11 diciembre, 2016

El final de una era

Cuando uno vive en el exterior, se pueden conocer diferentes perspectivas de la realidad y, con ello, enriquecer el intelecto y el espíritu.

Ya hemos platicado antes sobre el ser observadores de la Historia y el estar en el lugar correcto, en el momento preciso. No hay repeticiones, ni nadie la puede detener para que nos pongamos en el mejor lugar.

Y ese devenir marca las generaciones. Las experiencias vividas desde la infancia y que marcan la vida de una parte u otra de la Humanidad, Incluso de toda ella.

Y cada generación tiene sus símbolos, sus héroes y villanos, sus íconos... su inicio y su final.

Y en el caso de mi generación, y las inmediatas anteriores, estamos presenciando el final de una era. Y de la manera menos agradable: los personajes que han sido pilares de ella han iniciado su camino hacia el reino de la leyenda.

En los últimos tres años, una cantidad significativa de personajes que marcaron el rumbo de estas generaciones han fallecido. Los "baby boomers" y la llamada "Generación X" estamos viendo la partida de hombres y mujeres que, por mucho tiempo, consideramos como parte de nuestra vida diaria. Nombres como Leonard Cohen, Gonzalo Vega, Mickey Rooney, Ariel Sharon, Mario Cuomo, David Bowie, Prince, Gene Wilder, Leonard Nimoy, Harper Lee, George Kennedy, Mario Almada, Juan Gabriel, Rubén Aguirre, por sólo citar algunos, muchos de ellos en sus 70'sy 80's, unos más incluso en sus 90's, marcaron diversas etapas de nuestra infancia, juventud, e incluso de la vida adulta.

La música, la literarura, la política, el arte, el teatro, la televisión. Nuestra vida diaria resintió estas pérdidas. Fueron nombres y personas que vimos desde nuestra infancia, otros incluso desde la juventud de nuestros padres. Figuras que desde fines de la Segunda Guerra Mundial ya formaban parte del imaginario colectivo, en forma de voces de radio, personajes en el escenario o en la pantalla cinematográfica. Incluso quienes dieron el salto mortal hacia la televisión. Autores, autoras, actores, actrices, cantantes, líderes de estado y de opinión. Todos con algo en común: en algún momento fueron seres humanos que dejaron una huella profunda en nuestras vidas, a través de una sonrisa, una lágrima, una frase sensata, o incluso un error garrafal. Cada quien conoce esa huella y la conserva en su memoria y en su alma.

Conforme una generación cede su lugar protagónico a la que sigue, el ver cómo esas personalidades van despareciendo, es un recordatorio de la brevedad de la vida del ser humano en el contexto del Universo mismo. El que tengamos 2 millones de años sobre el planeta no se compara con los millones de años que han pasado desde que los dinosaurios dominaron la faz de este mundo, o los que han transcurrido desde que los continentes tomaron la forma que actualmente conocemos. Un latido en el corazón de la Creación.

Sin embargo, para nosotros, esos 50, 60 o 70 años son una eternidad. Es el cambio de usar pantalón corto, a empezar a salir solos (sin chaperón); de tomar refresco a conocer los efectos del alcohol; de recibir dinero para nuestros gastos por nuestros padres, a ganarlo en un salario. Un crecimiento que nosotros vemos lento, ya que se da con el día a día, pero que vemos vertiginoso en nuestros hijos. La relatividad que documentó Einstein en incomprensibles ecuaciones, pero que todos los padres hemos vivido desde siempre.

Y es algo normal, y hasta muy sano, diría yo. Es cierto que muchos hemos dicho alguna vez que "el tiempo pasado fue mejor", "¡ah qué tiempos, señor Don Simón!" y esas frases exaltando un pasado que, bien sabemos, ya no regresará. Pero lo mismo hicieron alguna vez nuestros padres, nuestros abuelos, y las generaciones que les precedieron. En el fondo muchos pensamos que nuestros tiempos han sido los mejores, y tal vez sí sea cierto. Fue la época en que crecimos, en que hicimos nuestra primera travesura, dimos el primer beso, conocimos el dolor del desamor, ganamos el primer sueldo, tuvimos nuestro primer auto, y tántos otros momentos que cambiaron el curso de nuestra vida para siempre, a veces para bien, a veces para aprender a no volverlo a hacer.

Charles Dickens nos enseñó, en "Historia de Dos Ciudades", que la época que ha vivido uno puede ser el pináculo de nuestra existencia o el abismo de nuestro vivir: Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Era la época de la sabiduría, era la época de la ignorancia. Era el período de la fe, el período de la incredulidad. La era de la luz y la era de la oscuridad. La primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Lo teníamos todo y no teníamos nada...

Presenciamos el final de una era, para ver la entrada triunfal de otra, que promete ser mejor. Ya el tiempo lo confirmará.

Un pensamiento en los últimos instantes de este año, desde el exterior.

02 octubre, 2016

Debe llegar a donde jamás ha llegado el ser humano...

Cuando uno vive en el exterior, se puede tener la fortuna de poder reencontrarse con cosas del pasado que han sido siempre placenteras.

Este año de 2016 se ha caracterizado por diversos aniversarios y el recuerdo de epopeyas. Y he disfrutado de esas conmemoraciones porque son de cosas que me gustan muy en especial.

Como muchos de mi generación, crecimos y pasamos buena parte de nuestra infancia al pie de la televisión, a la que unos le llaman "la caja idiota", pero otros, como yo, la vemos como una ventana a lugares, personas, épocas, que están muy lejos de nuestro alcance, o como se llamaba un programa de esos tiempos del Canal 4: "Una Ventana al Mundo".

Gracias a ese milagroso aparato, podíamos ver eventos que ocurrían en otra parte de la ciudad, del país, del hemisferio, o del mundo... e incluso fuera de la Tierra. Lo mismo nos daba a conocer lo que era el acontecer del día a día en los noticieros, o nos hacía vibrar con historias llenas de sentimiento, también nos hacía cantar y disfrutar la música de nuestros artistas favoritos, sacándolos de la imaginación del disco o de la radio y poniéndoles rostro y figura.

Recuerdo que de chico solía ver los documentales que pasaban antes de la programación regular a mediodía. Eso me ayudó a conocer las maravillas de la ciencia. El "Informe Científico" se hizo una costumbre que trataba de preservar en vacaciones y en días en que no podía ir a la escuela. De ahí mi amor a la ciencia, la tecnología, y el espacio.

Trataba de ver los lanzamientos de los cohetes Saturno V y las cápsulas Apolo a la Luna. Se oía tan increíble que era más bien motivo de broma, pero para mí era algo serísimo. Ya desde antes veía el Atlas que tenían mis papás y que le habían comprado a Selecciones, la revista mensual que nos daba desde chistes hasta versiones condensadas de libros de autores famosos. Buscaba la parte que se refería al Sistema Solar, con lo más preciso que se conocía hasta esa época (mediados de los 60's del Siglo XX) pero al alcance del ser humano normal.

Recuerdo entre sombras la llegada del Apolo 11, y cómo la narraban Jacobo Zabludovsky y Miguel Alemán Velasco, de la entonces Telesistema Mexicano, ahora Televisa. Con voces emocionadas recalcaban una y otra vez que las imágenes de la pantalla eran en vivo... "desde la superificie de la Luna... desde la superificie de la Luna... se dice fácil".

Estuve buscando un video de ese momento histórico, pero lo que he podido encontrar ha sido una parte de un especial que se hizo algna vez y que incluía esa parte. Con las reservas del caso, aquí se los comparto:



Y luego fue ver el surgimiento del transbordador espacial, hasta que una mañana de enero de 1986, estando entre dormido y despierto viendo la transmisión del despegue del transborador "Challenger", el mundo entero, yo entre todos ellos, vimos como estalló en mil pedazos, dejándonos mudos entre asombro y espanto ante algo que nadie había visto en esa generación. Ya estaba yo en el Servicio Exterior y viviendo en Estados Unidos en 2003, cuando mi pasmo nuevamente salió a flote al ver los pedazos del transbordador "Columbia", el primero en ser usado en el programa, caer como meteoros sobre Texas mientras iniciaba el reingreso a la Tierra.

Nadie dijo que ir al espacio fuera sencillo o sin riesgos...

Sin embargo, la exploración del Cosmos siempre ha tenido un aspecto romántico. Desde los libros de Julio Verne, hasta los hallazgos de astrónomos desde la antigüedad, el voltear la vista hacia el cielo nocturno y ver las luces que, a la distancia, han acompañado a la Humandidad desde sus orígenes hasta este día, ha sido motivo del trabajo del intelecto y de la imaginación, por igual.

El intelecto es el campo de la ciencia. La imaginación nos ha llevado a soñar y especular sobre lo que hay en esas luces celestiales. Y el poder viajar a los confines del Universo ha sido el tema de novelas, cuentos y, más recientemente, de películas y programas de radio y televisión.

Ya mencionamos los libros de Verne, pero podemos referirnos a autores como Asimov. Arthur C. Clarke, Lem, Bradbury, H.G. Wells, y tantos otros, algunos no tan célebres, que en sus palabras que detallaban vehículos prodigiosos y aventuras imposibles, hacían la delicia de chicos y grandes, por igual. Personajes como Buck Rogers, Flash Gordon, Nick Carter, llevaban a sus lectores a los anillos de Saturno o a galaxias lejanas a enfrentar a villanos despiadados, ansiosos de conquistar nuestro mundo.

