng Xiaponig.

En los meses, e incluso años, antes de la ceremonia llevada a cabo en el Centro de Convenciones de Hong Kong el 30 de junio de 1997, el ambiente de incertidumbre en el enclave era intenso. Desde 1994 (cuando llegamos a Shanghai) ya existían camapañas a cargo del gobierno de administración británica para que aquéllos que lo desearan, pudieran obtener el pasaporte británico de ultramar (overseas passport) que les permitiría gozar de la protección del Imperio Británico llegado el momento de la devolución. Hubo incluso ocasiones en que se dieron salidas de pánico de muchos hongkoneses, huyendo de la posible dominación de "los comunistas".

En el enclave existía una arraigada tradición de cuestionamiento de los métodos y políticas de Pekín. El "South China Morning Post", principal diario en inglés del lugar, se caracterizaba por sus editoriales y notas en abierta crítica al gobierno de la República Popular. Incluso daban cobijo a una tira cómica llamada "El Mundo de Suzie Wong", en la que se plasmaba la relación de un matrimonio de un muchacho occidental con una chica hongkonesa (Suzie) y la familia de ésta, y en la que dejaban entrever situaciones en las que supuestos burócratas chinos hacían de las suyas, en perjuicio de los ciudadanos libres de Hong Kong.

En los días previos al 30 de junio, el ambiente de preocupación era muy palpable en Hong Kong. Estuvimos ahí algunas semanas antes y ya se notaban los cambios. El tono del periódico ya era menos agresivo, casi diría yo que hasta se había vuelto moderado. Suzie Wong había desaparecido sin explicación alguna y solo se llegaban a encontrar algunas recopilaciones viejas en algunas librerías. La campaña del pasaporte británico había terminado en febrero del 97, aunque todavía quedaban algunos carteles ya amarillentos en los tableros murales en las calles y en algunas oficinas públicas. Las salidas eran numerosas y cadenas televisivas, como CNN, lo mencionaban frecuentemente en sus bloques informativos, mostrando un ambiente de pánico ante la inminente e inevitable llegada de los comunistas.

La noche del 30 de junio, la transmisión de la ceremonia por TV era muestra del deseo de Pekín de que fuera una transición pacífica y sin tribulaciones; y por el lado británico, la presencia del Príncipe Carlos de Gales era una señal de que el evento era de importancia histórica, señalando que continuaba la desintegración de la Rule Britannia para que quedara solo la Gran Bretaña: unas pocas islas, lejana sombra del imperio que cubrió más de la tercera parte de la tierra firme e insular del planeta. Como parte de la transmisión, en una noche lluviosa, se veía la llegada de las fuerzas del Ejército Popular de Liberación, nombre oficial del ejército chino, para tomar posesión de la guarnición militar de Hong Kong, abandonada en la mañana de ese mismo día por las fuerzas de Su Majestad. Y los comentaristas de CNN resaltaban que los soldados llegaban en autobuses nuevos que no eran ni siquera cercanos a los transportes regulares de tropa (como si fuera algo relevante el tipo de transporte de los soldados, siendo que lo verdaderamente trascendente era que China ocupaba el paraíso occidental, el centro financiero, la ínsula inglesa en Asia, en lo que los chinos consideraban una justa rectificación a un acto imperialista heredado desde la Guerra del Opio en el Siglo XIX).

A los pocos días del evento le llamamos por teléfono a un muy buen amigo mexicano que vivía en Hong Kong para saber que pasaba por allá, pensando en que estaría la gente encerrada en sus casas por miedo a lo que fuera a suceder, si los bancos y la bolsa de valores estarían en crisis, si el turismo y el comercio serían un caos... Nada de eso. Nuestro amigo nos dijo con la más absoluta naturalidad que todo estaba como si nada. Noramlidad absoluta; la gente en sus oficinas o tiendas, los comercios abiertos, el aeropuerto funcionando sin contratiempos. No se había desplomado el sistema financiero. Como si nada hubiera sucedido. El último gobernador de Hong Kong, Chris Patten, publicó al poco tiempo un libro muy ácido sobre sus experiencias en el puesto y como fue lidiar con el Gobierno Central en vísperas del cambio de soberanía. En su lugar quedó el primer Jefe Ejecutivo de la Zona de Administración Especial de Hong Kong, el empresario hongkonés Tung-Chee Hua. Y vino el atardecer y el amanecer. Día 1.

