12 septiembre, 2020

Cuando dábamos todo por sentado

Cuando uno vive en el exterior hay momentos en que la realidad nos llega de frente y nos hace repensar e, incluso, replantear nuestro presente y nuestro futuro.

Desde que somos niños, hemos tenido la idea de que muchas cosas están, y estarán siempre con nosotros. Igual pasa con las personas. La casa donde vivimos, la tienda de la esquina, el parque donde jugábamos de chicos... lugares que quedaron plasmados en fotos normales o Polaroid, tal vez en películas de 8mm, y los más modernos en video, gracias a que podían tener una cámara Betamovie, o cuando el video se volvió más accesible, una cámara VHS. Claro, eso es para los que son de mi generación.

Y el medio de perpetuar esas imágenes evoluciona con la tecnología y el poder adquisitivo. Pero lo que damos por sentado no cambia. Tal vez envejezca y se deteriore, pero ahí sigue.

Cuando tenemos la oportunidad de regresar a esos lugares, vemos que el tiempo no pasa en balde, que el correr de los años deja su huella en los edificios y los lugares, pero sabemos reconocer en esos cambios el lugar en donde pasamos los primeros y, en opinión de varios, los mejores años de nuestras vidas.

Sin embargo, con las personas pasa algo distinto.

Las personas con las que compartimos infancia, tal vez paseos, o un mesabanco de escuela, se convierten en los adolescentes que nos acompañan a nuestra primera fiesta, o nos asesoran en nuestra primera cita. De entre esa gente cercana sale la chica a la que le confesamos nuestro amor y nos une en matrimonio. El amor de nuestra vida.

Y evolucionamos juntos, de usar pantaloncitos cortos, a ponernos jeans, un pantalón "cool" para visitar a las chicas, o el traje que nos toca ese día para ir a trabajar. De tomar jugo o refresco, aprendimos a conocer y disfrutar los placeres de las bebidas espirituosas (léase irnos a tomar una copa o una cerveza), y luego compartirnos recetas de pastillas para la gastritis.

Pero todo esto, los lugares y las personas, tienen algo en común: las damos siempre por sentadas. Consideramos como un hecho que estarán siempre ahí, en donde siempre han estado, que las encontraremos al salir de casa o al marcar un número telefónico o, actualmente, al hacer "tap" en un contacto de WhatsApp.

Y es ahí donde radica su debilidad. Nuestra debilidad.

Cuando nos damos cuenta que, lo que damos por sentado, en realidad, no lo está.

Y hay tantos factores que pueden cambiar la realidad alrededor de uno en un simple instante. A veces por causas de las que no tenemos control. Otras por nuestra propia ignorancia, imprudencia o franca estupidez.

Un terremoto... un accidente... una enfermedad... Y un lugar de añoranza o un ser querido dejan de existir, y pasan al imperecedero campo del recuerdo, y es cuando las fotos, los videos u otros objetos adquieren un doble significado: la forma de perpetuar algo o alguien más allá de la pérdida irreparable.

Pero cuando esa zona de confort se ve afectada por un acto personal, la pérdida adquiere otra dimensión, y el efecto puede ser todavía más profundo y demoledor.

Un comentario inoportuno e hiriente. Un recado perdido o dado a destiempo.Un correo comprometedor en las manos equivocadas. La foto que no debió salir del teléfono. Cuando pensábamos que todos nuestros movimientos estaban fríamente calculados, como diría sabiamente el Chapulín Colorado, al final resulta que, como al antihéroe cómico, todo le sale a uno mal y se da cuenta de que, en realidad, nada estaba bajo control. Y el daño, en casi todos los casos, es irreparable e irreversible.

El negocio perfecto... la reunión de amigos tan planeada... la amistad indestructible... el matrimonio ideal... todo puede volverse humo y cenizas en cosa de un instante, perdiendo uno la tranquilidad, la salud, e incluso hasta la vida.

Sin embargo, no todo es tétrico o doloroso cuando cambia lo que dábamos por sentado.

