14 noviembre, 2012

"Que 20 años no es nada..."

Cuando uno vive en el exterior uno enfrenta muchas cosas, algunas buenas, otras no tanto.

La soledad es una de ellas.

En este oficio de ser eterno viajero, el viajar acompañado se convierte en una necesidad. A veces uno empieza la jornada con alguien al lado... uno o ambos padres, hermanos, amigos, pareja, esposo o esposa... en otros casos esa compañía se integra a la vida durante el trayecto.

Hay quienes aprecian y valúan profundamente su soledad y se aferran a ella, siendo lobos solitarios durante toda la carrera, tal vez cediendo a alguna compañía temporal para hacer ameno el trayecto pero que, al final, sigue siendo temporal y se queda atrás en la carrera después de un tiempo considerado como razonable o adecuado.

Sea cual fuere el caso, amigo lector (o lectora), la soledad es una presencia latente en la vida de los que tomamos la vida errante como forma de vida. A veces de manera temporal cuando nos toca viajar a alguna comisión, o de manera definitiva cuando el vínculo que nos une a nuestro acompañante, sea cual sea, desaparece o se termina. Es una historia sabida que entre los diplomáticos hay un alto porcentaje de divorcios, ya que este modo de vida no siempre es generoso o amable, y pide una cuota alta a las familias que se dedican a ésto, entre lugares de condiciones adversas; la lejanía con la familia, los amigos, las raíces...; el constante cambio, el montar y desmontar un hogar cada vez que toca ser trasladado...; el desgaste emocional del adiós y la llegada a un nuevo lugar, desconocido, incierto, tal vez incluso hostil... Todo eso, al final, cobra una cuota muy alta. Uno debe quedarse en la nave, pero la familia puede bajarse si ya está harta de este modo de vida y uno, al final, no puede  impedirlo.
 
Y, en el otro lado del espectro, hay parejas que han podido soportar este "tour de force", y han logrado ser de una solidez pétrea. Matrimonios que sobreviven Etiopía, Haití, Londres, Montevideo, y en todos los lugares han podido no solo sobrevivir, sino salir adelante fortalecidos. No quiere decir que no hayan sentido el peso de la jornada, pero han sabido hacer malabares con ese peso y lo han transformado en experiencia que buscan transmitir a aquellos que encuentran en el camino y que empiezan su parte de la carrera o que, ya avanzados en la ruta, ven resquebrajar su relación. Son parejas que duran, textualmente, hasta que la muerte los separe. Así conocí un jefe en China. Llegaron poco antes de mi salida. La señora sufría de varios padecimientos pero, aún así, siguió con su marido, quien agotó todas las posibilidades para hacer más llevadera la vida de su esposa, hasta que se extinguió. Ya no nos tocó estar con ellos en ese momento, pero para mí fue un ejemplo de unión hasta el final y de que, en esta carrera, sí pueden haber uniones duraderas,
 
¡Ojo! Nunca he dicho que la vida de pareja sea fácil. Los que la vivimos actualmente, o quienes la han vivido en algún momento de su vida, lo sabemos. Siempre hay altas, bajas y bajísimas. Momentos de inmensa alegría y de profunda tristeza. Episodios que hacen que la relación esté a punto de irse al abismo y en los que se muestra más fuerte y sólida que el Peñón de Gilbraltar. Los que logran superar todos estos obstáculos consiguen una unión de fortaleza inmesurable, que en cada aniversario se conmemora.
 
El conmemorar cada año el incio de la jornada de formar una pareja y emprender juntos camino, al principio dos y, tal vez, al final dos, es algo que lo marca a uno de manera indeleble. Esta celebración ha sido materia de innumerables bromas y episodios humorísticos de quienes olvidan al último minuto el comprar el presente para la ocasión, especialmente los esposos, quienes hacemos toda suerte de acrobacias para lograr, aunque sea, un ramo de flores de último segundo y demostrar que no olvidamos la fecha y que no llegaremos con las manos vacías a la presencia de nuestra esposa, que espera que no hayamos olvidado el aniversario, igual que el año anterior.
 