El cine nos trajo historias que, aparte de la imaginación, nos alimentaban con imágenes de naves espaciales, cohetes de poder inmesurable, héroes guapísimos y extraterrestres seductoras, y títulos como "El Día en que la Tierra se detuvo", "2001, una odisea en el espacio", "Invasión de los Platillos Voladores", "La Guerra de los Mundos", y más recientemente "Star Wars", forman parte de los clásicos cinematográficos de todos los tiempos.

Y llegó la televisión. Y con ella las series que, semanalmente, nos traían nuevas y fantásticas aventuras, tal vez sin la ostentosidad y los grandes presupuestos del cine, pero sí con libretos ingeniosos y actuaciones que, con el tiempo, se volvieron legendarias. Yo viví esa parte de esta historia, y hubo dos series de temática espacial que dominaron mi infancia y juventud: "Perdidos en el Espacio" y "Viaje a las Estrellas". Si bien son disímbolas en su tema, ambas fueron íconos de su época, catalogadas como clásicos del género, y han acumulado una gran audiencia y fanaticada (fans, como les dicen ahora). Los clubes de admiradores de las dos series tienen miles y miles de socios en muchas partes del mundo. Y ambas han generado fenómenos culturales difícilmente comparables.

A diferencia de otros clásicos de la pantalla chica, la vida de estas dos series fue efímera (3 temporadas cada una), una por falta de audiencia, otra por altos costos y "raitings" en declive. Los ejecutivos tenían que ver por el bien de los estudios, aun cuando las series tuvieran seguidores sólidos, pero no en cantidades suficientes como para justificar su permanencia en la programación. Las dos sobrevivieron gracias a lo que se conoce como "sindicación", es decir, vender la serie a las televisoras locales y que fueran ellas las que transmitieran los episodios como y cuando quisieran. Eso hizo que "Viaje a las Estrellas" y "Perdidos en el Espacio" continuaran en el gusto de la audiencia a nivel de Estados Unidos. Igualmente pasó con la distribución internacional. Las repeticiones hicieron que cada vez más y más gente les ganara gusto, hasta el día de hoy.

Cada serie ha celebrado su 50 aniversario.


Ya en el plano de gusto personal, de "Perdidos en el Espacio" me agradaba casi todo, excepto el Dr. Smith (el "villano" que, más que serlo, era el torpe que se metía en problemas) y Will Robinson (el chico listo que hacía pareja con el Dr. Smith para meterse en líos y tratando de hacerle entender lo equivocado de sus enredos). Los demás personajes tenían aportaciones interesantes, pero eran siempre opacados por el dueto, con la presencia del robot, mezcla de ingenio y "tecnología". Pero lo que siempre me encantó fue la nave: el Júpiter 2. Me causó siempre un gran magnetismo al grado de que, después de ansiar toda mi vida que algún día existiera un modelo de armar, Delia lo pudo encontrar y me lo regaló de cumpleaños en 2001, recién llegados a California. No les cuento la felicidad que me embargó entonces, y esa nave es un proyecto pendiente, a fuerza de querer hacerlo tan perfecto que avanza casi una pieza por día, cuando ha habido avances.

Y está "Viaje a las Estrellas". O "Star Trek", por su nombre en inglés.

Un concepto totalmente distinto, ST ha sido una serie que ha generado un fenómeno único en la historia de la televisión, la ciencia-ficción y la mecánica social.

Como les comentaba arriba, esta serie estaba condenada al olvido, incluso cuando estaba originalmente al aire. La presión de sus admiradores hizo que se le tuviera al aire para su tercera y última temporada, Miles y miles de cartas enviadas a NBC (la cadena de TV que la transmitía) hicieron que se revirtiera la decisión, ya tomada, de cancelar el programa. Al término de ese indulto el final fue inevitable y, como dijimos, entró al campo de la sindicación, y lo demás fue historia.

Esta serie buscaba, dentro de un papel de entretenimiento, ser un programa dirigido a adultos que pudieran divertirse y, a la vez, pensar en temas de actualidad: discriminación, guerra, diversidad, y un futuro promisorio, en el que la pobreza y la enfermedad ya no eran problemas que aquejaran a la Humanidad, sino el conocer otros mundos y otras civilizaciones.

O, como decían en la introducción en español de cada episodio, "debe llegar a donde jamás ha llegado el ser humano".

Con guiones inteligentes, simbolismos sutiles y a la vez elocuentes, humor, mujeres hermosas (todo ayuda, por supuesto), protagonistas  y personajes únicos e identificables (Spock, por sólo dar un ejemplo), y un vehículo que los llevara de un planeta a otro a velocidades inimaginables (la nave estelar Enterprise), "Viaje a las Estrellas" sobrevivió a su muerte televisiva para entrar al Universo de la leyenda y a la iconografía del Siglo XX, e incluso del XXI.

Mi afición por la serie me ha llevado a tenerla en BluRay, el haber armado varios modelos del Enterprise y tener otros más en espera, incluso haber conseguido playeras similares a los uniformes de los oficiales de la Flota Estelar.

Y después llegó la segunda encarnación de la franquicia: "La Nueva Generación", con nuevos personajes, diferentes situaciones, pero recuperando conceptos originales como los klingons (unos de los villanos, que más bien son guerreros) y la propia Enterprise, ahora una nave todavía más moderna y sofisticada. Esta serie logró su propia identidad y su propia membresía de admiradores, pero también como parte del Universo de la serie original. Le siguieron otras secuelas, y luego las películas de largo metraje, tanto con los actores y personajes originales, como con los de la nueva generación.

Ya en tiempos más recientes, y luego de varios años sin nada nuevo en esta franquicia, en 2009 se estrenó una película que es una mezcla del concepto original, con elementos nuevos que buscan darle una indivdualidad, para no ser tachada de una mala copia de la original, sino algo nuevo para una nueva generación de "trekkers", como se nos ha dado en llamar a los admiradores de "Star Trek". Después de tres millonarias películas, una cuarta en producción, una serie en desarrollo y un ejército mundial de admiradores, "Viaje a las Estrellas" está vivita y coleando.

Pude ir a una de las convenciones que se organizan cada año en diferentes partes del mundo, esa vez en Pasadena, California, y tuve la oprtunidad de conocer personalmente a una de las actices de la serie: Nichelle Nichols, quien interpretaba a la Teniente Uhura, la oficial de comunicaciones del Enterprise. Una dama extremadamente amable, que se tomó fotos conmigo y con Rebeca, entonces una bebita. Me autorgrafió su libro de memorias. Fue una oportunidad inolvidable.

El haber podido llegar a los 50 años de estas dos series de mi infancia y juventud me hace sentirme muy afortunado. Iconos de mis primeros años de vida, y que se convirtieron en leyendas de su tiempo, y que nos daban la imagen optimista de un futuro mejor, la esperanza de una tecnología que salvaba vidas y nos acercaba más a las estrellas. Que nos hacían ver que el espacio no estaba tan lejos, que no sólo los cohetes eran los únicos vehículos para ir a las estrellas, ni los astronautas eran los únicos que podían abordar y conducir esas naves de ensueño. Todas esas maravillas estaban al alcance del botón para encender la televisión.

Aniversarios gozosos que me han tocado en el exterior.

25 agosto, 2016

Por el eterno descanso...

Cuando uno vive en el exterior se tiene la oportunidad de observar el entorno que nos rodea con una visión propia, diferente a la que tienen los que viven ese entorno como algo cotidiano.

Cuando llegamos a Canadá, como ha sucedido en cada lugar al que hemos llegado, incluyendo la Patria, era terra incognita, tierra desconocida, y lo que se hace en estos casos es empezar a explorar y observar. Cada día era un nuevo descubrimiento, una nueva experiencia, una nueva anécdota para la hora de la cena.

Y así descubrimos los invernaderos, la Marina de Leamington, el puente Ambassador, los trabajadores en el centro de Leamington, lugares donde comer, nuevos amigos, una nueva oficina...

Pero hubo algo que atrajo mi atención casi desde mi llegada, ya que lo encontré desde los primeros días en esta region.

Los cementerios.

Y no es que no deba haberlos, ¡claro que debe haberlos! Es una necesidad del ser humano de dar un lugar de descanso digno a los que lo preceden a uno en la ruta hacia la Eternidad. Y desde siempre se ha designado un espacio en la ciudad, el pueblo, la comunidad, o como la queramos llamar, en donde depositamos los restos de nuestros muertos, y dejamos marcas para identificar el sitio en donde reposan por el resto de los tiempos. Las lápidas de las tumbas han sido una tradición y, adicionalmente, un modo de vida para muchas personas a lo largo de los años, sin importar en qué parte del mundo estemos, han dedicado su energía y su esfuerzo en esculpir la piedra o el mármol, hasta crear una señal visible en que se asienta el nombre de quien está sepultado en ese punto, así como las fechas que significaron su llegada y su partida de este mundo.

La cultura de disponer de los restos mortales de las personas ha estado cambiando, junto con los tiempos. Prácticas como la cremación son cada vez más socorridas, tanto por motivos económicos (una urna es siempre más barata que un féretro), como el hecho de que el espacio en los cementerios es cada vez más escaso. Las criptas con nichos para acomodar varias urnas se vuelve la opción para dar un lugar de resguardo de las cenizas de nuestros seres queridos. 

