19 julio, 2018

El avión que no fue

Cuando uno vive en el exterior, se tiene la oportunidad de conocer historias de todos colores y sabores.

Canadá no ha sido la excepción.

Un tema que siempre me ha apasionado es la aviación. Como algunos de ustedes han de saber, los aviones han sido motivo de mis pasatiempos como el modelismo; si bien es cierto que no soy un consumado experto en aeronáutica, puedo identificar la diferencia entre un Boeing 737, un B-29 y un C-47. Se los dejo de tarea.

Y la aeronáutica, o mejor dicho, la historia de la aeronáutica, tiene relatos y personajes que pueden catalogarse como pintorescos, interesantes, a veces dramáticos. Las adversidades de los hermanos Wright para lograr que su máquina voladora tuviera éxito y reconocimiento general, el vuelo de Charles Lindberg sobre el Océano Atlántico, la personalidad excéntrica de Alberto Santos-Dumont, los "barnstormers" (los pilotos que, después de la Primera Guerra Mundial, se ganaban la vida haciendo acrobacias en ferias y de gira por pueblos de Estados Unidos). Historias de éxito y fracaso, como la del avión gigante de Howard Hughes, el "Spruce Goose", aunque su denominación oficial era el Hughes H-4 "Hercules".



Por muchos años el avión más grande jamás construído (estamos hablando de 1947), ho ha sido sino hasta hace muy poco tiempo que su récord ha sido superado, y eso relativamente:


Sigue siendo, hasta el día de hoy, el avión con el mayor tamaño de alas jamás construído y capaz de volar.

Como su creador, Howard Hughes, el Hughes H-4 estuvo envuelto en la controversia. Propuesto desde 1942, duarante la Segunda Guerra Mundial, como un transporte de gran capacidad para tropa y pertrechos, incluso tanques; sin embargo, las dificultades de construcción (era enteramente de madera por las restricciones de guerra para usar aluminio en esa cantidad), los cambios que el propio Hugues hacía al diseño, y los elevados costos, hicieron que el final de la guerra llegara antes de que hubiera hecho el prototipo. Usando sus influencias en Washington, el aviador logró que se conservara el contrato para construír un sólo avión, el que finalmente salió de la planta en 1947. Tuvo que ser llevado por tierra en partes debido a que la planta no tenía una pista del tamaño adecuado para que el avión pudiera despegar, aunado a que era un hidroplano, es decir, que sólo podía despegar o aterrizar en agua.

Sirvan estas fotos nada más para que se den una idea del tamaño y los problemas que representó llevarlo de la planta cerca a Los Angeles, California, a la bahía en donde podrían hacerse las pruebas de flotación y vuelo necesarias.






Finalmente. El 2 de noviembre de 1947, hizo sus pruebas el Sr. Hughes, a los mandos de su creación, con invitados especiales a bordo, mas una multitud de reporteros tomando película del evento en los alrededores, tal vez esperando que se hundiera o no volara... pero se quedaron con las ganas.


Si bien es cierto que no hizo un vuelo espectacular, el sólo hecho de haber despegado de la superficie del agua fue algo que muy pocos esperaban que sucediera. Este sólo momento garantizó que el Spruce Goose pasara a la posteridad.

Después de este, su único vuelo, fue guardado en un hangar, listo para volar, hasta 1976, en que el millonario falleció y la cuadrilla que él pagaba fue despedida. El guardar este aparato en un hangar en condiciones adecuadas y con personal que lo cuidaba costaba la friolera de un millón de dólares al año. Pero era Howard Hughes...

Después de regateos entre el Gobierno de EUA y museos que deseaban conservar, al menos, una parte de ese monumental avión, encontró su resguardo en el Evergreen Aviation & Space Museum en McMinnville, Oregon, no muy lejos de Portland, en un hangar especialmente preparado para recibrlo y preservarlo para la posteridad.

Y como ésta, hay otras historias de aviones fallidos por una cosa u otra: el XB-70: un bombardero supersónico que, después de un trágico accidente de uno de los dos prototipos existentes, el restante fue confinado al Museo de la Fuerza Aérea de EUA en Dayton; o el Horten alemán, uno de los primeros aviones jet del tipo de ala voladora, desarrollado por la Luftwaffe nazi, pero que no estuvo a tiempo para hacer la diferencia a favor del Reich; por citar sólo algunos ejemplos. Sin embargo, se han podido conservar algunos ejemplares de esas naves que no pudieron levantar el vuelo, así como planos, diseños y otras cosas que nos han permitido conocer su historia y las vicisitudes que llevaron a estas máquinas a ser proyectos inconclusos.

Pero Canadá me ayudó a conocer una historia no tan romántica. Más bien envuelta en intriga política, intereses encontrados, y un país que se sintió traicionado por sus gobernantes por haberles fallado en uno de sus proyectos más importantes y significativos: el AVRO Arrow.

