11 diciembre, 2016

El final de una era

Cuando uno vive en el exterior, se pueden conocer diferentes perspectivas de la realidad y, con ello, enriquecer el intelecto y el espíritu.

Ya hemos platicado antes sobre el ser observadores de la Historia y el estar en el lugar correcto, en el momento preciso. No hay repeticiones, ni nadie la puede detener para que nos pongamos en el mejor lugar.

Y ese devenir marca las generaciones. Las experiencias vividas desde la infancia y que marcan la vida de una parte u otra de la Humanidad, Incluso de toda ella.

Y cada generación tiene sus símbolos, sus héroes y villanos, sus íconos... su inicio y su final.

Y en el caso de mi generación, y las inmediatas anteriores, estamos presenciando el final de una era. Y de la manera menos agradable: los personajes que han sido pilares de ella han iniciado su camino hacia el reino de la leyenda.

En los últimos tres años, una cantidad significativa de personajes que marcaron el rumbo de estas generaciones han fallecido. Los "baby boomers" y la llamada "Generación X" estamos viendo la partida de hombres y mujeres que, por mucho tiempo, consideramos como parte de nuestra vida diaria. Nombres como Leonard Cohen, Gonzalo Vega, Mickey Rooney, Ariel Sharon, Mario Cuomo, David Bowie, Prince, Gene Wilder, Leonard Nimoy, Harper Lee, George Kennedy, Mario Almada, Juan Gabriel, Rubén Aguirre, por sólo citar algunos, muchos de ellos en sus 70'sy 80's, unos más incluso en sus 90's, marcaron diversas etapas de nuestra infancia, juventud, e incluso de la vida adulta.

La música, la literarura, la política, el arte, el teatro, la televisión. Nuestra vida diaria resintió estas pérdidas. Fueron nombres y personas que vimos desde nuestra infancia, otros incluso desde la juventud de nuestros padres. Figuras que desde fines de la Segunda Guerra Mundial ya formaban parte del imaginario colectivo, en forma de voces de radio, personajes en el escenario o en la pantalla cinematográfica. Incluso quienes dieron el salto mortal hacia la televisión. Autores, autoras, actores, actrices, cantantes, líderes de estado y de opinión. Todos con algo en común: en algún momento fueron seres humanos que dejaron una huella profunda en nuestras vidas, a través de una sonrisa, una lágrima, una frase sensata, o incluso un error garrafal. Cada quien conoce esa huella y la conserva en su memoria y en su alma.

Conforme una generación cede su lugar protagónico a la que sigue, el ver cómo esas personalidades van despareciendo, es un recordatorio de la brevedad de la vida del ser humano en el contexto del Universo mismo. El que tengamos 2 millones de años sobre el planeta no se compara con los millones de años que han pasado desde que los dinosaurios dominaron la faz de este mundo, o los que han transcurrido desde que los continentes tomaron la forma que actualmente conocemos. Un latido en el corazón de la Creación.

Sin embargo, para nosotros, esos 50, 60 o 70 años son una eternidad. Es el cambio de usar pantalón corto, a empezar a salir solos (sin chaperón); de tomar refresco a conocer los efectos del alcohol; de recibir dinero para nuestros gastos por nuestros padres, a ganarlo en un salario. Un crecimiento que nosotros vemos lento, ya que se da con el día a día, pero que vemos vertiginoso en nuestros hijos. La relatividad que documentó Einstein en incomprensibles ecuaciones, pero que todos los padres hemos vivido desde siempre.

Y es algo normal, y hasta muy sano, diría yo. Es cierto que muchos hemos dicho alguna vez que "el tiempo pasado fue mejor", "¡ah qué tiempos, señor Don Simón!" y esas frases exaltando un pasado que, bien sabemos, ya no regresará. Pero lo mismo hicieron alguna vez nuestros padres, nuestros abuelos, y las generaciones que les precedieron. En el fondo muchos pensamos que nuestros tiempos han sido los mejores, y tal vez sí sea cierto. Fue la época en que crecimos, en que hicimos nuestra primera travesura, dimos el primer beso, conocimos el dolor del desamor, ganamos el primer sueldo, tuvimos nuestro primer auto, y tántos otros momentos que cambiaron el curso de nuestra vida para siempre, a veces para bien, a veces para aprender a no volverlo a hacer.

Charles Dickens nos enseñó, en "Historia de Dos Ciudades", que la época que ha vivido uno puede ser el pináculo de nuestra existencia o el abismo de nuestro vivir: Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Era la época de la sabiduría, era la época de la ignorancia. Era el período de la fe, el período de la incredulidad. La era de la luz y la era de la oscuridad. La primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Lo teníamos todo y no teníamos nada...

Presenciamos el final de una era, para ver la entrada triunfal de otra, que promete ser mejor. Ya el tiempo lo confirmará.

Un pensamiento en los últimos instantes de este año, desde el exterior.