En lo personal, yo prefiero que, cuando llegue mi hora, manden mis cenizas al espacio, así no hay el tema de comprar espacios para la dichosa urna, y me cumple un sueño que he tenido desde la infancia: poder viajar al Cosmos. Si bien es cierto que esta opción ya existe, es todavía costosa, y la verdad prefiero que mi familia disfrute de esa plata, a que la quemen en ponerme en un cohete para  orbitar la Tierra una vez cada doce minutos por los próximos 50 años o más, hasta que la órbita decline y regrese envuelto en flamas, como chatarra espacial.

Pero volviendo al tema de los cementerios de Leamington, la cuestión no es que los haya. Es el hecho de que están por todas partes, y como los cementerios británicos de las pequeñas villas, los tiene uno a la vista, a lo más, cercados por una barda de herrería. Y puede uno ver cómo cambian los gustos por la moda o el presupuesto al momento de escoger la lápida. Y se ven fechas que se remontan a principios del Siglo XX para marcar el nacimiento del ahora difunto. Las fechas de fallecimiento son variadas, desde pocos meses de edad hasta años que muestran vidas longevas y, ojalá, vividas intensamente.

Para muestra un botón:






Los he encontrado en los lugares más disímbolos y con una frecuencia, en mi opinión y experiencia, inusitada. Por ejemplo: en la calle principal de Leamington, la calle Erie, hay uno cerca al Walmart del pueblo, junto a una oficina de bienes raíces. Muy céntrico, podría decir. Y, por las lápidas, es de deducisrse que tiene ahí muchos años. Puede pensarse que la ciudad creció y absorbió el cementerio, que posiblemente estaba a las afueras de la población.No tengo certeza de ello.



Esta visión se refuerza con otro caso: en el cruce de dos caminos vecinales, a las afueras de Leamington, hay un cementerio que está a ambos lados de la carretera, una parte viendo a la otra. Dudo que el camino haya cortado al camposanto, mas bien pienso que, por necesidad, se hizo en dos partes, aprovechando que había dos lotes disponibles, ambos pequeños.

En Windsor he podido encontrar cementerios dentro de la zona urbana, de hecho en sectores residenciales. Podría ser también el caso del crecimiento que incorporó estos lugares de último descanso.


Hace poco vino mi amigo Gerardo, del que ya les había contado en una entrega previa (¿se acuerdan de Manolito y Buck?), y era la primera vez que visitaba esta parte de Canadá. Y me decía, con cierto asombro, que no veía a nadie en las calles, que parecía una ciudad desierta (considerando que él vive en la zona urbana de Chicago, esta región por supuesto que le parece abandonada). Al mostrarle algunos de los cementerios que hay en la carretera hacia Leamington, le quedó claro dónde estaba todo el mundo... Me agradó la broma.

Pero esta abundancia de panteones (en mi opinión un nombre poco adecuado, ya que el Panteón original, en Grecia, era un templo para todas las deidades que no eran griegas, como muestra de respeto hacia las diferentes creencias que se encontraban en el imperio regido por Atenas) lo pone a uno a meditar sobre la brevedad de la vida y lo frágil que resulta, ya que se puede perder en cualquier momento y por un sinnúmero de causas.

En mi tiempo de Cónsul en esta región me ha tocado saber del caso de tres trabajadores que han fallecido, no necesariamente por causa de su trabajo. El primero, a principios de este año, era un que había sufrido, ese sí, un accidente en su trabajo y había quedado cuadrapléjico, de eso hace tres años. Se había tenido que quedar en Canadá para seguir su tratamiento, incluso su esposa estaba con él acá. E inesperadamente supe que había fallecido. El seguro que cubre al programa de trabajadores se encargó del regreso del cuerpo a México para darle cristiana sepultura.

Los otros dos casos los viví más de cerca.

Uno fue el de un trabajador que llegó a Canadá y, a las pocas semanas, comenzó a quejarse de dolores en los huesos, y mostraba algo de inflamación en el rostro. Se le llevó al hospital y resultó con cáncer óseo. A decir de los médicos en ese momento, se podría lograr una recuperación significativa con un transplante de médula, pero debería pasar una ruta difícil y complicada de tratamientos, quimioterapia y cuidados. Se le podía mandar de regreso a su vivienda y volvería al hospital para sus tratamientos y monitoreo de la enfermedad. Tuvo algunas crisis y se recuperó en varias ocasiones. La búsqueda de donadores se volvió lenta y difícil, ya que estando en Canadá, el buscar donadores complatibles en su familia, en México se hacía desesperantemente complicado por la obtención de muestras, analizarlas y ver la compatibilidad. Al final ninguno de sus familiares inmediatos resultó idóneo para la intervención. El hospital pudo lograr ubicar un donador compatible y se programó el procedimiento.

Sin embargo, su condición de deteroró un cuestión de días, y luego de horas. Llegamos al punto en que se nos dijo que el fin era inminente.

Paralelamente a esto, hacíamos esfuerzos para poder traer a su esposa para que estuviera con él, inicialmente para que lo acompañara durante el transplante y recuperación, que calculábamos que se prolongaría hasta fines de este año, pero conforme avanzaba el cáncer, la idea cambió para tenerla cerca para que tomara decisiones y pudiera, con un poco de suerte, despedirse de su esposo. Finalmente lo logramos: la señora pudo ver todavía vivo a este muchacho, y pudo pasar los últimos momentos de él a su lado.

Dos días después, mientras decidíamos la manera de brindar apoyo para la estancia de la señora en Canadá por el tiempo que fuera necesario, sonó el teléfono. Unas pocas palabras en el auricular. El muchacho había fallecido.

Nos afectó a todos en la oficina muy profundamente. Habíamos podido ver la evolución del mal, llegamos a abrigar la esperanza de que, con el transplante, pudiera alargarse su vida tal vez hasta el año próximo, así podría regresar y estar con su familia completa hasta el final, pero la esperanza empezó a desvanecerse a medida que los médicos nos decían que habían tenido que ingresar de emergencia al muchacho en el hospital por recaídas y descompensaciones. Después de un tratamiento, lo regresaban a su vivienda, en donde era acompañado por los demás trabajadores, y el dueño de la granja se había solidarizado con el enfermo, al grado de permitir y ayudar para que sus demás trabajadores pudieran verlo un momento en el hospital al finalizar su turno. El pastor de su iglesia de brindaba buena parte de su tiempo para acompañarlo y confortarlo. Llegó al punto en que ningún tratamiento podría ayudarlo más. Su cuerpo había sido acabado por la enfermedad y su debilidad apenas le permitía estar conciente, pero siempre animado.

Para los de la oficina y para mí no fue meramente un número, era Pedro. Y la pregunta de todas las mañanas, al llegar a la oficina era: "¿Cómo va Pedro?". Era en todos la mezcla de la impotencia de no poder acelerar los trámites o los resultados de los análisis, y la tristeza de ver cómo se extinguía lentamente. Eran las visitas de los de la oficina para saber su estado, para saludarlo y animarlo, para conocer de boca de los médicos el avance del cáncer. De una manera u otra, Pedro se hizo parte de nuestra cotidianeidad por varios meses, hasta que perdió la batalla.

Por las mismas fechas, una noticia nos cimbró a todos: un accidente en que un motociclista había arrollado, en un camino vecinal, a tres trabajadores con algunas copas de más. Uno sufrió heridas leves, otro fractura de tobillo y otras heridas más serias, por lo que tuvo que ser internado.

El tercero falleció.

La investigación de la policía exhoneró al motociclista y reveló las condiciones de los afectados. Sin embargo, el conductor ha ofrecido brindar alguna clase de compensación a los deudos. Un noble gesto, sin duda alguna.

La muerte está más cerca de nosotros de lo que nos imaginamos. Un accidente o una enfermedad no detectada a tiempo pueden ser la antesala de terminar nuestros días en este mundo. Y aunque trate uno de prever ese momento, la realidad es que llega cuando menos se espera, y cualquier plan o proyecto se ven truncados.

Pero esa brevedad de la existencia nos hace saborear más intensamente cada momento, cada experiencia, cada vivencia, lo mismo alegre que triste, de pérdida o de reencuentro, de felicidad o de amargura... La vida que comienza a cada instante y se presenta frente a nosotros al inicar el día, al levantarnos para ver el amanecer o al comenzar nuestra jornada sin importar la hora que sea.

La vida no es perfecta. No todo es alegría interminable o felicidad permanente. En el fondo pienso que no tener un contraste a la existencia placentera hace que, al final, pierda ese valor agradable y positivo. Quizá porque no he tenido una existencia perfecta, la mente hace que me consuele diciendo que un poco de tristeza, dolor, frustración, pérdida o derrota, hacen que uno valore todavía más lo que se tiene y se ha logrado.

Mal de muchos...

Sea como sea, todos, o casi todos, valoramos la maravilla de vivir, de abrir los ojos y respirar una bocanada de aire fresco. El don de la existencia se vuelve un bien invaluable, y hacemos todo a nuestro alcance para conservarla. Los esfuerzos de la ciencia para alargar la vida son ampliamente reconocidos, y se aplican a través de la Medicina, los medicamentos, los tratamientos que curan, o alivian al menos, cada vez más enfermedades, y padecimientos dejan de ser crisis endémicas para convertirse en raras apariciones y señal de atraso y subdesarrollo.

La vida es algo maravilloso. Recuerdo una canción que escuché hace años, y que su coro decía: "¡Pero que bella es la vida! Con todo y sus problemas, yo la quiero. Si todo tiene un precio, yo lo pago por vivir". Pienso que es muy elocuente y nos refleja el ansia que tenemos por la vida misma.

