02 octubre, 2023

Los buscadores de peligro

Cuando una ha vivido en el exterior, se puede observar la vida desde diferentes facetas.

Debo confesarles algo: a diferencia de muchos chicos y chicas (hay que ser incluyentes) de mi generación, y anteriores, nunca aprendí a andar en bicicleta. Teníamos una, que era de mi hermano mayor, por supesto, y que a veces me permitía usarla, pero realmente nunca fui especialmente afecto a usarla. Recuerdo que, una vez, fuimos a un día de campo, y la llevaron, porque otros chicos llevarían las suyas. Yo me aventuré a treparme a ella, dar unos pocos pedalazos y, como estábamos en un ligero declive, la bicicleta empezó a ganar velocidad, fuera de mi control. Y en un punto levantó del suelo, y terminé por los aires unos pocos segundos, cayendo aparatosamente en el pasto. Me quedé quieto, con los ojos cerrados, pensando que no llamaría la atención. Al abrir los ojos, y ver a un lado, pude darme cuenta que caí a escasos centímetros de una roca que, de haber terminado ahí mi vuelo, no estaría escribiendo esta anécdota.

Y, bueno, sobreviví mi adolescencia y juventud sin posar mi humanidad en el vehículo de dos ruedas.

Moviendo el calendario algunas páginas adelante, mi estancia en China me hizo ver a la bicicleta de una forma diferente, y admiriar a quienes la usan todos los días como medio de transportación, de vehículo de pasajeros y hasta de carga aunque, de hecho, eso ya lo había visto desde México. ¿Quién no ha visto los chicos que transportan pan en canastas colocadas en su cabeza, manejando hábilmente la bicicleta, en un dechado de equilibrio perfecto?

¿Alguna pregunta?

En Shanghai, eran mares de ciclistas, recorriendo las calles en su vida diaria. Y recuerdo que, desde la ventana de la oficina, que en esa época estaba en un piso 20, podía ver un crucero, y las bicicletas esperando que cambiara el semáforo para circular, y ya que estaba en verde, cómo se desplazaba como una marea perfectamernte organizada para no golpear al de al lado, o al de atrás, o al de adelante, cada quien en su espacio, sin agredir a los demás. Algo como ésto:


Era verdaderamente espectacular.

La bicicleta ha sido, por mucho tiempo, un vehículo relativamente barato, relativamente fácil de manejar, relativamente práctico para mucha gente, desde chicos y chicas que van a la escuela o al parque, hasta profesionistas que la prefieren para evitar el gasto de combustible y el tráfico de ir en automóvil; sin contar a quienes la usan como un medio de ejercicio o como un deporte.

Y con todos los "relativamente" que dije, quedó claro que la bicicleta y yo no quedamos en muy buenos términos. Lo irónico es que Diego, mi hijo, se volvió asiduo ciclista en Canadá... ¡cómo cambian las generaciones!

Sin embargo, la bicicleta,como la energía nuclear, puede ser peligrosa en manos inexpertas o necias.

Y es algo que he vivido en este regreso a México.

Desde hace ya años se le ha dado un fuerte impulso a la bicicleta en la Ciudad de México, como un medio alternativo de transporte. El tema de la contaminación ambiental y la saturación de las calles con toda suerte de vehículos, vuelve necesario el tener un modo de transportación que sea ligero, de fácil acomodo en casi cualquier espacio, que pueda sortear los embotellamientos de tráfico y que, de paso , no contamine y sea de beneficio para su usuario. Se ha creado un programa de bicicletas públicas en el que, pagando una pequeña cuota, se puede usar una bicicleta de muy buen tipo, de material resistente a la intemperie y al trato rudo, para recorrer distancias al alcance del ciclista. Puertos de estas bicicletas públicas, o "ecobicis" como se les da en llamar, se encuentran en casi toda la ciudad, y sólo basta usar una tarjeta electrónica, a la que se le alimenta con fondos conforme se necesite, para liberar el transporte y usarlo. Sencillo de verdad. Para mí es lindo verlo, pero de lejitos...