Irónicamente, el arquitecto de todo este parteaguas histórico, no estaba vivo para participar en esta ceremonia. Deng Xiaoping había fallecido a principios del mismo 1997.

Deng fue la voz que trajo aire fresco al gobierno de China, tuvo la audacia de abrir el país al mundo después del hermetismo creado por Mao Zedong desde la Revolución Cultural en los 60's. Casi se le escapa de las manos en la Plaza Tiananmen en 1989 con las manifestaciones democráticas. Sin embargo, replanteó la ruta y todo siguió conforme lo esperado por el Partido, no necesariamente como lo esperaban las potencias occidentales que deseaban que fuera el resquebrajamiento del régimen comunista. En 1992, Deng deja formalmente la jefatura del gobierno y la pasa a Jiang Zemin, siendo la primera transición pacífica desde la muerte de Mao en 1975. Todo perfectamente orquestado, de tal modo de que Deng pudiera convertirse en la figura simbólica que el pueblo chino gusta de admirar, herencia del culto a la personalidad instituído por Mao, pero que en realidad le permitió al jerarca poder retirarse a la vida privada, o sea fuera de la vista pública, mientras Jiang y el nuevo Partido reinventaban China con miras al Siglo XXI.

A la muerte de Deng, por supuesto, hubo duelo, tristeza, dolor, planas en los periódicos con su retrato enmarcado en negro, banderas a media hasta, innumerables homenajes, música sobria en TV. El ajetreo y la intensidad diaria de China tuvieron un alto abrupto, una pausa envuelta en paño negro y discursos grandilocuentes del personaje que definió a la nueva China como "la economía central de mercado con características chinas", o sea capitalismo con sabor a arroz frito y pescado, aderezado con algunas referencias al "Chairman" (como se le llama respetuosamente a Mao) y profundamente arraigado en el dinero y cierta ostentación. No que fuera del todo nuevo, pero después de 30 años de austeridad espartana del comunismo radical implantado por Mao, en que la riqueza era el enemigo del pueblo chino, y que la fortuna del pueblo era la fortuna del Partido y de la nación, el poder tener dinero, ciertos lujos, era algo bien recibido, especialmente por las nuevas generaciones, más en contacto con el mundo, especialmente el de Occidente. Yo he dicho que desde que los chinos descubieron el dinero les encantó y ahora buscan la mejor manera de obtenerlo y atesorarlo. El día de hoy hay chinos ricos, y muy ricos.

Pero, irónicamente, también trajo consigo la pobreza, la marginación y otras fallas del capitalismo y que antes no existían, todo bajo la mirada beatífica del "Chairman" y el Partido. Todos tenían todo, nadie nada mas que otros, justo lo necesario y algunas comodidades básicas (por supuesto, excepto los jerarcas del Partido y quienes gozaban de la simpatía de esos jerarcas). Ahora hay Louis Vuitton, Burberry's, Chanel, y muchas otras cositas que hacen "más llevadera" la vida de los poseedores de riqueza en Occidente y que la gente común se conforma con ver en los aparadores o comprar las réplicas baratas, y que las hay en abundancia en China.

Todavía se llegan a ver algunas imágenes del pasado: ancianos que aun visten el uniforme que instituyera Mao como la ropa que entienden como correcta, algunos edificios como la primera sede del Partido y que ahora es atractivo turístico; los "libros rojos" (que sí eran rojos y eran de bolsillo) con las enseñanzas de Mao, ahora como mercancías para turistas y coleccionistas en "mercados de pulgas" en algunos callejones de las grandes ciudades, junto con medallones, insignias, adornos y otros objetos que en su tiempo eran señal de ser dignos miembros del partido y fieles seguidores de las enseñanzas del "Chairman"; cantos patrióticos que animan los salones de "karaoke"...

Las nuevas generaciones visten ropa tipo occidental Polo, Gap, y otras marcas famosas, oyen "iPods" o las copias baratas, tienen blackberries para "textear" o comunicarse a sus negocios o novias o amigos o familia o un poco de todo, ven Internet (hasta donde el gobierno lo permite). Nada que ver con lo que sus padres o abuelos vivieron 30 ó 40 años atrás.

Fue interesante presenciar eso de primera mano. Ver que la realidad adquiría un nuevo perfil, una nueva imagen, que un pueblo (y en buena medida el mundo) tomaban un derrotero nuevo. Estar en el lugar y en el momento preciso es de las cosas que uno puede llegar a vivir desde el exterior.