01 octubre, 2012

Arraigos

"Los diplomáticos llevan una vida contra natura, de extranjería perpetua hasta en su propio país, donde la prolongada ausencia los hace extraños. Están condenados para siempre a romper todo vínculo amistoso, a renunciar periódicamente a sus moradas". Alfonso Reyes, citado por el Emb. Enrique Hubbard Urrea en "Diplomático de Carrera".


Cuando uno vive en el exterior, invariablemente, se arraiga uno a lo que le agrada, lo que le da significado al ser y estar en ese lugar.

Cuando uno encuentra esa "zona de confort" en la que los espacios son familiares, la gente hospitalaria, los lugares parte de la vida cotidiana, y todo pasa a ser normal, pierde el sabor de lo nuevo, empieza uno a acomodarse y, al final, se convierte en lo que uno entiende como "realidad". Cuando se da un cambio que nos hace salir de esa realidad, descubirmos que se ha creado un arraigo a ese entorno, y nos rehusamos a abandonar ese espacio acogedor, familiar, en el que nos hemos asentado con el paso de los años.

Sin embargo, cuando uno asume que la vida nómada es la nueva realidad, el arraigo es una sensación pasajera que queda atrás al llegar a un nuevo lugar y, por ende, al empezar a crear una nueva existencia, dejando la anterior en el recuerdo.

Al menos es lo que uno cree, o quiere creer.

La realidad demuestra ser muy distinta al mundo del "Deber Ser". Uno se aferra a lo que le es familiar, agradable... uno ha generado arraigo a un tiempo o a un lugar, o a ambos.

Y, llegado el momento de partir, es cuando uno se da cuenta de ese vínculo que, sin querer queriendo (como diría El Chavo),  buscábamos evitar a través de una supuesta indiferncia y desinterés en el sitio, la gente o ambos, es una realidad viva y actual.

Eventualmente, uno como adulto llega a asumir ese sembrar y arrancar raíces como parte de la vida. La adaptabilidad del ser humano al entorno cambiante. Ya lo hacían los nómadas siberianos o las hordas vikingas, incluso los grupos que, pasando por un congelado estrecho de Bering, llegaron a ocupar este territorio que ahora llamamos América. Vinieran de donde vinieran, asumían el cambio y las condiciones del lugar al que llegaban a asenrtarse.

El nomadismo ha sido parte de la humanidad desde sus orígenes. Antes era para buscar alimento o persiguiendo la caza . La agricultura hizo al hombre sedentario y, por ende, sujeto a crear arriago al lugar donde vive. Solo salía de ahí si las condiciones lo forzaban a ello. En el mundo global de hoy, el desplazarse de un lugar a otro es parte de la interacción en todas las latitudes. El técnico que hoy debe empezar una planta en Singapur, tomándole un par de años de su vida, en algún momento tendrá que desplazarse a otra misión, posiblemente en Uruguay o en las planicies de Montana o en la selva africana, dejando atrás lo que llegó a construír en sus pasados destinos, y no me refiero a la planta que mencioné al principio, sino a los amigos, los quereres, los lugares, las anécdotas... lo que hizo a ese lugar algo más que un cuarto de hotel en un lugar del mundo.

Sin embargo, hay seres que no toman ese cambio tan fácil. Pensemos en nuestros hijos. En este oficio y en todas las actividades que implican el desplazarse, los chicos son los que llevan la peor parte. Su arraigo es profundo... dejan atrás a sus amigos con los que han desarrollado estrechas relaciones, con quienes empiezan a abrirse al mundo, cuando salen de la infancia y se asoman a la adolescencia. O tal vez sean mayores, "teenagers" como se dice en inglés, y tienen que alejarse de sus amigos o amigas íntimas, con quienes comparten el gusto por tal o cual muchacho o muchacha, incluso un primer romance debe ser cortado en lo más tierno por la necesidad de partir.

Este tipo de situaciones nunca lo tomamos a la ligera. Cuando los chicos todavía son pequeños, uno se acerca a ellos para hacerles llevadero el duelo de destrozarles la realidad de su vida en un determinado lugar en el que, al cabo de cuatro o cinco años, han creado fuertes lazos con gente local por su escuela, sus actividades, su vencindad a casa... y al cabo de unos cuantos días, deben decirse "adiós". Si bien ahora pueden usar el correo electrónico, Skype u otras maravillas tecnológicas, antes era solo el correo postal y, los más afortunados, el teléfono. Pero cualquiera que sea el medio de comunicación, nunca podrá reemplazar el verse a diario, compartir el último chisme del grupo o platicar sobre el chico nuevo o la chica del otro grupo.

Cuando son lo suficientemente crecidos como para cuidarse por sí mismos, pueden tomar la decisión de seguir con nosotros en el peregrinar, o quedarse y seguir solos, claro, con el apoyo y visitas periódicas nuestras. En nuestro oficio llega a ser común que las familias están dispersas por el mundo, especialmente si uno es asignado a un lugar de condiciones de vida difíciles, o cuando las circunstancias del lugar que se va a dejar son mejores que las del nuevo destino. Pagar varias casas en diferentes partes del mundo se convierte en una práctica que desangra la economía y erosiona la unión familiar. Pero en muchos casos, garantiza que cada uno de los integrantes de la familia pueda seguir adelante en la vida, sin tener que sobrellevar el impacto emocional de la pérdida de aquello o aquellos a los que se han arraigado.

Cuando no es posible esta medida, cuando los chicos todavía dependen de uno y su tierna edad los hace incapaces de seguir por sí mismos y deben emprender el vuelo con la familia, los padres tienen que enfrentar y encarar las reacciones de este abrupta ruptura. La mezcla de enojo, dolor, cierto matiz de rencor hacia el trabajo de uno que los arranca de su mundo, son cargas emocionales que deben ser afrontadas junto con el llegar a la nueva oficina, buscar casa, montarla, esperar los muebles y enseres del hogar, crear una identidad legal y comercial para desenvolverse... Volver a empezar, en muchos casos, desde cero. Aunado al chico o chica que maldice su suerte y el que su padre (o madre) tenga esta clase de #^#%#% trabajo.

Y es cuando uno se da cuenta del alcance e impacto del arraigo en la vida. No solo en uno como individuo, sino como parte de una familia, de una pareja. El arraigo se vuelve una parte integral del entorno familiar. Y es cuando uno se acoge al único vínculo que puede se llevar consigo: el amor y el núcleo de la familia. La familia se une e, incluso, se encierra en sí misma. Es el único mecanismo de defensa en el que se puede confiar. Eventualmente, cada uno de la familia empieza a asomarse fuera del "muégano" y comienza a reconocer el entorno. Si es amigable, entonces se empieza a dar nuevamente el ciclo. Si no lo es...

Gajes del oficio de los que nos toca ver la vida desde el exterior.