23 mayo, 2016

Ya un año...

Cuando uno vive en el exterior, los ciclos representan una gran parte de nuestra vida. El inicio y el final de una etapa siempre dejan una marca imperecedera.

Y el recuerdo de esa transición adquiere un significado especial.

Así pasa con el primer cumpleaños, el primer aniversario de matrimonio o del fallecimiento de un ser querido. Son fechas que se dan una vez en la vida y que, por su significado, les damos un espacio especial en nuestras vidas.

Para nosotros, el primer año en un nuevo lugar siempre tiene un sentido particular. Si bien es cierto que no es la primera vez que recordamos el haber llegado a una nueva adscripción, cada principio es eso: un comenzar de nuevo en un nuevo sitio, con nuevos nombres, nuevas costumbres, nuevos lugares que conocer y comprender. Así fue en China, cuando llegamos en agosto de 1994, o en California en febrero de 2000, o en Albuquerque en septiembre de 2004, o en Texas en agosto de 2008, o en México en agosto de 2011. Todas esas fechas tuvieron un primer aniversario, un recordatorio de que habíamos salido de una ciudad que nos había recibido hospitalariamente, y que habíamos llegado a otra, que nos daba la bienvenida del mismo modo.

Una vez más llegamos a ese momento. Este mes cumplimos un año de haber llegado a Canadá.

Y, como en las veces anteriores, la salida de nuestra anterior sede no fue fácil, especialmente porque fue la primera en que no salimos todos juntos. Fue la primera vez que rompimos la formación para empezar esta nueva etapa. Como recordarán, tuve que salir antes por haber sido notificado de mi nombramiento en marzo, y con sesenta días para presentarme a trabajar, mayo era la fecha límite para llegar a Leamington. En todos los traslados anteriores, las fechas permitían que, al terminar el ciclo escolar de los chicos, pudiéramos levantar casa y tomar camino. Ahora no.

Y casi al límite del tiempo, un día antes del Día de las Madres, tuve que tomar el avión para Canadá. Yo solo. Delia y los chicos quedaban atrás para que completaran la escuela e hicieran los preparativos para seguir a la segunda etapa del traslado. Pude regresar brevemente a principios de julio para ver a la familia, empacar la casa, y regresar a Ontario para preparar el viaje del resto de la familia, Agatha incluida, por supuesto, a Windsor, en donde viviríamos, y en donde actualmente está nuestro hogar.

De eso hace ya todo un año. De ese día en que, a mediodía, iba yo al aeropuerto a tomar un avión a empezar la aventura de ser titular de una oficina. Un anhelo acariciado por mucho tiempo y que representaba el gran salto en mi carrera. De recibir las instrucciones, a darlas. De cumplir decisiones, a tomarlas. Después de casi 25 años en el Servicio Exterior, ya era tiempo.

Me ofrecieron Leamington, una oficina pequeña, dedicada principalmente al Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales (PTAT) con Canadá. No precisamente la joya de la corona, pero un mando al fin. La mejor forma de empezar a curtirse en las lides de ser titular. Acepté la oferta sin titubear, Era ahora o nunca.

Un año después, Essex County, o como lo manejan acá, Windsor-Essex, es un territorio idóneo para desarrollar la creatividad del mando. Es cierto que hay días en que no pasa mayor cosa, es uno el que debe negociar una parte en la acción, ser uno el que mueva la maquinaria para que funcione. Lo más cómodo sería que fueran cuatro o más años de vacaciones, pagadas por el erario público, sin hacer nada mas que ver que nuestros trabajadores no se metan en problemas y que sus empleadores los traten conforme a las reglas. Simple, ¿no? Eso, claro, si no tuviera más aspiraciones que disfrutar del pomposo nombre de "Cónsul de México", la tarjetita ostentosa y esas cosas.

Sin embargo, un cónsul no puede darse el lujo de quedarse en la comodidad de su escritorio, leyendo las noticias "para mantenerse informado sobre las actividades de la circunscripción" y firmando papeles de rutina. Hay quienes lo hacen, y se les conoce como "mediocres".

Y no me incluyo en esa lista. Faltará experiencia, pero no interés.

Este año ha servido para que pueda aterrizar ideas con las que llegué a Leamington. Uno aterriza con ganas de comerse al mundo, como un adolescente que cree que se las sabe de todas, todas. Pero la experiencia y la realidad del día a día hacen que se vean las cosas con ojos más objetivos, que se tenga un panorama de lo que se puede y lo que no se puede hacer. Resulta absurdo desgastarse en lo que no tiene sentido intentar, por carecer de los recursos o por resultar irrelevante para la presencia que se quiere lograr. Se aprende a escoger las batallas, como me dijo un jefe anterior.

Resulta curioso que uno sea al que se dirigen para hacerle las preguntas, para consultar los temas, o de quien la tropa espera una línea de acción, Es muy cómodo seguir instrucciones. Es más difícil darlas. Es hacer uso de la experiencia, del ingenio, del sentido común, del conocimiento adquirido, de todo lo que se tenga al alcance de la mano para dirigir la nave y a su tripulación. Ya no hay esa relativa desidia de decir que "son instrucciones del jefe", es ahora uno el que es el jefe, el que da las instrucciones, y que espera que se cumplan.

La familia ha tenido que pagar ese precio de aprendizaje, de diferente manera.

La casa... la escuela... un entorno nuevo al que hay que acostumbrarse. Ya no está la tienda de la esquina para ir a comprar un antojo en la noche, o ir a Coyoacán un sábado para tomar helado en Tepoznieves o un "tatuaje de henna" para hacer algo divertido y diferente. El ir a Oacalco ya era una idea fuera de de nuestros planes. Mucho de lo que era nuestra rutina estaba perdido. Ahora tocaba crear una nueva. Ahora es ir al mall o a Michigan para ver algo diferente, Tal vez ir a Toronto, y con planes para ir a las Cataratas del Niagara. Conocer gente nueva. Salir poco a poco del capullo protector de la casa y aventurarse en el exterior: con los nuevos amigos, con nuevas actividades, conociendo lo que ahora nos rodea: ya no es el eje vial, las luces de las patrullas a medianoche, el retumbar de la calle al paso de los camiones pesados. Ahora es la tranquilidad absoluta afuera de la casa, el clima nuevo: del calor sofocante de agosto al frío bajo cero del invierno, los días de luz casi interminable del verano y las noches prolongadas de diciembre y enero.

Como todo inicio, no ha sido ni fácil ni gratis. Todavía se extraña lo que quedó atrás. Las comparaciones no se hacen esperar, y este lado todavía sale perdiendo en contra de México. Si bien hay muchas y nuevas cosas que podemos tener, conseguir u obtener, la Patria sigue siendo el lugar más cercano en el imaginario de nuestra familia. Ya el tiempo nos mostrará todo lo que Canadá nos puede ofrecer. Es cuestión de tener paciencia y dejar que el tiempo transcurra día a día.

Feliz primer aniversario en Canadá, familia Bernal Cabrera. Y feliz primer aniversario de esta nueva etapa, querido lector o lectora. Y vienen muchos aniversarios más.

El tiempo que marca nuestras vidas, cuando nos encontramos en el exterior.