Primero (como habrán de imaginar), un poco de historia. AVRO era una fábrica de aviones inglesa que fue de las pioneras en la industria aeronáutica inglesa. De sus talleres surgieron modelos de gran importancia en la Real Fuerza Aérea como el Lancaster, bombardero que fue pieza clave de la contraofensiva inglesa contra Alemania; o el Vulcan, único bombardero con capacidad de carga nuclear de la RAF y con un diseño innovador de ala delta sin cola:


Pero después del Vulcan, AVRO entro en decadencia y cerró.

Paralelamente, inició operaciones en Canadá, convirtiéndose en una empresa enteramente orientada hacia este país. Desarrolló varios modelos de aviones militares, pero destacó uno en particular: el Arrow.

Concebido como un interceptor de alta eficiencia, su diseño y construcción fue 100% canadiense y, según los que saben de estas cosas, superaba por mucho a aviones estadounidenses similares. Se calculaba que podría superar Mach 2 (es decir, volar dos veces la velocidad del sonido) con motores Orenda Iroquois, de desarrollo y fabricación canadiense. AVRO había logrado superar, con creces, a sus competidores en EUA e Inglaterra.

Damas y caballeros: el AVRO Arrow.


¡De verdad que era bonito el bendito avión!

Se hicieron pruebas de carreteo y de sobrevuelo, y en todas, aun sin el 100% de sus capacidades, logró resultados sobresalientes. Era el orgullo de Canadá, habiendo sido presentado con gran pompa y circunstancia a propios y extraños.



Se hicieron, en total, 6 prototipos para pruebas y, eventualmente, para ofrecerlo a potenciales compradores, como los británicos, los estadounidenses y otros países. Sin embargo, por diversas razones, la cruzada para mostrar las virtudes y maravillas del Arrow fue infructuosa.


Y es aquí donde empieza la teoría de la conspiración, la leyenda o la fatalidad en contra de este logro aeronáutico canadiense.

Las versiones oficiales señalan que los costos de desarrollo y producción habían excedido las estimaciones del gobierno del entonces Primer Ministro John Diefenbaker, quien ya lo veía como un elefante blanco; aunado al surgimiento de los misiles balísticos, que estaban desplazando a los bombarderos como medio de transportar bombas convencionales o nucleares, por lo que un interceptor como el Arrow resultaba inoperante y obsoleto; por lo que ordenó la cancelación del proyecto (estamos hablando de alrededor de $5 millones de dólares canadienses de 1959, por unidad, que eran todo el dinero del mundo). La reacción popular fue de indignación generalizada, pero no se quedó ahí. La segunda parte de la orden fue la destrucción total de todo el material de investigación y desarrollo de Arrow, así como de los 6 prototipos, hasta poder venderlos como chatarra, al igual que mucha de la maquinaria y equipo usados en la construcción y pruebas. Cintas de computadora (muuucho antes de los USB), listados, notas, fotos, gráficas... todo debía desaparecer de la faz de la tierra. Nuevamente la versión oficial: evitar que ese material revolucionario cayera en manos enemigas, léase soviéticas.

Así fue la destrucción de los seis Arrows:





Pero está la otra versión... la que no es tan oficial, y sí más cruda y, obviamente, muy difícil de comprobar.

 ¿Qué hubo detrás de la cancelación del AVRO Arrow? Se habla de los intereses de la industria aeronáutica militar de EUA, que veía al Arrow como una amenaza real de perder millonarios contratos por el avión canadiense. Eso hizo que se presionara al entonces presidente Eisenhower, quien a su vez "convenció" al Primer Ministro que lo que más le convenía a Canadá no era envolverse en una aventura imposible de hacer aviones de alto poder militar, y que, para que su país tuviera aviones de calidad le vendería, por una fracción del costo del desarrollo del Arrow, aviones F-101 Voodoo, pero de segunda mano...

¿La destrucción de toda la información del Arrow? Para que que público se olvidara de ese tema y que su poderoso vecino de Washington estuviera contento. Aparte, todo el personal de desarrollo e investigación, curiosamente, después de salir de AVRO encontraron trabajo en empresas estadounidenses como North American Aviation, e incluso llegaron a formar parte del programa espacial, y ayudaron a que EUA pudiera poner astronautas en órbita en 1962.

Y todo indicaba que esa oscura cruzada tendría éxito...

Pero hubo gente dentro del proyecto que no estaba conforme con ese designio tan denigrante para un logro tan importante para la industria y la moral canadienses. Se conservaron, de manera clandestina, algunos de los planos, fotos, pocos testimonios fílmicos y otros materiales. El Arrow no iba a ser olvidado tan fácilmente.

Así nació la leyenda del AVRO Arrow: el avión que Canadá se negó a olvidar.

Diefenbacker salió del gobierno seis años después, y es considerado uno de los peores Primeros Ministros de la historia de este país. Todo indica que el hombre tomó muy malas decisiones en su mandato. Mucha de la gente involucrada en el proyecto Arrow ya había tomado su propio derrotero personal y profesional, y no hubo nunca oportunidad de revivir al avión que había sido el orgullo del poderío aéreo con una hoja roja de maple por escudo.