Pero donde he encontrado la manera más bella y completa de celebrar la vida, ha sido en un poema de Alberto Cortez. Muchos probablemente lo conozcan por sus canciones, pero también su inspiración se manifestó de este modo. Lo escuché recitarlo al final de una entrevista cuando Ricardo Rocha, quien tenía esa conversación con él, le pedía algun pensamento para cerrar el espacio. Alberto Cortez  le contestó que lo quería hacer "con algunas frases, de algunos versos que pude haber escrito alguna vez como..."
Qué suerte he tenido de nacer,
para estrechar la mano de un amigo
y poder asistir como testigo
al milagro de cada amanecer.

Qué suerte he tenido de nacer,
para tener la opción de la balanza,
sopesar la derrota y la esperanza
con la gloria y el miedo de caer.

Qué suerte he tenido de nacer,
para entender que el honesto y el perverso
son dueños por igual del universo
aunque tengan distinto parecer.

Qué suerte he tenido de nacer,
para callar cuando habla el que más sabe,
aprender a escuchar, ésa es la clave,
si se tiene intenciones de saber.

Qué suerte he tenido de nacer,
y lo digo sin falsos triunfalismos,
la victoria total, la de uno mismo,
se concreta en el ser y en el no ser.

Qué suerte he tenido de nacer,
para tener acceso a la fortuna
de ser río en lugar de ser laguna,
de ser lluvia en lugar de ver llover.

Qué suerte he tenido de nacer,
para comer a conciencia la manzana,
sin el miedo ancestral a la sotana
o a la venganza final de Lucifer.

Qué suerte he tenido de nacer,
Pero sé, bien que sé...
que algún día también me moriré.
Y si ahora vivo contento con mi suerte,
sabe Dios qué pensaré cuando mi muerte.

Cuál será en la agonía mi balance, no lo sé,
nunca estuve en ese trance.

Pero sé, bien que sé...
que en el viaje final escucharé
el ambiguo tañir de las campanas
saludando mi adiós, y otra mañana
y otra voz, como yo, con otro acento,
le dirá a los cuatro vientos...

¡Qué suerte he tenido de nacer!

La maravilla de saborear la existencia, cuando se vive en el exterior.

Por el eterno descanso...

Cuando uno vive en el exterior se tiene la oportunidad de observar el entorno que nos rodea con una visión propia, diferente a la que tienen los que viven ese entorno como algo cotidiano.

Cuando llegamos a Canadá, como ha sucedido en cada lugar al que hemos llegado, incluyendo la Patria, era terra incognita, tierra desconocida, y lo que se hace en estos casos es empezar a explorar y observar. Cada día era un nuevo descubrimiento, una nueva experiencia, una nueva anécdota para la hora de la cena.

Y así descubrimos los invernaderos, la Marina de Leamington, el puente Ambassador, los trabajadores en el centro de Leamington, lugares donde comer, nuevos amigos, una nueva oficina...

Pero hubo algo que atrajo mi atención casi desde mi llegada, ya que lo encontré desde los primeros días en esta region.

Los cementerios.

Y no es que no deba haberlos, ¡claro que debe haberlos! Es una necesidad del ser humano de dar un lugar de descanso digno a los que lo preceden a uno en la ruta hacia la Eternidad. Y desde siempre se ha designado un espacio en la ciudad, el pueblo, la comunidad, o como la queramos llamar, en donde depositamos los restos de nuestros muertos, y dejamos marcas para identificar el sitio en donde reposan por el resto de los tiempos. Las lápidas de las tumbas han sido una tradición y, adicionalmente, un modo de vida para muchas personas a lo largo de los años, sin importar en qué parte del mundo estemos, han dedicado su energía y su esfuerzo en esculpir la piedra o el mármol, hasta crear una señal visible en que se asienta el nombre de quien está sepultado en ese punto, así como las fechas que significaron su llegada y su partida de este mundo.

La cultura de disponer de los restos mortales de las personas ha estado cambiando, junto con los tiempos. Prácticas como la cremación son cada vez más socorridas, tanto por motivos económicos (una urna es siempre más barata que un féretro), como el hecho de que el espacio en los cementerios es cada vez más escaso. Las criptas con nichos para acomodar varias urnas se vuelve la opción para dar un lugar de resguardo de las cenizas de nuestros seres queridos. 

En lo personal, yo prefiero que, cuando llegue mi hora, manden mis cenizas al espacio, así no hay el tema de comprar espacios para la dichosa urna, y me cumple un sueño que he tenido desde la infancia: poder viajar al Cosmos. Si bien es cierto que esta opción ya existe, es todavía costosa, y la verdad prefiero que mi familia disfrute de esa plata, a que la quemen en ponerme en un cohete para  orbitar la Tierra una vez cada doce minutos por los próximos 50 años o más, hasta que la órbita decline y regrese envuelto en flamas, como chatarra espacial.

Pero volviendo al tema de los cementerios de Leamington, la cuestión no es que los haya. Es el hecho de que están por todas partes, y como los cementerios británicos de las pequeñas villas, los tiene uno a la vista, a lo más, cercados por una barda de herrería. Y puede uno ver cómo cambian los gustos por la moda o el presupuesto al momento de escoger la lápida. Y se ven fechas que se remontan a principios del Siglo XX para marcar el nacimiento del ahora difunto. Las fechas de fallecimiento son variadas, desde pocos meses de edad hasta años que muestran vidas longevas y, ojalá, vividas intensamente.

Para muestra un botón:






Los he encontrado en los lugares más disímbolos y con una frecuencia, en mi opinión y experiencia, inusitada. Por ejemplo: en la calle principal de Leamington, la calle Erie, hay uno cerca al Walmart del pueblo, junto a una oficina de bienes raíces. Muy céntrico, podría decir. Y, por las lápidas, es de deducisrse que tiene ahí muchos años. Puede pensarse que la ciudad creció y absorbió el cementerio, que posiblemente estaba a las afueras de la población.No tengo certeza de ello.



Esta visión se refuerza con otro caso: en el cruce de dos caminos vecinales, a las afueras de Leamington, hay un cementerio que está a ambos lados de la carretera, una parte viendo a la otra. Dudo que el camino haya cortado al camposanto, mas bien pienso que, por necesidad, se hizo en dos partes, aprovechando que había dos lotes disponibles, ambos pequeños.

En Windsor he podido encontrar cementerios dentro de la zona urbana, de hecho en sectores residenciales. Podría ser también el caso del crecimiento que incorporó estos lugares de último descanso.


Hace poco vino mi amigo Gerardo, del que ya les había contado en una entrega previa (¿se acuerdan de Manolito y Buck?), y era la primera vez que visitaba esta parte de Canadá. Y me decía, con cierto asombro, que no veía a nadie en las calles, que parecía una ciudad desierta (considerando que él vive en la zona urbana de Chicago, esta región por supuesto que le parece abandonada). Al mostrarle algunos de los cementerios que hay en la carretera hacia Leamington, le quedó claro dónde estaba todo el mundo... Me agradó la broma.

Pero esta abundancia de panteones (en mi opinión un nombre poco adecuado, ya que el Panteón original, en Grecia, era un templo para todas las deidades que no eran griegas, como muestra de respeto hacia las diferentes creencias que se encontraban en el imperio regido por Atenas) lo pone a uno a meditar sobre la brevedad de la vida y lo frágil que resulta, ya que se puede perder en cualquier momento y por un sinnúmero de causas.

En mi tiempo de Cónsul en esta región me ha tocado saber del caso de tres trabajadores que han fallecido, no necesariamente por causa de su trabajo. El primero, a principios de este año, era un que había sufrido, ese sí, un accidente en su trabajo y había quedado cuadrapléjico, de eso hace tres años. Se había tenido que quedar en Canadá para seguir su tratamiento, incluso su esposa estaba con él acá. E inesperadamente supe que había fallecido. El seguro que cubre al programa de trabajadores se encargó del regreso del cuerpo a México para darle cristiana sepultura.

Los otros dos casos los viví más de cerca.

Uno fue el de un trabajador que llegó a Canadá y, a las pocas semanas, comenzó a quejarse de dolores en los huesos, y mostraba algo de inflamación en el rostro. Se le llevó al hospital y resultó con cáncer óseo. A decir de los médicos en ese momento, se podría lograr una recuperación significativa con un transplante de médula, pero debería pasar una ruta difícil y complicada de tratamientos, quimioterapia y cuidados. Se le podía mandar de regreso a su vivienda y volvería al hospital para sus tratamientos y monitoreo de la enfermedad. Tuvo algunas crisis y se recuperó en varias ocasiones. La búsqueda de donadores se volvió lenta y difícil, ya que estando en Canadá, el buscar donadores complatibles en su familia, en México se hacía desesperantemente complicado por la obtención de muestras, analizarlas y ver la compatibilidad. Al final ninguno de sus familiares inmediatos resultó idóneo para la intervención. El hospital pudo lograr ubicar un donador compatible y se programó el procedimiento.

Sin embargo, su condición de deteroró un cuestión de días, y luego de horas. Llegamos al punto en que se nos dijo que el fin era inminente.

Paralelamente a esto, hacíamos esfuerzos para poder traer a su esposa para que estuviera con él, inicialmente para que lo acompañara durante el transplante y recuperación, que calculábamos que se prolongaría hasta fines de este año, pero conforme avanzaba el cáncer, la idea cambió para tenerla cerca para que tomara decisiones y pudiera, con un poco de suerte, despedirse de su esposo. Finalmente lo logramos: la señora pudo ver todavía vivo a este muchacho, y pudo pasar los últimos momentos de él a su lado.