Pues bien... hoy me toca recordar una vez más aquel mediodía del 14 de noviembre de 1992 en que, frente a una multitud de amigos cercanos y otros invitados, ofrecí a Delia, mi todavía novia y que en ese momento se convertía en mi esposa, que seríamos una pareja en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarla y respetarla todos los días de mi vida. Veinte años después, dos chamacos locos y una vida juntos en 2 continentes, 4 adscripciones y un difícil regreso a la Patria, seguimos juntos, no sin haber pasado momentos de duda, de dolor, de ira, de risa, de lágrimas juntos y de sonrisas el uno al otro. Más de una vez hemos visto que la unión se ponía en peligro pero, al final, salía y sigue saliendo adelante.
 
 
Este fue uno de los momentos más hermosos de la ocasión: nuestro primer abrazo de casados. No es que fuera el primer abrazo con Delia. Nos abrazamos muchas veces antes y nos hemos abrazado muchas veces después hasta este día. Me encanta porque, en medio del jolgorio alrededor nuestro (nuestros padres salen al fondo, junto con muchos de los invitados), eramos solo mi flamante esposa y yo, Delia y Alberto, separados del mundo alrededor y unidos en un abrazo intenso y nuestro.
 
Delia ha sido la piedra angular de nuestra vida como pareja. Ha sabido aguantar los embates de la vida y de la relación con gran fortaleza y amor. Ha sabido llevar la nave y a su "capitán" (léase yo) a buen puerto, a pesar de las tormentas y los peligros de la ruta. No tengo forma de agradecerle y reconocerle lo fundamental que ha sido en nuestra vida y nuestros logros, aunque más de una vez me ha dicho que los éxitos de mi carrera han sido míos, en realidad han sido hechos con mis manos pero con su impulso, su inspiración y sus topes en mi cabeza para hacerme ver lo correcto.
 
Como decía Gardel: "Que 20 años no es nada/que febril la mirada/errante en las sombras te busca y te nombra..." (Creo que han notado que este tango me gusta muchísimo y le he encontrado muchos significados en mi vida), estos 20 años de matrimonio con Delia han sido de profundo aprendizaje, de errores dolorosos y redenciones a tropezones, de vivencias juntos que han marcado nuestra vida y de episodios que han dejado huella en cada uno sin la presencia del otro, en fin, y siempre la he de buscar entre la multitud del aeropuerto, del patio de escuela de los niños, del centro comercial después de pasar una tarde perdido, del restaurante cuando aparta mesa para todos... Estos 20 primeros años no es que no hayan sido nada, pero no han sido nada para lamentar o renegar. Como todos, me he enojado y he pensado pestes de mi esposa, pero al final me doy cuenta de que el equivocado era yo y regreso de manera humilde y contrita a pedir perdón. No es nada denigrante, es admitir que es ella la que ve las cosas mejor que yo.
 
Delia, mi esposa, mi amiga, mi compañera, la madre de nuestros hijos, la inspiración de mi esfuerzo y la luz de la razón enmedio de la desesperación, ha sido el faro que ha guiado mi experiencia desde el exterior.
 
Feliz 20 aniversario, pequeñita mía. 

01 octubre, 2012

Arraigos

"Los diplomáticos llevan una vida contra natura, de extranjería perpetua hasta en su propio país, donde la prolongada ausencia los hace extraños. Están condenados para siempre a romper todo vínculo amistoso, a renunciar periódicamente a sus moradas". Alfonso Reyes, citado por el Emb. Enrique Hubbard Urrea en "Diplomático de Carrera".


Cuando uno vive en el exterior, invariablemente, se arraiga uno a lo que le agrada, lo que le da significado al ser y estar en ese lugar.

Cuando uno encuentra esa "zona de confort" en la que los espacios son familiares, la gente hospitalaria, los lugares parte de la vida cotidiana, y todo pasa a ser normal, pierde el sabor de lo nuevo, empieza uno a acomodarse y, al final, se convierte en lo que uno entiende como "realidad". Cuando se da un cambio que nos hace salir de esa realidad, descubirmos que se ha creado un arraigo a ese entorno, y nos rehusamos a abandonar ese espacio acogedor, familiar, en el que nos hemos asentado con el paso de los años.

