17 mayo, 2015

Un nuevo amanecer



Cuando uno vive en el exterior y se llega a un nuevo lugar, se tiene toda suerte de emociones, desde incertidumbre hasta curiosidad... Especialmente si nunca se ha estado antes en ese sitio o siquiera cerca de él.

Así me pasa con Leamington.

Cuando me ofrecieron venir para acá, por supuesto que acepté: era una titularidad, era un consulado pequeño y fácil de manejar, tengo experiencia en toda clase de consulados: grandes, medianos, chicos, abarrotados, solitarios, lentos, intensos... de tocho morocho. ¡Ah! Pero siempre de alterno, adscrito, o como le quieran llamar al Número Dos del changarro.

A veces de encargado, cuando el jefe no está en casa.

Pero de jefe... todavía no...

Y bueno, uno no nace sabiendo las cosas de ser jefe, se adquieren con la experiencia y con el quehacer diario. Y esa fue la consigna al subir al avión rumbo a Canadá. Y, por supuesto, toda clase de planes, proyectos, ideas... cambiar al mundo.

Al llegar, fue el ser recibido por mi segundo de a bordo... ¡qué raro se siente decir eso de otra persona y que no se estén refiriendo a uno! Pero en fin. Sigamos con el relato. Del aeropuerto fuimos a cenar y a registrarme al hotel. Esa noche fue empezar a asimilar que ya era el titular de una oficina, y que las decisiones que se tomaran serían finalmente mías y que no rendiría cuentas mas que a la Patria. Había buscado ese momento por más de 5 años y una espera de dos de ellos. Al fin era realidad. Yo era Alberto Bernal Acero, Cónsul de México en Leamington, Ontario, Canadá.

El lunes siguiente fue entrar a la oficina y ser saludado y presentado como el nuevo cónsul titular. Si bien no es una plantilla grande (son 3 funcionarios y 5 empleados locales), esa gente esperaba mis instrucciones y me reportaba lo referente al trabajo que realizaban. Al llegar a mi oficina de titular, fue ver esta vista desde la ventana:


Y empezar a firmar documentos, avisos, mi primer reporte de un evento de interés en la zona... demostrar que el consulado tiene un nuevo jefe y que no ha parado su actividad.

Sin embargo, esta oficina es diferente a cualquiera de las que me ha tocado servir. Para eso déjenme decirles un poco el tipo de lugar que es Leamington y por qué hay un consulado en este pequeño poblado agrícola.


Leamington es una municipalidad en el condado de Essex, Provincia de Ontario, Canadá. Cuenta con 35,000 habitantes y su actividad primordial es la agricultura, pero con una salvedad: se desarrolla principalmente en invernaderos. No olvidemos que Canadá cuenta con un invierno muy crudo y no favorece muchos cultivos, especialmente de frutas, y acá se da mucho tomate rojo (jitomate), al grado de que por mucho tiempo se autonombró la capital del tomate en Canadá; pero también se da pepino, durazno, espárragos, tabaco, vid, entre otros cultivos. También hay una que otra granja apícola (de abejas), pero esas no son de invernadero, son de a deveras...

Y en este entorno de invernaderos, alrededor de 2,000 trabajadores agrícolas mexicanos vienen, cada año, a Leamington y sus alrededores, a hacer su labor, como parte de un programa creado entre México y Canadá para trabajadores temporales, únicamente en este sector. Tienen papeles para trabajar, tienen sueldo establecido por la ley, prestaciones, seguros, y un empleo estable por un cierto tiempo y regresan a México. Y son gente que ha resultado muy cotizada por sus empleadores, al grado de que piden que regresen al año siguiente, y hay quien tiene más de 30 (sí, treinta) años participando en el programa con el mismo granjero, y ambos felices con su trabajo, empleador y empleado. Cuando me contaban este tipo de cosas, lo sentía muy fuera de este mundo, al menos de mi mundo. Pero cuando va uno a un invernadero y ve algo como esto:


Sentir la humedad y el calor inducidos por máquinas para tener la temperatura y condiciones que el cultivo necesita, en ese caso el pepino, y ver a los trabajadores contentos y haciendo lo que han hecho por muchos años (ahí fue que conocí a un señor muy amable, don Fernando, que lleva casi 35 años en el programa [desde 1980], viniendo 8 meses al año, que son los que establece el programa, pero que este sólo viene 6 porque ya quiere estar más tiempo con su familia). El ambiente es pesado al cabo de un rato, y estos hombres y mujeres lo toleran de buen grado y hacen una labor que les es tan reconocida, que los piden los granjeros que los contratan, una y otra vez, hasta que ya se retiran.