Dos días después, mientras decidíamos la manera de brindar apoyo para la estancia de la señora en Canadá por el tiempo que fuera necesario, sonó el teléfono. Unas pocas palabras en el auricular. El muchacho había fallecido.

Nos afectó a todos en la oficina muy profundamente. Habíamos podido ver la evolución del mal, llegamos a abrigar la esperanza de que, con el transplante, pudiera alargarse su vida tal vez hasta el año próximo, así podría regresar y estar con su familia completa hasta el final, pero la esperanza empezó a desvanecerse a medida que los médicos nos decían que habían tenido que ingresar de emergencia al muchacho en el hospital por recaídas y descompensaciones. Después de un tratamiento, lo regresaban a su vivienda, en donde era acompañado por los demás trabajadores, y el dueño de la granja se había solidarizado con el enfermo, al grado de permitir y ayudar para que sus demás trabajadores pudieran verlo un momento en el hospital al finalizar su turno. El pastor de su iglesia de brindaba buena parte de su tiempo para acompañarlo y confortarlo. Llegó al punto en que ningún tratamiento podría ayudarlo más. Su cuerpo había sido acabado por la enfermedad y su debilidad apenas le permitía estar conciente, pero siempre animado.

Para los de la oficina y para mí no fue meramente un número, era Pedro. Y la pregunta de todas las mañanas, al llegar a la oficina era: "¿Cómo va Pedro?". Era en todos la mezcla de la impotencia de no poder acelerar los trámites o los resultados de los análisis, y la tristeza de ver cómo se extinguía lentamente. Eran las visitas de los de la oficina para saber su estado, para saludarlo y animarlo, para conocer de boca de los médicos el avance del cáncer. De una manera u otra, Pedro se hizo parte de nuestra cotidianeidad por varios meses, hasta que perdió la batalla.

Por las mismas fechas, una noticia nos cimbró a todos: un accidente en que un motociclista había arrollado, en un camino vecinal, a tres trabajadores con algunas copas de más. Uno sufrió heridas leves, otro fractura de tobillo y otras heridas más serias, por lo que tuvo que ser internado.

El tercero falleció.

La investigación de la policía exhoneró al motociclista y reveló las condiciones de los afectados. Sin embargo, el conductor ha ofrecido brindar alguna clase de compensación a los deudos. Un noble gesto, sin duda alguna.

La muerte está más cerca de nosotros de lo que nos imaginamos. Un accidente o una enfermedad no detectada a tiempo pueden ser la antesala de terminar nuestros días en este mundo. Y aunque trate uno de prever ese momento, la realidad es que llega cuando menos se espera, y cualquier plan o proyecto se ven truncados.

Pero esa brevedad de la existencia nos hace saborear más intensamente cada momento, cada experiencia, cada vivencia, lo mismo alegre que triste, de pérdida o de reencuentro, de felicidad o de amargura... La vida que comienza a cada instante y se presenta frente a nosotros al inicar el día, al levantarnos para ver el amanecer o al comenzar nuestra jornada sin importar la hora que sea.

La vida no es perfecta. No todo es alegría interminable o felicidad permanente. En el fondo pienso que no tener un contraste a la existencia placentera hace que, al final, pierda ese valor agradable y positivo. Quizá porque no he tenido una existencia perfecta, la mente hace que me consuele diciendo que un poco de tristeza, dolor, frustración, pérdida o derrota, hacen que uno valore todavía más lo que se tiene y se ha logrado.

Mal de muchos...

Sea como sea, todos, o casi todos, valoramos la maravilla de vivir, de abrir los ojos y respirar una bocanada de aire fresco. El don de la existencia se vuelve un bien invaluable, y hacemos todo a nuestro alcance para conservarla. Los esfuerzos de la ciencia para alargar la vida son ampliamente reconocidos, y se aplican a través de la Medicina, los medicamentos, los tratamientos que curan, o alivian al menos, cada vez más enfermedades, y padecimientos dejan de ser crisis endémicas para convertirse en raras apariciones y señal de atraso y subdesarrollo.

La vida es algo maravilloso. Recuerdo una canción que escuché hace años, y que su coro decía: "¡Pero que bella es la vida! Con todo y sus problemas, yo la quiero. Si todo tiene un precio, yo lo pago por vivir". Pienso que es muy elocuente y nos refleja el ansia que tenemos por la vida misma.

Pero donde he encontrado la manera más bella y completa de celebrar la vida, ha sido en un poema de Alberto Cortez. Muchos probablemente lo conozcan por sus canciones, pero también su inspiración se manifestó de este modo. Lo escuché recitarlo al final de una entrevista cuando Ricardo Rocha, quien tenía esa conversación con él, le pedía algun pensamento para cerrar el espacio. Alberto Cortez  le contestó que lo quería hacer "con algunas frases, de algunos versos que pude haber escrito alguna vez como..."
Qué suerte he tenido de nacer,
para estrechar la mano de un amigo
y poder asistir como testigo
al milagro de cada amanecer.

Qué suerte he tenido de nacer,
para tener la opción de la balanza,
sopesar la derrota y la esperanza
con la gloria y el miedo de caer.

Qué suerte he tenido de nacer,
para entender que el honesto y el perverso
son dueños por igual del universo
aunque tengan distinto parecer.

Qué suerte he tenido de nacer,
para callar cuando habla el que más sabe,
aprender a escuchar, ésa es la clave,
si se tiene intenciones de saber.

Qué suerte he tenido de nacer,
y lo digo sin falsos triunfalismos,
la victoria total, la de uno mismo,
se concreta en el ser y en el no ser.

Qué suerte he tenido de nacer,
para tener acceso a la fortuna
de ser río en lugar de ser laguna,
de ser lluvia en lugar de ver llover.

Qué suerte he tenido de nacer,
para comer a conciencia la manzana,
sin el miedo ancestral a la sotana
o a la venganza final de Lucifer.

Qué suerte he tenido de nacer,
Pero sé, bien que sé...
que algún día también me moriré.
Y si ahora vivo contento con mi suerte,
sabe Dios qué pensaré cuando mi muerte.

Cuál será en la agonía mi balance, no lo sé,
nunca estuve en ese trance.

Pero sé, bien que sé...
que en el viaje final escucharé
el ambiguo tañir de las campanas
saludando mi adiós, y otra mañana
y otra voz, como yo, con otro acento,
le dirá a los cuatro vientos...

¡Qué suerte he tenido de nacer!

La maravilla de saborear la existencia, cuando se vive en el exterior.

21 junio, 2016

Pacífica

Cuando uno vive en el exterior, le puede tocar la oportunidad de presenciar eventos que cambian el panorama del lugar en donde nos toca vivir.

Recién comenzamos este blog, les platicaba de ser testigos de la Historia. Esa vez hablábamos de sucesos de impacto global. Sin embargo, la escala de los hechos puede variar como puede variar el tamaño de donde pasan las cosas.

Windsor, por ejemplo.

Esta ciudad de casi un cuarto de millón de habitantes, como les contaba en una entrega anterior, es donde vivimos. Tiene la particularidad de vivir, y justificar su existencia, alrededor del automóvil y de las partes con las que se arma uno. Por muchos años, la industria automotriz de Canadá tenía uno de sus pilares fundamentales en esta comunidad ribereña, y a la vez fronteriza con la sede mundial de las principales marcas de coches en el mundo: Detroit. Sin embargo, 2008 fue el año en que hacer coches en Estados Unidos se convirtió en un peligroso oficio, llevando a dos de sus tres marcas prácticamente a la quiebra, mientras que la sobreviviente, Ford, logró sobrevivir, en opinión de los que saben de esto, prácticamente de milagro.

Obvio es suponer que el impacto reflejado en Windsor fue demoledor. Con el tiempo General Motors cerró una gran planta en esta ciudad, dejando un galerón vacío, todavía con el logotipo de la marca en un puente que comunicaba las dos naves del centro de ensamble. Un silencioso recordatorio de la debacle automotriz que afectó a ambos lados del río Detroit.

Por su parte, Chrysler conservó su planta, en la que se fabricaban las dos minivans de la marca: la Town&Country, el modelo de lujo, por decirlo así, y la Gran Caravan, para el segmento de clase media.

Ford tiene una planta de ensamble de motores que, sin ser tan grande como sus competidoras, se mantiene en una operación que podemos clasificar como estable.

Después de la debacle, nuestra ciudad ha tenido una recuperación lenta, pero sostenida, aunque no al nivel que los "windsornitas" (ese es el gentilicio usado por esta ciudad, no culpen al mensajero) desearían.

Para colmo de males, Windsor ha apostado a varios proyectos de inversión de empresas de diferentes partes del mundo, pero ha fracasado en todos los intentos en favor de México, el sur de Estados Unidos, u otras regiones del mundo que están ganando importancia en el mercado de la fabricación de automóviles. En el año que tengo de vivir aquí, me ha tocado ver que la "Capital Automotriz de Canadá" dejó pasar dos proyectos que, de haberse logrado, hubieran representado más de US$1,500 millones de dólares de inversión de marcas europeas. Como podrán imaginar el desencanto, por llamarlo de una manera muuuy amable, en la opinión de la gente acá fue inmenso. Y ríos de tinta corrieron en editoriales y columnas del periódico local, el "Windsor Star", expresando la ineptitud de Canadá, y Ontario en particular, en poder amarrar esas inversiones. Claro, la excusa de que México tiene mano de obra barata, y que Estados Unidos le da preferencia a sus plantas, sirvieron para culpar a alguien de las fallas propias. Pero todo el mundo coincidió en que las políticas de inversión de este país eran más disuasivas que atractivas, en forma de complejo burocratismo, poco apoyo financiero a la inversión y reglas complicadas. Resultado: la gallina de los huevos de oro se fue a otra granja, que terminó estando en Europa Central.

