31 agosto, 2015

Al otro lado del río

Cuando uno vive en el exterior, se tiene la oportunidad de ver las cosas desde diferentes perspectivas. Si bien es cierto que dicen que las comparaciones son odiosas, en realidad todos las hacemos, de una manera u otra.

Comparamos la ropa de la gente que se nos cruza por la calle, o los coches en el estacionamiento de una tienda. Uno ve en los periódicos o en las revistas la moda de tal o cual celebridad, y luego comentan que es mucho mas sofisticada o de mejor diseñador que la de otra celebridad. ¡Qué decir del Salón de la Moda! Escaparate de modistos de todos colores y sabores.

Pero cuando escalamos esa comparación a países, la cosa adquiere nuevos matices.

Ahí los mexicanos nos hemos caracterizado por decir que tal o cual nación es mejor que nosotros, o como decimos, se es "malinchista", es decir, que se le da un valor privilegiado a todo lo extranjero sobre lo nacional, sean autos, ciudades o aspecto físico. El origen del término es muy discutido, pero la creencia popular se basa en la figura de Malintzin, la mujer náhuatl o tlaxcalteca que ayudó a Hernán Cortés a comunicarse con los aztecas y que les sirvió de ayuda para conocer su manera de ser y permitir que se les pudiera conquistar. Se doblegó ante el extranjero (europeo, en este caso) por admiración, temor o cualquiera que fuera su razón o motivo, el caso es que sirvió a los españoles y se le identifica como sinónimo de servilismo y entrega al extranjero.

Y se ha tenido, por mucho tiempo, la costumbre de compararnos con Estados Unidos, el país al otro lado del Río Bravo, o Río Grande como ellos le dicen. Que si en Estados Unidos el agua de la llave es potable... que si en Estados Unidos las calles son más limpias...  Y así nos podríamos pasar un buen rato buscando y rebuscando ese tipo de comentarios.

Y la zona fronteriza entre México y el vecino del norte se ha convertido en una zona de convivencia, coexistencia y, a ratos, de confrontación. Se dice que el cruce Tijuana-San Diego es uno de los más activos y concurridos del mundo, con millones de cruces al día. Y los incidentes transfronterizos entre residentes del lado mexicano y guardias del lado estadounidense son un tema que, si bien no es de a diario, si se da con una frecuencia indeseada y de fatales consecuencias. El paso de transportes en ambos sentidos de la frontera en puntos como Laredo representa millones de dólares en comercio. Y por otro lado están los adolescentes, estadounidenses o de otras nacionalidades y que viven en ese lado de la frontera, que cruzan al lado mexicano para divertirse y consumir alcohol hasta perder el sentido, y que en su tierra no les es permitido por la edad. La "economía del reventón" es una realidad recurrente, especialmente en fines de semana largos o en "Spring Break".

De alguna manera me tocó vivir esta experiencia en mis tiempos en Santa Ana, California. Si bien no estaba justo en la franja fronteriza, estaba lo suficientemente cerca para hacer de Tijuana, Rosarito o Ensenada lugares de visita esporádica, cuando se hacia interesante el pisar suelo de la Patria. Recuerdo que la primera vez que fui a Tijuana, se podía ver desde el punto de cruce hacia el centro de la ciudad, y un asta enorme con una bandera mexicana monumental podía verse en el horizonte, y el lábaro patrio ondeaba majestuoso... Se me hizo un nudo en la garganta... Era la primera vez que veía una bandera nacional así desde mi regreso de China.

Ahora, por azares del destino, me ha tocado vivir en una zona fronteriza. Y, curiosamente, también con Estados Unidos, pero ahora del lado norte, es decir, con Canadá.

Leamington no es en sí una ciudad fronteriza, pero Windsor, a 45 minutos en coche, sí lo es. Y es donde vivimos. No encontramos una casa acorde a las necesidades en Leamington... entre tener dos adolescentes que reclaman tener espacio propio, mas el perro, las opciones se cerraron a un lugar y, finalmente, a una casa, que es en donde estamos ahora.

A diferencia de mi sede, la ciudad donde está nuestra casa es una ciudad industrial; no es muy grande, pero ha sido considerada la "capital automotriz de Canadá" por muchos años, a pesar de algunos descalabros en los tiempos recientes. Sin embargo, la historia de Windsor ha estado ligada a la de su vecina Detroit, tan solo separada por el Río Detroit, pero unidas por el Puente Ambassador y una historia de casi un siglo.