Por supuesto, siempre llegan nuevos trabajadores, ya que la voz se corre por las comunidades agrícolas de México, así como se incorporan los hijos de los que ya son veteranos en el programa, y se ven grupos de padres e hijos o de hermanos trabajando en el mismo lugar, ya que el empleador reconoce la calidad que se transmite de generación en generación. Sin embargo, también hay quienes no dan el ancho, y los cultivos les resultan más laboriosos de lo que se imaginan, o no es el que han hecho antes (a veces el programa se equivoca y manda a la gente a granjas equivocadas y el trabajador, o aprende otro oficio, o pide que lo cambien a una granja en la que sí pueda trabajar, o de plano se da por vencido y se regresa a su casa...)

¡¡¡Y todo esto lo he aprendido en solo una semana!!!

Es claro que esta experiencia me va a enseñar algo completamente nuevo de mi oficio. Nada que ver con Estados Unidos. Y me tocará unirme a la causa de las demás oficinas que tenemos en Canadá, para hacer entender a quienes toman las decisiones en la Patria, que esto no tiene ningún punto de referencia con nuestro mayor cliente en materia consular y de protección. La temática es muy propia, los problemas no se comparan, las necesidades son diferentes. Es cierto que un pasaporte el igual si lo expido yo o se expide en Los Angeles, pero el motivo por el que se solicita no necesariamente es el mismo. Acá hablar de indocumentados es muy poco frecuente y nada común. En Estados Unidos es el pan nuestro de cada día. Acá trabajan los campos gente con papeles para hacerlo, allá lo hacen de manera casi clandestina, aunque no por eso dejan de tener derechos laborales que la ley les concede, sin importar si tienen papeles o no. Acá vienen casi 50,000 trabajadores con prestaciones y beneficios, allá son millones con escasos derechos y frecuentes persecuciones. ¿Le sigo? ¿o se empiezan a dar una idea?...

Pero esos 50,000 trabajadores que vienen a Canadá todavía necesitan de nuestra presencia. Aun en este ambiente cordial, no falta un empleador o un capataz que piensa que, por ser de un país distinto, estos empleados son poca cosa y los maltratan, o no les dan condiciones adecuadas para trabajar o vivir en las granjas, Nuestra misión es ver que eso no suceda, y si pasa, que las autoridades canadienses que ven el programa tomen cartas en el asunto. Los nuestros, aunque cuenten con todo lo necesario, pueden sufrir un accidente, y nos toca ver que los protocolos y procedimientos de emergencia se hayan llevado a cabo correctamente, que los seguros cubran lo que les corresponde o compensen al trabajador si queda deshabilitado temporalmente o si hay que regresarlo a México por ya no poder trabajar. Si alguno, por desgracia, fallece (que sí se ha dado en esta oficina, según me cuentan), es ver que la familia lo sepa, que vengan si así lo desean, y que se haga el procedimiento para regresar los restos a la Patria para que reciban cristiana sepultura y que sus familiares y amigos le den el último adiós. Créanme que esto no lo escribo con sarcasmo, sino con un profundo respeto por quienes sufren una pérdida así.

Y al final del día, sea tranquilo, o sea de actividad, este paseo por la marina de Leamington resulta placentero:


Un lugar para reflexionar en lo que se ha dejado atrás y lo que se tiene hacia adelante. Recordar a los que pronto se nos reunirán para seguir la travesía juntos. Tener presentes a los amigos que siguen con nosotros en este recorrido, sin importar la distancia, pero siempre con el buen ánimo de seguir siendo parte de nuestras vidas y nuestras andanzas por el mundo, y que utilizan puentes como el feisbuc o el guatsap como medios para acompañarnos, mas los que se vayan creando en el camino. Un lugar a la vez callado, pero también animado por las decenas de transeúntes que lo frecuentan diariamente en busca de un espacio agradable para pasar la tarde, sintiendo la brisa del lago Erie y alejándose del ruido del pueblo. Hay espacio para uno mismo y para ser parte de la comunidad.

Son los tesoros que uno empieza a acumular cuando regresa uno al exterior.