Sin embargo, cuando uno asume que la vida nómada es la nueva realidad, el arraigo es una sensación pasajera que queda atrás al llegar a un nuevo lugar y, por ende, al empezar a crear una nueva existencia, dejando la anterior en el recuerdo.

Al menos es lo que uno cree, o quiere creer.

La realidad demuestra ser muy distinta al mundo del "Deber Ser". Uno se aferra a lo que le es familiar, agradable... uno ha generado arraigo a un tiempo o a un lugar, o a ambos.

Y, llegado el momento de partir, es cuando uno se da cuenta de ese vínculo que, sin querer queriendo (como diría El Chavo),  buscábamos evitar a través de una supuesta indiferncia y desinterés en el sitio, la gente o ambos, es una realidad viva y actual.

Eventualmente, uno como adulto llega a asumir ese sembrar y arrancar raíces como parte de la vida. La adaptabilidad del ser humano al entorno cambiante. Ya lo hacían los nómadas siberianos o las hordas vikingas, incluso los grupos que, pasando por un congelado estrecho de Bering, llegaron a ocupar este territorio que ahora llamamos América. Vinieran de donde vinieran, asumían el cambio y las condiciones del lugar al que llegaban a asenrtarse.

El nomadismo ha sido parte de la humanidad desde sus orígenes. Antes era para buscar alimento o persiguiendo la caza . La agricultura hizo al hombre sedentario y, por ende, sujeto a crear arriago al lugar donde vive. Solo salía de ahí si las condiciones lo forzaban a ello. En el mundo global de hoy, el desplazarse de un lugar a otro es parte de la interacción en todas las latitudes. El técnico que hoy debe empezar una planta en Singapur, tomándole un par de años de su vida, en algún momento tendrá que desplazarse a otra misión, posiblemente en Uruguay o en las planicies de Montana o en la selva africana, dejando atrás lo que llegó a construír en sus pasados destinos, y no me refiero a la planta que mencioné al principio, sino a los amigos, los quereres, los lugares, las anécdotas... lo que hizo a ese lugar algo más que un cuarto de hotel en un lugar del mundo.

Sin embargo, hay seres que no toman ese cambio tan fácil. Pensemos en nuestros hijos. En este oficio y en todas las actividades que implican el desplazarse, los chicos son los que llevan la peor parte. Su arraigo es profundo... dejan atrás a sus amigos con los que han desarrollado estrechas relaciones, con quienes empiezan a abrirse al mundo, cuando salen de la infancia y se asoman a la adolescencia. O tal vez sean mayores, "teenagers" como se dice en inglés, y tienen que alejarse de sus amigos o amigas íntimas, con quienes comparten el gusto por tal o cual muchacho o muchacha, incluso un primer romance debe ser cortado en lo más tierno por la necesidad de partir.

Este tipo de situaciones nunca lo tomamos a la ligera. Cuando los chicos todavía son pequeños, uno se acerca a ellos para hacerles llevadero el duelo de destrozarles la realidad de su vida en un determinado lugar en el que, al cabo de cuatro o cinco años, han creado fuertes lazos con gente local por su escuela, sus actividades, su vencindad a casa... y al cabo de unos cuantos días, deben decirse "adiós". Si bien ahora pueden usar el correo electrónico, Skype u otras maravillas tecnológicas, antes era solo el correo postal y, los más afortunados, el teléfono. Pero cualquiera que sea el medio de comunicación, nunca podrá reemplazar el verse a diario, compartir el último chisme del grupo o platicar sobre el chico nuevo o la chica del otro grupo.

Cuando son lo suficientemente crecidos como para cuidarse por sí mismos, pueden tomar la decisión de seguir con nosotros en el peregrinar, o quedarse y seguir solos, claro, con el apoyo y visitas periódicas nuestras. En nuestro oficio llega a ser común que las familias están dispersas por el mundo, especialmente si uno es asignado a un lugar de condiciones de vida difíciles, o cuando las circunstancias del lugar que se va a dejar son mejores que las del nuevo destino. Pagar varias casas en diferentes partes del mundo se convierte en una práctica que desangra la economía y erosiona la unión familiar. Pero en muchos casos, garantiza que cada uno de los integrantes de la familia pueda seguir adelante en la vida, sin tener que sobrellevar el impacto emocional de la pérdida de aquello o aquellos a los que se han arraigado.