Han de saber que esta ciudad canadiense fue la fuente de alcohol ilegal de contrabando de su vecina estadounidense durante la época de La Prohibición. Y es parte de la historia anecdótica de este binomio geográfico.

Pero volviendo a la premisa que nos ocupa en esta ocasión, la gente de Windsor es ávida visitante de Detroit, al grado de que el equipo de béisbol favorito acá no es el de Toronto… sino los Tigres de Detroit…, y los cruces diarios para trabajo, compras, servicios médicos… son cosa de todos los días… Siendo honestos, el surtido de bienes y servicios de este lado de la frontera es menor al del otro lado del río… y es por eso que me uno (aunque sea muy de vez en cuando) a las multitudes que usan el Puente Ambassador para ir al extremo estadounidense cuando se hace relevante o necesario.


Sin embargo, y parafraseando la canción de Mecano, ahora que el dolar (canadiense) esta devaluado, son esta vez los estadounidenses los que cruzan a Windsor de manera abundante, ya que sus dolares (estadounidenses) compran mas del lado de Canadá, aunado al casino que tenemos acá, y que reporta ganancias por primera vez en muchos años, lo que da una idea de lo trascendente que este fenómeno económico ha sido para la ciudad automotriz de la hoja de maple…

La paradoja de ver qué es mejor… lo que está al otro lado del río.

No importa la perspectiva desde la que ese esté viendo, el pasto es más verde en el jardín del vecino. Y no es que digamos que es una visión equivocada, o parcial, o que demerite lo que uno posee… es simplemente donde encuentra uno lo que busca, lo que necesita, o ambos, que no necesariamente son lo mismo… Es un principio que no tiene un ejemplo estático, como podríamos pensar de E.U.A con sus vecinos al norte o al sur. Es, en realidad, cuestión de encontrar el perol con oro al final del arcoíris…

Del otro lado del río.

Historias que uno puede ver y compartir cuando se está en el exterior.


17 agosto, 2015

Las Alegres Comadres de Windsor

Cuando uno vive en el exterior, el lugar en donde vive uno lo marca, además del lugar, la gente que vive en él y convive con uno.

Para bien... y para mal...

Como en todo, una persona (o personas) pueden hacer que el paraíso se vuelva un infierno y, en sentido inverso, que el lugar más adverso se convierta en uno de los más añorados luego de haber partido.

Y como siempre es más grato hablar de las buenas experiencias que de las que no lo fueron, les compartiré dos ejemplos de sitios que fueron de especial significado por, entre otras causas, la gente con la que nos tocó compartir esos lugares.

Shanghai y Albuquerque.

Y no es porque los demás, incluyendo la Patria, hayan sido de experiencias tristes o dolorosas, pero esas dos ciudades tuvieron, y siguen teniendo, un lugar privilegiado en nuestros corazones.

Cuando llegamos a China en 1994, eramos dos recién casados que salían por primera vez de su casa y de su tierra para empezar la vida de un joven miembro del Servicio Exterior que llegaba a su primera adscripción. Al bajar del avión y empezar a recorrer las calles de una tierra desconocida e incomprensible, la sentimos hostil y difícil de sobrellevar. La gente gritando en las calles... los lugares de nombres indescifrables... la comida que causaba daño... la pestilencia... Todo lo necesario para pasar los peores años en mucho tiempo.

Todo lo contrario. La lloramos cuando nos fuimos. Y así lo ponderamos cuando nos preguntan de cuando estuvimos en Shanghai. El hecho es que en esos años del fin del milenio, conocimos amistades de los más diversos orígenes e idiosincrasias que formaron una red de compañía, comprensión, solidaridad, calidez, que hicieron que China cobrara un nuevo significado, y que comenzáramos a abrir más los ojos, el criterio y acogiéramos a ese país asiático como un lugar interesante, fascinante, lleno de sabiduría en sus más de 5,000 años de experiencia. Al final nos integramos al grupo de gente que le tomamos cariño a Asia, que la comprendemos a fuerza de haberla vivido día a día y que siempre estaremos gustosos de volver si la oportunidad lo permite. No así otras personas que hemos conocido y que, para ellos, ese tiempo fue una calvario indecible, una pesadilla.