Pero hasta la más tormentosa tormenta llega a amainar. Incluso para la industria del automóvil de Windsor. Y esa calma llegó con nombre propio: Pacífica.

Pero este nombre no es nuevo en la historia del automóvil. Hagamos un poco de historia.

Remontémonos a 2003. Chrysler estaba en una época de crear nuevos modelos, diferentes, novedosos en la industria. Y así surgió el PT Cruiser, como una reminiscencia de los autos de los 30's, pero con un sabor del inicio del Siglo XXI. Un concepto que duró prácticamente toda la primera década del nuevo milenio.



Y explorando el mercado de los vehículos intermedios entre las minivans (también invención de Chrysler en su actual encarnación y que, por cierto, se ensamblan... ¿Saben en dónde? ¡Windsor!) y el automóvil, surgió un vehículo tipo crossover, es decir, un modelo intermedio, Al que le decidieron dar un nombre llamativo: Pacífica.

Yo lo conocí en California, durante mi estancia en Santa Ana. Es aquí donde la memoria me hace juegos extraños. Recuerdo que, cuando se lanzó la Pacífica en 2003 se dijo que sería, en primera instancia, un modelo creado para el mercado de California y que, eventualmente, se extendería a todo Estados Unidos. Su línea me pareció, y me sigue pareciendo, muy atractiva, y sé convirtió en uno de esos sueños no cumplidos, ya que estaba muy fuera de mi presupuesto, y más con algunas monerías muy monas, como un GPS como fondo del velocímetro (me late que eso es otra trampa de la memoria, ya que resulta muy poco práctico).

Sin embargo, y gracias a las maravillas de Google, pude saber varios hechos reales respecto al auto de mis sueños: se hizo de 2003 hasta 2007, que no fue un auto muy exitoso por tener fallas mecánicas frecuentes y que, como dato curioso, se ensambló únicamente en... ¡Windsor!

                                               La camioneta de mis sueños

Y con ese amor imposible, siguió mi vida. Hasta mi llegada a Canadá. Y ver, con profunda alegría, que la Pacífica gozaba de buena salud y popularidad en esta zona. Y en este año de vivir en Windsor, he podido ver gran número de Pacíficas en perfectas y prístinas condiciones, como salíditas de agencia.

Pero volviendo a la resurrección de Windsor, a fines de 2014 se anunció que Chrysler estaba trabajando en un nuevo proyecto, y que Windsor sería la sede de este programa. Un año y USD$3 mil millones de dólares después, la planta de aquí estaba lista. Todo se mantuvo en secreto. Y la ensambladora daba detalles aislados de su nuevo producto: sería una minivan completamente nueva, con mejor tecnología que los modelos existentes, un gran avance en el concepto.

Finalmente, a fines de 2015, se anunció la marca del nuevo modelo: Pacífica.

Y se dio a conocer la salida de un modelo de minivan que sería reemplazado por la Pacífica: la Town&Country, que había cumplido su ciclo después de casi 60 años en el mercado, en diferentes épocas y modalidades. Pacífica sería dirigido al segmento alto del mercado, con un costo inicial de USD$35,000.00 dólares para el modelo más sencillo en Estados Unidos, y USD$45,000.00 para la versión para el mercado canadiense, que sería el siguiente modelo en el mercado del vecino país.

Damas y caballeros: la nueva Chrysler Pacífica 2017.


Y esta innovación no sólo ha sido la nueva apuesta de la marca en un mercado que de por sí domina. Ha sido la bocanada de aire fresco que Windsor necesitaba, después de varios años amargos de desempleo y baja económica. Más de 700 nuevos empleos se abrieron en la renovada planta, con expectativas de que asciendan a 1,200, lo que hizo salir a nuestra ciudad de la infame categoría de ser la ciudad con mayor desempleo en Canadá. La derrama económica para la zona ha sido significativa, lo que ha hecho que la región pudiera reactivarse. Tanto le está apostando Ontario a este proyecto, que la provincia le dio un apoyo económico de CAN$85 millones de dólares para reforzar a la planta.

La camioneta fue presentada oficialmente en febrero de 2016 a D-os y al mundo, saciando la curiosidad de la industria y de los consumidores, terminando las especulaciones sobre lo que sería y no sería la nueva Pacífica.

Alguien alguna vez comentó de que ojalá la nueva minivan no sufriera la misma suerte que su crossover homónima de la década anterior. Pero Chrysler ha invertido demasiado en tiempo, dinero y esfuerzo para cometer un error de ese tipo. Al menos eso es lo que se puede ver.

Ahora el estado de ánimo de Windsor ha cambiado. Ha dejado de ser una ciudad sumergida en la tristeza y la desesperanza por inversiones pérdidas. Ahora es un lugar con esperanzas y visiones promisorias del futuro, con un nuevo nombre en su mente y en las agencias de una marca estadounidense de autos, y que se convierte en el nombre del porvenir: Pacífica.

El resurgimiento, el renacimiento de un lugar que uno vive cuando se está en el exterior.

10 junio, 2016

Generación tras generación

 Cuando uno vive en el exterior, uno desarrolla la capacidad de observar su entorno de una manera diferente, y lo que es cotidiano adquiere una nueva e interesante dimensión.

El ver las cosas que ahora se consideran de todos los días, y reflexionar un poco sobre su presencia en nuestra vida diaria, nos lleva a darnos cuenta de que somos testigos del paso del tiempo, y que nos genera una perspectiva que no habíamos siquiera imaginado.

En estas últimas semanas, CNN ha estado proyectando series relativas a dos períodos históricos que han marcado el final de una era y el comienzo de otra: los 70's y los 80's. Si bien es cierto que se circunscriben mucho al contexto estadounidense, no podemos dejar de admitir que mucha de nuestra carga cultural la recibíamos de ese país. Modas, programas de TV, películas, libros, ideas, costumbres, conceptos... Efectivamente, los acomodábamos, o como ahora dicen tropicalizamos, a nuestra idiosincrasia, pero todo eso fue parte de nuestras vidas en esos años. Y, en mi caso y por mi edad, lo alargaría tal vez a los 60's.

Para quienes vivimos en México en los mil novecientos sesenta y algo, no comprendíamos la realidad sin tener una televisión en blanco y negro en la sala de la casa, y si la veíamos de cerca, distinguíamos las líneas que formaban la imagen. 525 de esas líneas, según escuché alguna vez en un comercial en canal 5, eran nuestra ventana al mundo real y a la fantasía y la ficción. Algunos tuvimos la fortuna de que fuera enooorme, como una consola, con sus dos bocinas a los lados de la pantalla, o cinescopio como le decían los técnicos de "Servicio Técnico Cisneros", que fueron el servicio casi obligado cuando la tele se dañaba o se le quemaba un bulbo. Para otros, el televisor era un aparato del tamaño exacto de la pantalla, y había quienes tenían teles portátiles, y los veíamos con profunda envidia....

Con esa ventana pudimos asomarnos a muchas cosas, muchos lugares. Las mamás veían "Simplemente María" con Saby Kamalich, "Gutierritos", "Agueda", "EL Amor tiene cara de Mujer", "Muchacha Italiana viene a casarse", "La Mentira", y así podría seguir la interminable lista de telenovelas que hacían reír, llorar y enamorarse a las chicas de esos tiempos. Galanes como Ricardo Blume, Enrique Lizarde, Enrique Alvarez Félix, Enrique Rocha, hacían suspirar a las adolescentes que se sentaban en la sala de la casa, junto con sus mamás, a ver la novela, o que la veían de contrabando, el lugar de hacer tarea.

Los chicos veíamos canal 5, y programas como el "Club Quintito", "Telekinder", eran con los que empezaba la hora de tele para los chicos. Después nos deleitábamos con "Don Gato y su Pandilla" (de quien soy absoluto fanático, y de quien aprendí frases verdaderamente sabias como "es inconsútil que se parezca o no al alcalde" cuando la mamá de Benito Bodoque iba a ir a visitarlo a Nueva York... ahí se las dejo de tarea); o "Los Supersónicos", que nos daban una visión del futuro divertida y prometedora. Huckleberry Hound, el Oso Yogui, Tiroloco McGraw, Pixie y Dixie con el gato Jinx (un ratón con acento mexicano de arrabal, un ratón cubano y un gato majo) y otros personajes de Hanna-Barbera nos hacían reír con sus locuras. Tom y Jerry lograban, sin decir una sola palabra, revolcarnos a carcajadas con su eterna pelea. Ya más en la noche, explorábamos otros mundos con "Perdidos en el Espacio" o "Viaje a las Estrellas" (ahora recordada con su nombre en inglés "Star Trek", declarándome yo públicamente trekkie fuera del clóset), o las profundidades del océano en "Viaje al Fondo del Mar". "Tierra de Gigantes" o "El Túnel del Tiempo" nos mostraban cosas y situaciones inverosímiles de manera muy emocionante.