Cuando no es posible esta medida, cuando los chicos todavía dependen de uno y su tierna edad los hace incapaces de seguir por sí mismos y deben emprender el vuelo con la familia, los padres tienen que enfrentar y encarar las reacciones de este abrupta ruptura. La mezcla de enojo, dolor, cierto matiz de rencor hacia el trabajo de uno que los arranca de su mundo, son cargas emocionales que deben ser afrontadas junto con el llegar a la nueva oficina, buscar casa, montarla, esperar los muebles y enseres del hogar, crear una identidad legal y comercial para desenvolverse... Volver a empezar, en muchos casos, desde cero. Aunado al chico o chica que maldice su suerte y el que su padre (o madre) tenga esta clase de #^#%#% trabajo.

Y es cuando uno se da cuenta del alcance e impacto del arraigo en la vida. No solo en uno como individuo, sino como parte de una familia, de una pareja. El arraigo se vuelve una parte integral del entorno familiar. Y es cuando uno se acoge al único vínculo que puede se llevar consigo: el amor y el núcleo de la familia. La familia se une e, incluso, se encierra en sí misma. Es el único mecanismo de defensa en el que se puede confiar. Eventualmente, cada uno de la familia empieza a asomarse fuera del "muégano" y comienza a reconocer el entorno. Si es amigable, entonces se empieza a dar nuevamente el ciclo. Si no lo es...

Gajes del oficio de los que nos toca ver la vida desde el exterior.

28 abril, 2012

Ciclos

Vivir en el exterior es un constante movimiento. Desde la salida del lugar de origen, hasta la llegada al siguiente destino, o incluso el regreso al punto de partida. Todo es un movimiento que no termina.

Ese movimiento puede tomar meses o años. Los parámetros no son fijos. Es esta dinámica la que marca el devenir de aquellos que tomamos este modo de vida.

Y así también sucede con los ciclos que la vida de uno tiene. Hay ciclos que terminan, otros que comienzan, otros se transforman. Y este perpetuum mobile es un agente determinante de este proceso. Al salir del lugar de origen hay ciclos que terminan: la vida estable en el lugar que nos vio nacer, crecer, salir de la inocencia y el lograr la madurez suficiente para tomar la decisión de emprender el camino como un modo de vida. Hay ciclos que empiezan: el cargar consigo los recuerdos, las esperanzas, las expectativas, los sueños, el bagaje que será parte de nuestro peregrinar.

A la llegada al siguiente destino, el ciclo de crear nuevos amigos, nuevos lugares con los que nos identificamos, se abre y persistirá hasta el momento de nuestra partida. Y así se da la repetición de este esquema tantas veces como uno cambie de residencia.

Este movimiento, sin embargo, también tiene algo de persistencia; lo que, a pesar del ir y venir, del inicio y cierre de ciclos, continúa más allá de los lugares y las personas. Lo ubico mucho con una vieja canción de Julio Iglesias: "La Vida Sigue Igual", uno de sus primeros éxitos. Los que somos de mi generación la recordamos, y para los que no les tocó por no haber llegado todavía a este mundo, o porque fueron de épocas anteriores, les presento este fragmento de la película en que Julio dio a conocer la canción. Espero lo disfruten.

http://www.youtube.com/watch?v=t4G48BqxCW8

Sin duda la parte más difícil es el cerrar ciclos. Es concluir una etapa y dar paso a una nueva. Implica cierto duelo, un decir "adiós" a todo aquello que ese período representó en nuestra ruta. A veces son ciclos que permanecieron latentes por muchos años y que el conservarlos es solo arrastrar un lastre innecesario, es liberar espacio de carga para recibir lo nuevo, lo que tendrá una presencia activa. Otros ciclos que uno concluye son aquellos que solo nos traen un efecto nocivo, círculos viciosos que enrarecen el ambiente y nublan nuestros sentidos. Que conservamos por alguna clase de arraigo, de supuesta "necesidad" o "conveniencia" que, a la larga, no nos queda claro, pero que se convierte en hábito, rutina, costumbre, pero no tiene una razón válida para permanecer en la vida, por lo que debe de ser cerrado.