Pero el Arrow estaba latente en la mente de mucha gente, de muchos giros profesionales.

En 1997 CBC, la empresa pública de TV de Canadá, produjo una miniserie sobre el Arrow, en la que se relata, como podrán imaginar, desde que el avión fue sugerido, hasta la cancelación tormentosa y los intentos de sepultar su existencia. Cargado de dramatismo y la visión de los productores y escritores de la serie, este programa puso en los medios el tema del avión que Diefenbacker quiso erradicar. Y empezaron a aparecer personas con partes del rompecabezas del interceptor. Pero también se abrió el debate serio sobre si sería válido traer del lugar de los muertos al infortunado avión. Las opiniones polarizadas entre el tajante "SI" y el cereblral "NO" se dejaron escuchar en diversos foros.

En 2012, cuando los cazas CF-18 de Canadá se acercaban a su período de baja por uso y antigüedad, se planteó reemplazarlos con unidades F-35, de fabricación norteamericana, con un costo absurdamente alto, y aun en fase de desarrollo en ese tiempo. El gobierno del entonces Primer Ministro Stephen Harper fue bombardeado por las críticas de que era un dispendio comprar esos aviones, que se debía alargar la vida útil de los CF-18 existentes. Y en medio de esas voces inconformes, el nombre del AVRO Arrow volvió a surgir como una opción real contra los F-35 y, sobre todo, era CANADIENSE.

Los detractores de esta idea, con buena razón, apelaron a decir que no se podía usar un avión de 1959 en el Siglo XXI. El no tener tecnología "stealth" (de baja detectabilidad por los equipos de rastreo y radar) lo hacía muy vulnerable, aun con el tema de la velocidad mágica que se le atribuyó siempre, pero que no hubo ni tiempo ni oportunidad de verificar, por la cancelación de proyecto. Igualmente, los sistemas electrónicos y de armamento ya eran absurdamente obsoletos (¡vamos, de casi 60 años!), y no se tenía certeza de que pudiera tener éxito en un combate aéreo con algún caza ruso o chino, que son ahora los potenciales contrincantes en un conflicto local o global.

Cuando conocí de la historia del Arrow, usé el recurso socorrido por todos, o casi todos en este planeta para obtener información: Google. Y la cantidad de información que hay es impresionante. Y, de alguna manera, hay gran cantidad de material fílmico de la época, incluso uno de los documentales promocionales del avión. Sin contar reportajes, artículos periodísticos, su ficha de Wikipedia (por supuesto), y gran cantidad de referencias de la época, pero también muy recientes. Hubo quien, aprovechando una de las leyendas en el sentido de que habían logrado ocultar uno de los aviones del hacha exterminadora (bueno, soplete de acetileno), hizo una especie de miniserie en computadora en que presenta cómo el Arrow logra ahuyentar a un bombardero estratégico ruso que sobrevolaba el norte de Canada, cerca al Círculo Polar... en 2018. Debo admitir que las figuras humanas de la animación dejaban bastante que desear, pero la acción de los aviones sí era muy interesante, y la historia se antojaba de un romanticismo que uno quisiera abrazar.

Casi con ganas de que, efectivamente, en un hangar oculto en las montañas del Norte de Canadá, un poderoso caza interceptor, de una época ya pasada y olvidada, espera salir de nuevo a a luz del día a defender a Canadá de cualquier amenaza que pudiera tener. Que su fuselaje blanco, con grandes alas delta, vuele en los cielos árticos e imponga su presencia contra cualquier adviersario. Y, una vez cumplida la misión, regrese a su cubil para esperar al siguiente avión que entre a espacio aéreo canadiense con propósitos aviezos.

Yo tengo un modelo de armar del AVRO Arrow, que conseguí en Ebay (¿dónde más?), y que es realmente muy raro. Pero tengo algo más de este avión: una pintura, que obtuve de una forma peculiar. En el supermercado al que vamos a hacer nuestra despensa, se colocan pinturas y memorabilia enmarcada, que se pone en subasta para caridad. Hay un pequeño block en el que uno pone sus datos y la cantidad que ofrece para la subasta. Yo hice eso con el cuadro del Arrow, pensando que alguien daría un mejor precio y lograría quedarse con él, pero valía la pena intentar. Cual fue mi sorpresa cuando me llamó por teléfono el organizador de la rifa para avisarme que mi oferta había sido la mejor, y que la obra era mía. Para alguien que no saca ni reintegro en la lotería, era toda una noticia. Total que nos quedamos de ver unos pocos días después para yo pagar y recibir el cuadro. Llegada la fecha y la hora, nos vimos en el lugar pactado (en otro supermercado), le dí el dinero y me entregaron la pieza subastada, y que ahora espera el momento para que la cuelgue en mi oficina, tan pronto pinten los muros.

Independientemente de la buena suerte por la subasta, el cuadro me llamó la atención. Un avión con esa historia, merece no ser olvidado.



Cuando lo que uno encuentra en la realidad supera a la fantasía, y le da un sabor más delicioso a vivir en el exterior.