En la noche los adultos veían "Ironside", "Los Invasores", "La Mujer Policía", "Patrulla Juvenil", "Cannon", "Kojak" y otras series ya no tan de chicos porque salían temas de homicidios, crímenes, violencia y esas cosas que no deben ver los pequeñines (al menos éso nos decían, pero cuando nuestros padres estaban fuera por ir a una visita o fiesta... ¿qué hacía uno? pues quedarse viendo la tele hasta las 11:00 de la noche o más tarde, viendo esas series, ¡y eran formidables!).

Pero también estaban los noticieros. Una generación creció viendo "24 Horas" con Jacobo Zabludovski, y de quien se podrán decir muchas cosas, pero por mucho tiempo fue un punto de referencia en la opinión de muchas personas, desde políticos hasta personas de la vida diaria. De sus filas salieron reporteros y periodistas que marcaron una época en el periodismo mexicano: Guillermo Pérez Verduzco, José Cárdenas, Ricado Rocha, Lolita Ayala, y nos acercó a voces como Jesús Hermida o Joaquín Peláez, inteligencias europeas que formaron parte de su equipo. Siempre recordaré la despedida de Jesús Hermida al término a su comentario, con su voz grave y a la vez melodiosa, y su acento peninsular: "buenas noches y La Paz". Esa sencilla frase adquiría un significado especial si pensamos que era la época en que estaba lo más recalcitrante de la guerra de Vietnam.

Nuestra generación tuvo a Vietnam en sus casas en el noticiero de la tarde. Vio llegar al hombre a la Luna. Vio jugar a Pelé el Mundial que le logró a Brasil la Copa Jules Rimet de manera perpetua, y que después fuera robada en su museo sudamericano. Presenció la llegada de Pinochet al poder en Chile, con la sangre de Salvador Allende en sus manos y su conciencia. Escuchó de la BBC la crónica de la Guerra de las Malvinas. Fue testigo del nacimiento de la computadora personal y del surgimiento de Apple como una forma de vida. Tuvo la oportunidad de atesorar imágenes de la televisión en vídeocassettes, primero Betamax y luego VHS. Logró que la tecnología saliera de los laboratorios y las grandes empresas y llegara a cada vez más hogares. Tuvimos un Papa que trascendió el tiempo y se hizo parte de la vida diaria, y que pensamos que seguiría con nosotros hasta el fin de los tiempos. Disfrutamos a los Beatles y lloramos perder a John Lennon y a George Harrison. Vimos a Dalí en su esplendor y supimos que Andy Warhol le tenía mejores usos a las latas de sopa que solo guardar comida. Hicimos a John Travolta parte de nuestro imaginario bailando disco en una pista de colores. Nos dio a Peter Gabriel, a Phil Collins, a Kiss y a Metallica. Aprendimos que el mundo es una esfera azul y que somos materia estelar que ha tomado su destino en sus manos.

Los baby boomers nos precedieron, y nos siguieron la Generación X y los Millenials. Nos tocó terminar un siglo y empezar otro pero, a diferencia de nuestros abuelos y bisabuelos que vivieron una experiencia similar, nosotros cerramos un milenio y recibimos uno nuevo.

Cuando la televisión empezó a verse a color, éramos niños, tal vez entrando a la adolescencia. Nuestros hijos disfrutan y dan por hecho la pantalla plana, Internet, Wikipedia, Facebook, el teléfono inteligente (no digamos el celular). Han visto dos Papas en menos de 10 años y la Copa FIFA en el fútbol. Las laptops son material escolar y las tabletas son juguetes para entretener a los pequeños. Los autos están dejando la gasolina atrás para usar combustibles menos contaminantes, e incluso empiezan a aprender a manejarse solos.

Nosotros siempre entendimos como obvio el tener TV, como nuestros padres crecieron con el radio en sus salas y recámaras, y nuestros abuelos con el gramófono para escuchar música.

Cada generación hemos tenido motivos para considerarnos especiales. Privilegiados. Y de hecho lo hemos sido. Mi abuelo supo en su infancia del hundimiento de Titanic, y vivió la Segunda Guerra Mundial. Mis padres vivieron el surgimiento de la Unión Soviética como el gran villano, enemigo de la democracia y la muerte de John Kennedy y Martín Luther King. Si hacemos un recuento de los acontecimientos históricos que se han dado desde el inicio del Siglo XX hasta el día de hoy, veremos que la Humanidad, de manera vertiginosa, ha vivido y ha sido protagonista de una cantidad inmensurable de eventos, personas, logros y tragedias.

¿Qué vieron los padres de nuestros abuelos, o qué verán los hijos de nuestros hijos? La primera parte de la pregunta la responderían los libros de Historia. La segunda parte una bola de cristal.

Hay quien dice que su generación es la mejor de todas. Pero en realidad omnes generationes han sido por igual, oportunidades para que la Humanidad crezca y sea mejor, pero también espacios para dejar ver lo peor que el Ser Humano puede hacer para sí mismo y para todo lo que le rodea.

Lo saludable es saberse de su generación y saborear esa conciencia. No aspirar a buscar la juventud ya pasada ni a repetir las experiencias de la adolescencia. Hace mucho que llegamos a la edad en que  la calma es lo sensato, y el ruido estridente una molestia. Pero tampoco caer en la depresión del que piensa que la vida no tiene ya nada que ofrecer. El justo medio es la mejor muestra de madurez que uno puede dar, para sí mismo, y para todos lo que forman parte de nuestro alrededor.

Reflexiones sobre la vida que uno hace cuando se está en el exterior.


23 mayo, 2016

Ya un año...

Cuando uno vive en el exterior, los ciclos representan una gran parte de nuestra vida. El inicio y el final de una etapa siempre dejan una marca imperecedera.

Y el recuerdo de esa transición adquiere un significado especial.

Así pasa con el primer cumpleaños, el primer aniversario de matrimonio o del fallecimiento de un ser querido. Son fechas que se dan una vez en la vida y que, por su significado, les damos un espacio especial en nuestras vidas.

Para nosotros, el primer año en un nuevo lugar siempre tiene un sentido particular. Si bien es cierto que no es la primera vez que recordamos el haber llegado a una nueva adscripción, cada principio es eso: un comenzar de nuevo en un nuevo sitio, con nuevos nombres, nuevas costumbres, nuevos lugares que conocer y comprender. Así fue en China, cuando llegamos en agosto de 1994, o en California en febrero de 2000, o en Albuquerque en septiembre de 2004, o en Texas en agosto de 2008, o en México en agosto de 2011. Todas esas fechas tuvieron un primer aniversario, un recordatorio de que habíamos salido de una ciudad que nos había recibido hospitalariamente, y que habíamos llegado a otra, que nos daba la bienvenida del mismo modo.

Una vez más llegamos a ese momento. Este mes cumplimos un año de haber llegado a Canadá.

Y, como en las veces anteriores, la salida de nuestra anterior sede no fue fácil, especialmente porque fue la primera en que no salimos todos juntos. Fue la primera vez que rompimos la formación para empezar esta nueva etapa. Como recordarán, tuve que salir antes por haber sido notificado de mi nombramiento en marzo, y con sesenta días para presentarme a trabajar, mayo era la fecha límite para llegar a Leamington. En todos los traslados anteriores, las fechas permitían que, al terminar el ciclo escolar de los chicos, pudiéramos levantar casa y tomar camino. Ahora no.

Y casi al límite del tiempo, un día antes del Día de las Madres, tuve que tomar el avión para Canadá. Yo solo. Delia y los chicos quedaban atrás para que completaran la escuela e hicieran los preparativos para seguir a la segunda etapa del traslado. Pude regresar brevemente a principios de julio para ver a la familia, empacar la casa, y regresar a Ontario para preparar el viaje del resto de la familia, Agatha incluida, por supuesto, a Windsor, en donde viviríamos, y en donde actualmente está nuestro hogar.

De eso hace ya todo un año. De ese día en que, a mediodía, iba yo al aeropuerto a tomar un avión a empezar la aventura de ser titular de una oficina. Un anhelo acariciado por mucho tiempo y que representaba el gran salto en mi carrera. De recibir las instrucciones, a darlas. De cumplir decisiones, a tomarlas. Después de casi 25 años en el Servicio Exterior, ya era tiempo.

Me ofrecieron Leamington, una oficina pequeña, dedicada principalmente al Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales (PTAT) con Canadá. No precisamente la joya de la corona, pero un mando al fin. La mejor forma de empezar a curtirse en las lides de ser titular. Acepté la oferta sin titubear, Era ahora o nunca.

Un año después, Essex County, o como lo manejan acá, Windsor-Essex, es un territorio idóneo para desarrollar la creatividad del mando. Es cierto que hay días en que no pasa mayor cosa, es uno el que debe negociar una parte en la acción, ser uno el que mueva la maquinaria para que funcione. Lo más cómodo sería que fueran cuatro o más años de vacaciones, pagadas por el erario público, sin hacer nada mas que ver que nuestros trabajadores no se metan en problemas y que sus empleadores los traten conforme a las reglas. Simple, ¿no? Eso, claro, si no tuviera más aspiraciones que disfrutar del pomposo nombre de "Cónsul de México", la tarjetita ostentosa y esas cosas.

Sin embargo, un cónsul no puede darse el lujo de quedarse en la comodidad de su escritorio, leyendo las noticias "para mantenerse informado sobre las actividades de la circunscripción" y firmando papeles de rutina. Hay quienes lo hacen, y se les conoce como "mediocres".