Hay maneras de decir adiós. Haydn tuvo una idea muy ingeniosa para reclamarle a su mentor que debía de aumentar el sueldo de sus músicos y escribió su sinfonía No. 45 a la que se le llama de "Los Adioses" ya que, durante el 4o. movimiento, los miembros de la orquesta van saliendo poco a poco hasta que, al final, queda solo en director en el escenario. La leyenda dice que el Príncipe Esterhatzy entendió la indirecta y sí subió los sueldos. Acá les ofrezco ese 4o. movimiento.

http://www.youtube.com/watch?v=AgmgLjsqdzc

Otros adioses no son tan festivos o ingeniosos. Como arriba decía, son los que vienen acompañados de tristeza, dolor, lágrimas, como fue la despedida de mis hijos de sus mejores amigos en Dallas, una imagen que quedará fija en mi memoria para siempre.


El inicio de nuevos ciclos es algo que nos inspira cierto temor a lo desconocido, algo de curiosidad, el ánimo de comparar ese nuevo ciclo con experiencias anteriores que nos resultaban confortables y que, de alguna manera, deseamos ver reflejadas en esta nueva etapa. Más vale malo por conocido... Obvio es decir que habrá nuevos ciclos virtuosos y viciosos, es el acierto y error que es parte de la vida del ser humano.

Incluso el regreso al lugar de origen sufre esta transformación en nuestros ciclos. Hay los que se cierran, los que se abren, los que se revisan y los que siguen su curso. El haber permanecido fuera del entorno que nos vio empezar a vivir nos hace ver las cosas desde diferente perspectiva, y lo que antes resultaba obviamente bueno, vemos que no lo era tanto; o lo que habíamos dejado atrás adquiere nuevo valor.

Este ejercicio se vuelve una parte de la vida nómada. Hay quienes cierran y abren etapas sin voltear atrás; otros, por el contrario, recojen los pedazos de experiencias pasadas y abren nuevos ciclos, y rescatan lo mejor de aquellos que van a cerrar. Digamos que cada quien cose calcetines como su mamá le enseñó.

Al final, esta dinámica es la que enriquece el alma del viajero con las enseñanzas que recibe de esos ciclos que abre y cierra a lo largo de la trayectoria. La ciencia es saber abrir y cerrar los ciclos a tiempo, so riesgo de ser prematuro en la decisión, o realizarla cuando es más bien una labor de rescate antes del naufragio. No hay fórmulas mágicas para saber esto, es la vida misma la que le enseña a uno y es parte de la formación que uno adquiere cuando está en el exterior.

07 abril, 2012

La primera Navidad

Cuando uno vive en el exterior, uno lleva consigo sus tradiciones, sus leyendas, sus mitos, sus fantasmas... todo lo que nos hace seres humanos.

Al dejar la tierra de uno, además de los muebles, la ropa, los documentos, uno carga con recuerdos, fotos, imágenes, en fin, toda suerte de objetos que nos conectan con nuestro pasado, nuestras raíces, nos mantienen conectados con aquello de donde provenimos.

Una de esas tradiciones es la manera en que celebramos la Navidad.

Esta fecha es una de las que se consideran familiares por excelencia. Todos detenemos nuestra rutina, nuestras agendas, actividades, compromisos, nuestro ajetreo de todos los días, y nos reunimos con nuestra familia para cenar y desearnos todos "Feliz Navidad". Para algunos es una fecha de compromiso, de cumplir con el ritual de ir a casa de mamá o o de la Tía Fulana, porque es la "tradición de la familia". Es de ese tipo de invitaciones en las que uno no puede decir "¡caray!, tengo una junta, lo siento pero no los puedo acompañar, ¿que les parece si la pasamos para la próxima semana?". El no ir implica ostracismo y el despecho de la familia entera.

Claro. Uno tiene causas justificadas... como vivir fuera del país.

Así nos pasaba. Recién casados, nos tocaba a mi esposa y a mí el ser anfitriones de la cena de Navidad y reuninos las tres familias en nuestra casa para este recién creado ritual. Antes eran mis padres, mi hermano y yo en nuestra casa. Delia y sus padres en la suya. Claro, no nos conocíamos... eran otros tiempos...