Adicionalmente, se han creado carriles específicos para bicicletas en gran parte de las calles de la ciudad, a los que se les ha llamado ciclovías, y que se marcan con minibarreras fijas al pavimento, de apenas unos centímetors de altas, pero que separan este carril del resto de la vía, y es infracción invadirlos.

El problema no son las bicicletas, ni la infraestructura creada para ellas.

El problema son los ciclistas...

Y viene a mi memoria un programa que había en el canal 13 de televisión en los últimos 70s y principios de los 80s llamado "Alta Tensión", que era para proyectar videos musicales, que estaban en su infancia. Y en la emisión había una sección llamada "Los buscadores de peligro", que era tomar segmentos de un programa con un mombre similar: "El sabor del peligro", en el que diversas personas, de diferentes partes del mundo, realizaban acrobacias y actos, efectivamente, muy peligrosos, que podrían costarles a quienes los hacían la salud, la integridad, e incluso la vida.

Y lo saco a colación porque los ciclistas, y también los motociclistas, de esta noble ciudad, realizan diariamente actos que perfectamente podrían catalogarse como de los buscadores de peligro del programa que veía de más joven. Cosas como cruzar calles con luz roja en el semáforo, ir en sentido contrario en la ciclovía, no detenerse si cruza un peatón o algún obstáculo en su camino, serpentear sin precaución entre el tráfico...

Lo irónico es que, ahora, los ciclistas están especialmente protegidos por la ley, y quien se accidente con uno, sale perdiendo. Cierto, en la bicicleta, al igual que en la motocicleta, no hay metal que lo proteja a uno, como en un automóvil, y eso los hace más vulnerables a ser heridos, o incluso muertos, en un accidente de tráfico. Pero eso no los hace inmunes a que ellos, los ciclistas y motociclistas, puedan causar un accidente por manejar sus vehículos de manera imprudente, siendo ellos las víctimas al ir por un cruce de calles en que ellos tengan la señal de alto, y lo pasen sin tomar en cuenta que puede venir un coche a buena velocidad y puede embestirlos, causándoles graves heridas, e incluso perder la vida. O que ellos puedan arrollar a un peatón por ir en sentido contrario en la ciclovía, por sólo citar un par de posibilidades.

Es algo que se da todos los días de forma abrumadora. Y los conductores de coches, camiones (o buses como les dicen en otras partes del continente), o peatones en la vía pública, les hacen ver a fuerza de respuestas groseras y menciones a la mayor de sus familias, para expresar su enojo y frustración ante el ataque de estas máquinas de dos ruedas, conducidas por gente imprudente que, por hacer una entrega oportuna, o llegar rápido a su destino, no tienen en cuenta el riesgo propio y al que someten a los que van por su camino.

Y no es por mi desencuentro con la bicicleta. Es lo que ve uno todos los días, camino a la oficina, o a la tienda, o a donde sea, sea yendo en auto, en transporte público, o caminando. Cualquier parte de la ciudad es lugar idóneo para ver uno o varios de estos incidentes, incluso uno detrás de otro.

Recuerdo las pilas de recomendaciones que nos daban de chicos antes de salir a andar en bicicleta, o lo que le dicen a uno cuando aprende a manejar en una escuela. Incluso los operadores responsables de bicicletas y motos le piden a uno cuidado, prudencia y precaución si hay un ciclista o motociclista a la vista. El problema es que las personitas que se juegan la vida propia, y la de otros, en actos de los buscadores de peligro en una bicicleta o una moto, o no se saben esas recomendaciones, o las ignoran o, peor aun, las desprecian.

Si tú, amigo lector o amiga lectora, conoces a alguna personita que caiga en estos supuestos, por favor insístele que, si desprecia la vida y no le interesa cuidar su pellejo, al menos que piense en los demás que también están en riesgo con sus imprudencias. Por mínimo respeto y humanidad. No es broma, es un tema de seguridad.

Una súplica y un desahogo de alguien que ha vivido en el exterior.