Y no me incluyo en esa lista. Faltará experiencia, pero no interés.

Este año ha servido para que pueda aterrizar ideas con las que llegué a Leamington. Uno aterriza con ganas de comerse al mundo, como un adolescente que cree que se las sabe de todas, todas. Pero la experiencia y la realidad del día a día hacen que se vean las cosas con ojos más objetivos, que se tenga un panorama de lo que se puede y lo que no se puede hacer. Resulta absurdo desgastarse en lo que no tiene sentido intentar, por carecer de los recursos o por resultar irrelevante para la presencia que se quiere lograr. Se aprende a escoger las batallas, como me dijo un jefe anterior.

Resulta curioso que uno sea al que se dirigen para hacerle las preguntas, para consultar los temas, o de quien la tropa espera una línea de acción, Es muy cómodo seguir instrucciones. Es más difícil darlas. Es hacer uso de la experiencia, del ingenio, del sentido común, del conocimiento adquirido, de todo lo que se tenga al alcance de la mano para dirigir la nave y a su tripulación. Ya no hay esa relativa desidia de decir que "son instrucciones del jefe", es ahora uno el que es el jefe, el que da las instrucciones, y que espera que se cumplan.

La familia ha tenido que pagar ese precio de aprendizaje, de diferente manera.

La casa... la escuela... un entorno nuevo al que hay que acostumbrarse. Ya no está la tienda de la esquina para ir a comprar un antojo en la noche, o ir a Coyoacán un sábado para tomar helado en Tepoznieves o un "tatuaje de henna" para hacer algo divertido y diferente. El ir a Oacalco ya era una idea fuera de de nuestros planes. Mucho de lo que era nuestra rutina estaba perdido. Ahora tocaba crear una nueva. Ahora es ir al mall o a Michigan para ver algo diferente, Tal vez ir a Toronto, y con planes para ir a las Cataratas del Niagara. Conocer gente nueva. Salir poco a poco del capullo protector de la casa y aventurarse en el exterior: con los nuevos amigos, con nuevas actividades, conociendo lo que ahora nos rodea: ya no es el eje vial, las luces de las patrullas a medianoche, el retumbar de la calle al paso de los camiones pesados. Ahora es la tranquilidad absoluta afuera de la casa, el clima nuevo: del calor sofocante de agosto al frío bajo cero del invierno, los días de luz casi interminable del verano y las noches prolongadas de diciembre y enero.

Como todo inicio, no ha sido ni fácil ni gratis. Todavía se extraña lo que quedó atrás. Las comparaciones no se hacen esperar, y este lado todavía sale perdiendo en contra de México. Si bien hay muchas y nuevas cosas que podemos tener, conseguir u obtener, la Patria sigue siendo el lugar más cercano en el imaginario de nuestra familia. Ya el tiempo nos mostrará todo lo que Canadá nos puede ofrecer. Es cuestión de tener paciencia y dejar que el tiempo transcurra día a día.

Feliz primer aniversario en Canadá, familia Bernal Cabrera. Y feliz primer aniversario de esta nueva etapa, querido lector o lectora. Y vienen muchos aniversarios más.

El tiempo que marca nuestras vidas, cuando nos encontramos en el exterior.


18 marzo, 2016

"Estaban los tomatitos..."

Cando uno vive en el exterior se tiene la oportunidad de acercarse a los temas que son de profundo valor en donde a uno le toca vivir. Y uno encuentra toda suerte de personas, animales o cosas que para un cierto lugar tienen un valor moral, histórico o legendario que nunca debe tomarse a la ligera.

Acá en Leamingotn son los tomates.

Como lo platicaba recién a mi llegada a Canadá, la zona de Leamington y el sur del condado de Essex son de corte agrícola, y uno ve invernaderos para el cultivo de legumbres, flores, algunas frutas.

Y tomates.

El tomate ha sido una pieza fundamental de la economía y la cultura de Leamington. Se pondera, hasta la fecha, como la "Capital Canadiense del Tomate", y a mucha honra. Y para muestra:


             (Fotos de Google Images, pero sí existen, yo los he visto decenas de veces acá)

La historia del romance entre Leamington y los tomates es antigua. La mejor referencia es de principios del Siglo XX, en que la fábrica de salsa catsup (o ketchup, como deseen llamarle) Heinz, abrió una planta para procesamiento de tomates y obtener pasta, la que se utiliza en salsa y en otros productos. La producción de salsa catsup empezó en 1910, aunque la planta se abrió el año anterior, pero inició con pepinillos. El caso es que la empresa comenzó a comprar cosechas enteras de tomates de granjeros locales, y pronto muchos agricultores se centraron en esta fruta, generando una gran derrama económica y una economía estable, a la escala de este pequeño poblado.

Fortunas se crearon y generaciones enteras vivieron de la fruta roja. Claro, se siguieron dando las granjas de espárragos, de pepinos, los viñedos, los invernaderos de flores, y otros cultivos que tenían su propio mercado y su propia existencia. Ahora que menciono lo de invernaderos, cuando surgió esta tecnología, los tomateros la aprovecharon e hicieron posible que se tuvieran cosechas en casi todo el año, sin importar los climas extremos que se dan en estas latitudes.

Y el paisaje a las afueras de la pequeña población de Leamington se cubrió de campos de siembra e invernaderos para generar productos para vender a la gran planta que, por cierto, llegó a ser la segunda más grande de Heinz a nivel mundial.

En 2013, la ciudad de Leamington celebró esta sociedad con una placa conmemorativa:


Lo irónico fue que, a los pocos meses, se anunció el cierre de la planta por políticas del empresario que recién acababa de comprar la marca y que, con objeto de optimizar la producción, decidió cerrar plantas y reubicar la producción de Heinz a nivel mundial. Fue una decisión que nadie comprendió y que sí fue el desplome de granjas y granjeros, al perderse el principal comprador de tomate en la zona. Muchas granjas cerraron, otras tuvieron que cambiar a otros cultivos para sobrevivir, y la planta se convirtió en un gigante muerto, y todos a su alrededor sufriendo el dolor de su desgracia.

Sin embargo, una luz de esperanza brilló cuando un grupo de granjeros empresarios de Leamington decidieron recuperar la planta y darle nueva vida. Y así surgió Highbury Canco, quien tomó las instalaciones y empezaron un lento arranque y una nueva etapa para los edificios y máquinas y, sobre todo, para los tomateros de esta población.


Hoy la planta sigue contratando trabajadores y comprando las cosechas de tomate, tal vez no en la misma capacidad de la época de Heinz, pero de manera sostendida, y logrando que, en cosa de dos años, la planta volviera a ser activa y pudiera poner la pasta de tomate de Leamington en el mercado. Resulta curioso ver el escudo de la nueva empresa en el puente del fondo y la chimenea con el nombre del propietario inicial de esa planta...

Sin embargo, la historia no acaba aquí.

Hará cosa de unas tres semanas, una publicación en Facebook causó revuelo en la región: la pasta de tomate que se usa para hacer salsa catsup French's (marca que es más conocida por su mostaza) provenía de Leamington, a diferencia de Heinz, que la obtenía de otras partes. Eso desató una campaña para que todo el mundo en Canadá se abocara a comprar salsa French's para impulsar la producción de una empresa orgullosamente canadiense. La campaña en redes sociales creció al grado de que se propuso que en la cafetería del Parlamento de Canadá se retirara la salsa Heinz y se reemplazara por French's.

Artículos fueron y vinieron, desde reportajes hasta editoriales. La tinta que se ha derramado con este tema ha sido de todos colores y sabores.

Al final, el encargado de la cafetería del Parlamento tomó una posición conciliadora, explicando que, si bien French's hacía salsa catsup con tomates de Leamington, Heinz hacía otros productos de tomate con frutas de nuestra población, dando espacio a todos en beneficio de todos.

Pero no acabó aquí la controversia.

Una importante cadena canadiense de supermercados tuvo la brillante idea de retirar la catsup French's de su lista de productos por causas internas. Y probablemente no hubera pasado a mayores si no fuera por el hecho de que un empleado "filtró" una copia de un memorandum  interno, a los medios, en que se dictaba la instrucción. En un ambiente caldeado de nacionalismo y pasiones encendidas, esta nota sirvió para revivir la controversia de la salsa de tomate. La cadena explicó que, efectivamente, se había pensado en esa medida porque las ventas de salsa French's afectaba las de su propia marca, y eso iba en perjuicio de la misma empresa. Sin embargo, como una forma de apoyar a la industria de Leamington, se suspendería la orden y se volvería a abastecer de salsa French's a los estantes de sus tiendas, y que esperaba que el ímpetu de los medios se reflejara en ventas.

Una editorialista del "Windsor Star", principal periódico de esta zona, lo explicaba como que no era sólo una cuestión de salsas, era la industria agrícola canadiense la que era el tema de fondo. La salida de Heinz había sido un duro golpe para Leamington, y que había costado grandes sacrificios y esfuerzos el poder iniciar el camino hacia la recuperación. Una comunidad que es el reflejo de una economía que requiere fortalecerse con el apoyo de los consumidores canadienses que compren productos elaborados con materia prima de Canadá.

Como la salsa catsup de French's.

Lo más irónico para mí de toda esta historia es que un día que fui a un supermercado de acá, lo que encontré en la parte de frutas y verduras fueron... tomates mexicanos:


Y de ésto, y de mucho más, le toca a uno vivir desde el exterior.