Esa encrucijada, ese momento de cambio en las circunstancias, en el entorno, en las reglas del juego, también pueden ser el instante en que nuestro destino cambia para bien.

La renuncia que hace que el jefe nos tome en cuenta para ocupar el puesto vacante... el resultado favorable en la evaluación que nos logra un aumento de sueldo... la oferta que nos puede permitir comprar ese artículo que tanto deseábamos y era difícil de conseguir... la respuesta en la clase que hace que el profesor decida aprobar al grupo. Cosas y situaciones que nunca imaginábamos que pudieran suceder y que, en una fracción de segundo, pueden cambiar el entorno y hacer nuestra vida mejor.

En cierta manera, damos por sentada nuestra limitación o nuestra carencia, y nos resignamos a ese destino, hasta que llega ese cambio en el paradigma sin esperarlo ni preverlo.

Esta consciencia de lo que damos por sentado me llegó en 2020, como el proverbial pastelazo en la cara.

La pandemia del COVID-19 ha cambiado radicalmente la forma de llevar nuestra vida y nuestra realidad.

De ser una especie gregaria, el ser humano ha tenido que pasar a ser una creatura aislada, sin poder disfrutar del contacto físico más allá del que podamos tener con los mismos que viven bajo un mismo techo. La conviviencia con vecinos, compañeros de trabajo, amigos de juerga o correligionarios de equipo o de partido se ha visto radicalmente restringida, so riesgo de contraer el mal, o ser portador del mismo y propagarlo a diestra y siniestra. Hemos escuchado de los casos de congregaciones de personas (fiestas, oficios religiosos, eventos deportivos) que, por dar por sentado de que están suficientemente protegidos, o que son inmunes por la gracia divina, o porque se trata de una conspiración de los grandes capitalistas, terminan siendo casos de contagios masivos e, incluso, fallecimientos.

Dar por sentadas las cosas da un sentimiento de seguridad, estabilidad, confianza y eso, como dicen en el boxeo, hace que uno baje la guardia, y queda un expuesto al ataque del rival, en este caso, del coronavirus.

Las precauciones nunca sobran, y deben ser siempre tomadas en serio.

Los que dudan de este padecimiento tal vez puedan explicar los millones de contagiados y los cientos de miles de muertos a nivel mundial. Muchos de ellos, tal vez una amplia mayoría, de manera inocente. Pero también están los que dieron las cosas por sentadas e hicieron caso omiso de las advertencias y las recomendaciones, y pagaron el precio.

Darlo todo por sentado es una forma de confiarse de que todo está bajo control, y que lo normal seguirá siendo normal. La realidad nos puede demostrar, como lo hace en esta época de pandemia, que lo normal es que la normalidad puede cambiar de un momento a otro.

Es bueno disfrutar de lo que tenemos, de lo que hemos logrado por nuestro esfuerzo o por obra de la casualidad, pero debemos ser conscientes de que, como se tiene, se puede perder. E, igualmente, lo que no se tiene se puede lograr por un giro del destino o por forjar las oportunidades que nos permitan conseguir ese logro.

Me viene a la mente el inicio de "Historia de Dos Ciudades", de Charles Dickens que, sin saberlo el autor inglés, reflejaba la realidad del mundo en cualquier momento, como el que tenemos ahora en 2020, muy lejos de la época de la Revolución Francesa, en donde se ambienta la obra, o de la Era Victoriana, cuando fue publicada, pero en un entorno igual de incierto:

Historia de Dos Ciudades

Capítulo I

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Era la época de la sabiduría, era la época de la ignarancia. Era el período de la fe, era el período de la incredulidad. La era de la luz y la era de la oscuridad. La primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.

Lo teníamos todo, y no teníamos nada...

La versatilidad del Género Humano es el medio por el que esa incertudumbre es, de alguna manera, encarrilada hacia un cierto nivel de certeza, lo que nos hace estar conscientes de la volatilidad de la existencia.

El mundo que nos toca vivir, desde el exterior.