26 agosto, 2018

Reflexiones en el tren

Cuando uno vive en el exterior, se tienen oportunidades de introspección diferentes a las que uno pueda tener en casa.

En estos años de recorrer otros lugares, me ha tocado usar diferentes medios de transporte. Nada inusual. Automóvil, avión (considerando las distancias entre mis destinos y la Patria), autobús... y tren.

El ferrocarril es el remanente de una época romántica en que el viajar grandes distancias, por tierra, podía ser una mezcla de elegancia, cierta comodidad, y la posibilidad de ser confinado a un espacio relativamente estrecho con un cierto aire de hotel de lujo. Claro, eso para los que viajaran en primera clase, en donde gozaban de camarotes para los viajes de pernocta, compartimentos amplios (dentro de lo que el tamaño del tren lo permite), mejor menú en el carro comedor, y ese tipo de monerías que ahora vemos en los vuelos largos, con líneas aéreas internacionales.

Y también había el tren de segunda, que eran bancas con un pequeño cojín para no resentir tanto el material del asiento, comida básica, pero al menos había la forma de ir de un lugar a otro más rápido que en autobús.

Todavía se puede ver en las películas de los 1930's y 1940's (para no decir que son los 30's o 40's del siglo pasado) lo que era la vida, los romances, las aventuas, las desventuras o las ocurrencias que podían pasar en un tren. Incluso Agatha Christie nos mostró que podría ser un sitio interesante para un crimen en "El Asesinato en el Expreso de Oriente".

Ya desde el Siglo XIX, el ferrocarril representó el parteaguas histórico en los países en los que hizo su aparición. Lo mismo en Estados Unidos, Inglaterra o la India. En México era como los revolucionarios se movían a principios del Siglo XX, y las Adelitas eran tripulantes siempre presentes en un convoy de seguidores de Pancho Villa. Representaba el progreso, pero también la esclavitud de los trabajadores que tendieron las vías del "caballo de hierro", como se le dió en llamar. Afros, asiáticos, irlandeses, hispanos, nativos...  Todos los grupos vistos como inferiores, pero que necesitaban un modo de vivir, aceptaban las jornadas extenuantes, las condiciones inclementes y extremas, los malos tratos, las enfermedades, incluso la posibilidad de perder la vida. Empleaba a miles, y las bajas por enfermedad, accidentes o muerte, eran fácilmente cubiertas por nuevos trabajadores. Siempre hay necesidad, y la gente del ferrocarril lo sabía perfectamente...

Sin embargo, lo que en una época fue el símbolo del progreso, llegó un momento en que se convirtió en el símbolo del anacronismo. El aeroplano, con velocidad mayor y alcanzando mayores distancias, incluso atravesando los océanos, dejó atrás al tren. Las líneas aéreas ya podían ofrecer más y mejores comodidades y beneficios a los pasajeros, y el transporte en rieles quedó sólo para carga y para quienes no gustaban de volar.

Curiosamentre, hay países que todavía conservan un sector ferroviario de pasajeros. Japón y su famoso "Tren Bala", Gran Bretaña, y en general Europa, en donde uno compra un "Europass", que no es barato, pero permite usar cualquier, o casi cualquier tren, en el continente. AMTRAK en Estados Unidos, Via Rail en Canadá, entre otros.

Mi experiencia con los trenes ha sido diversa. La primera vez que abordé uno fue en México. La ruta de pasajeros estaba ya de salida. Sin embargo, varios amigos y yo decidimos aventurarnos. Y fue interesante. Fue un viaje de noche, y me tocó camarote. Nunca me había tocado dormir en esas condiciones, así que fue una aventura. No incómoda de todo, aunque sí se resintió lo reducido del espacio. Al final, entre la compañía y la novedad de la experiencia, resultó divertido.

Muchos años después, y siguiendo el consejo de un buen amigo y colega del gremio, fanático de los ferrocarriles, decidimos tomar Delia, los chicos y yo, el AMTRAK de Albuquerque a Santa Ana, California. Aunque también fue viaje de noche, en esa ocasión no se pidió camarote porque salía casi al mismo precio que volar, aparte de que nos dijo este colega que los sillones eran muy cómodos, y que podríamos pasar la noche sin mayor problema.. Sueños guajiros... Entre uno de los chicos que se mareó y que los sillones no eran lo cómodos que esperábamos, el viaje fue una experiencia que todos nos propusimos muy firmemente no volver a repetir.

Sin embargo, este voto se vio aligerado en Canadá. Si bien todavía no intentamos un viaje largo o de noche, sí hemos usado Via Rail en varias ocasiones para ir de Windsor a Toronto. Y no es gratuito el motivo. Se hace el mismo tiempo manejando o en tren (alrededor de 4 horas), pero uno se ahorra el cansancio de la carretera (que es muy buena, salvo que está en perpetuo mantenimiento y se generan cuellos de botella y aglomeraciones); aparte de que el movilizarse en Toronto en automóvil es una pesadilla: tráfico terrible en las zonas céntricas, poco estacionamiento y muy caro, se convierten en disuasivos de ir a la capital de Ontario. Pero el tren y un razonable servicio de transporte público y taxis hacen este escenario mas manejable.

Y pudiendo viajar sin preocuparse de los orates de los otros coches, ni de si ya cargué gasolina o no, se abre la posibilidad de poder reflexionar sobre muchas cosas. Un poco del pasado, del presente, del futuro; de quienes siguen con nosotros o ya no están por muerte o por distancia; de lo logrado, lo fallido y lo que se presenta adelante en el camino. Se tiene la oportunidad de pensar, en un entorno relativamente cerrado, pero sí diferente a la casa, la oficina, o los lugares de siempre.

Sirve también para observar a los que comparten nuestro vagón, y cocinar historias de lo que puede ser su vida, situación, carácter, historia, o sólo para entretenernos en algo mientras llegamos a la siguiente parada. Gente con formas distintivas de vestir, tal vez un acento curioso, vestimenta inusual (al menos en el gusto de uno), tal vez oír a alguien hablar en nuestro idioma o en uno que nos llame la atención. Un carro de pasajeros de tren puede ser un campo fértil para la imaginación y la experiencia de observar las muchas facetas del ser humano.

Efectivamente, la vida actual nos permite trabajar o entretenernos en casi cualquier parte, incluso en el tren. Ya con Wi-Fi en los vagones, se puede sacar la laptop y seguir el reporte que empezamos en la oficina, o leer el periódico en el teléfono, o escuchar música, o ver una película o programa de TV. La idea es no aburrirse en el trayecto. Pero es perder ese momento dorado de ocio simple, de dejar volar la mente y recordar anécdotas o personas de otra era, de otro lugar, de otro momento... O de hacer introspección sobre lo que hemos hecho de nuestra vida, de las decisiones que hemos tomado o debemos de tomar, de lo que nos falta por hacer, de lo que debemos corregir, evitar o perfeccionar en nuestro quehacer diario como personas, como parte de una familia, de una organización o de la sociedad. Ciertamente un recorrido de algunas horas no nos será suficiente para resolver todos estos temas. Y siempre surgirán nuevos de lo que ya hemos estado reflexionando. La introspección es una tarea que nunca termina.

Pero siempre dará material para hacer los trayectos en tren más interesantes, sin duda alguna.

El viaje en ferrocarril, un tesoro poco reconocido pero siempre valioso de la vida desde el exterior.