Cuando nos tocó salir para China, la tradición sufrió cambios radicales. Ya las familias de mis padres y mis suegros no se juntaron. Luego falleció mi suegra y después mi padre. La edad no deja de avanzar y luego mi suegro ya no salía mucho y mi madre no salía mucho de noche... en fin, toda suerte de causas para que esa práctica quedara suspendida.

Por nuestra parte, nosotros empezamos la nuestra. En China, nuestra primera Navidad fue en el Studio Apartment a donde recién nos acabábamos de mudar, pero fuimos solo Delia y yo, todavía no conocíamos a mucha gente, y los pocos conocidos, o habían salido de vacaciones, o ya tenían otros planes. Con el paso del tiempo nos presentaron a más personas y entonces era ir a las recepciones de Christmas de los grupos de Expatriados o si alguien de nuestras amistades organizaba algo. Pero siempre el 24 de diciembre era una fecha en que era sólo la familia y nadie más. Y era lindo estar los dos juntos y cenar algo. Excepcionalmente nos juntábamos con alguien y celebrábamos juntos, pero al final quedábamos nosotros dos. Sin embargo, no dejamos de adornar nuestra casa y tener un lindo árbol de Navidad, que nos acompañó toda la estancia en Shanghai y al principio de California.

Con la llegada de los niños, la noche antes de Navidad tomó el matiz de ser de los niños. Santa Claus y los Reyes Magos hicieron su aparición, así como las cajas de juguetes, y unas astas de reno de terciopelo rojo en una diadema verde, que adornaron las cabezas de nuestros pequeñitos en la primera Navidad que tuvimos los 4 juntos y que conservamos hasta el día de hoy. Desde entonces, las Navidades fueron de cena, árbol, adornos, cartas a Santa y los Reyes, la foto con el Santa del Centro Comercial (o "Mall" para los más puristas). Cosas que se volvieron tradiciones de nuestro propio legajo, y que nos han acompañado hasta ahora, con las transformaciones que se dan con la edad de los chicos, ahora ya no tan chicos. Ya la foto del Santa no se ve tan interesante y el regalo para pedir a Santa o a los Reyes ya no es tanto una Barbi o un Max Steel, mas bien son Legos de los Piratas del Caribe o un Diario para compartir con la mejor amiga que se quedó en Albuquerque.

Con las mudanzas, van los adornos, las fotos de Mall, los recuerdos, las anécdotas, el nuevo equipaje de tradiciones que se integra a nuestro menaje de casa.

Ahora que hemos regresado al punto de inicio, las tradiciones originales también han cambiado. Si bien fuimos nuevamente los anfitriones de las familias Bernal Acero y Cabrera Murúa, ya nada era igual. Las ausencias se notaron, pero no se mencionaron. Fue reunirnos como en los viejos tiempos, pero todos eramos ciertamente más viejos que hace 17 años. Ya mi suegro casi no camina y mi madre tiene que abrigarse más para que no le afecte el frío. Yo ya peino algunas canas, Delia tiene algunos añitos más y hay dos niños, casi adolescentes, que no estaban en esas cenas de 1992 y 1993.

Y cuando nos toque regresar al exterior, ciertamente las cosas serán todavía más diferentes. No sabemos qué nos depare el futuro, ni cuando tengamos que emprender nuevamente el vuelo, pero lo que sí es un hecho es que nuestra carga de herencias y tradiciones será todavía mayor. La ventaja es que no nos cobran exceso de peso por llevarla (las fotos digitales, aunque sean miles, caben en una memoria USB o en un DVD o en un disco duro. Las fotos en papel y los negativos en película, eventualmente, los habremos de digitalizar y ocuparán menos espacio que ahora). Pero se verá acrecentada con lo que vivamos estos años que pasemos en nuestro lugar de origen.

Y nuevamente tendremos una primera Navidad, en algún lugar de este planeta, en la que empezaremos una nueva serie de tradiciones y crearemos nuevos recuerdos y experiencias que harán más rica nuestra vida desde el exterior.