Recuerdo de ese tiempo a una funcionaria de un consulado de Europa Occidental que llegó a Shanghai por una estancia corta. En ese tiempo las oficinas consulares nos juntábamos cada cierto tiempo en un grupo de trabajo y convivencia para intercambiar consejos útiles, contarnos las últimas incidencias y fortalecer la amistad. Resulta que esta funcionaria recién llegada fue a una de nuestras reuniones. Naturalmente todos la recibimos de muy buen grado, y siendo una persona no tan joven como los de la mayoría del grupo, se le tenía buena voluntad para que se integrara al grupo, sin importar la posible diferencia de edad. Cuando le tocó presentarse, su comentario fue de desaliento y desagrado por su nombramiento para China, y se alegraba de que sería sólo por una breve temporada, así como el quejarse de todo lo desagradable del lugar. Los demás nos vimos a los ojos y tratamos de darle consejos para que su estancia fuese lo menos difícil posible; luego coincidíamos al comentar por separado que a esa personita le esperaban unos meses de agonía hasta que llegara su orden del traslado. Los demás disfrutábamos lo que Shanghai tenía para ofrecernos y lo "adverso" lo convertíamos en anécdotas para nuestro grupo o para las familias o los amigos en la Patria.

China nos dio la oportunidad de conocer una de las regiones más interesantes del planeta, y nos dio a Rebeca, nuestra hija. Nos sirvió de punto de salida para visitar otros lugares como Tailandia y Malasia, aunque fuera sólo por unos pocos días, pero que nos dio la oportunidad tener un vistazo de esos países fascinantes y hermosos. Y nos enseñó que el Mundo tiene gente maravillosa, que nos acogió como sus amigos y que nos han acompañado en nuestro peregrinar por el planeta, porque ellos mismos viven su propia ruta de país en país, y saben y entienden lo que pasamos, lo que vivimos y lo que sentimos, porque también lo viven en carne propia. Aunque el oficio sea distinto, el destino errante nos une en una afortunada coincidencia y en un lazo de unión en donde quiera que estemos, y que ese vínculo ha persistido hasta el día de hoy. Gracias a todos ellos por subirse a nuestro barco y, a la vez, dejarnos ser pasajeros en el suyo. Ustedes saben quienes son.

Albuquerque fue también un caso de lugar limitado, pero que representó una experiencia maravillosa en nuestras vidas. Ya con Diego y Rebeca en nuestra familia, salimos de California hacia Nuevo México, un lugar pequeño y pobre en los estándares de Estados Unidos. Efectivamente, de salir de una zona de notoria prosperidad y abundancia, como lo era Orange County y Los Angeles, la Tierra del Encanto era árida, con pocos atractivos, sin grandes centros comerciales, ni lugares de ensueño y ¡sin Disneylandia! ni tantos otros lugares. Pero la gente que nos tocó conocer en Albuquerque nos mostraron que la comodidad y la vida agradable no necesariamente estaban atadas a la abundancia. En realidad el lugar nos ofrecía lo necesario para cubrir las necesidades reales e importantes e, incluso, el poder retomar pasatiempos o aficiones, y hasta abrazar nuevos. Para mí fue el modelismo, que lo había dejado casi desde la universidad y que, gracias a un club de aficionados a armar aviones, barcos, figuras y demás variedades del hobby, y que retomé gustosamente. Para Delia y los chicos fue el tejido, el karate (que para Delia y Diego fue una experiencia maravillosa y la añoran todavía) o el ballet para Reba. Todos tuvimos un espacio propio para desarrollar habilidades, experiencias pero, sobre todo, conocer gente y crear vínculos duraderos.

A diferencia de China, la gente de Nuevo México, salvo un par de colegas míos, han sido personas que residen y han hecho su vida en el lugar, que no saldrán de él, salvo que sea así necesario, y que abrazaron la vida allá como la que más les convenía para ellos y sus familias, y pienso que no hicieron mala elección. En más de una ocasión he pensado que Albuquerque sería un magnífico lugar para mi retiro. Es tranquilo, sencillo para vivir, el costo de vida es menos alto que en otras partes de EUA, no es pretencioso, pero sí orgulloso de su origen, que combina a los pueblos nativo-americanos que han vivido ahí por siglos, junto con la herencia hispana y novohispana de la época virreinal, con la presencia de la población estadounidense desde que fue anexada a ese país en 1847. Ya hemos platicado de esta historia en otra entrega anterior ¿Recuerdan cuando nos preguntábamos si era correcto ser latino o hispano? Esta mezcla de ingredientes a la vez tan disímbolos y que han sabido dar y darse espacio en este lugar, hacen de esta adscripción uno de los lugares que han ganado un lugar de privilegio en nuestro recuerdo y en nuestro corazón.

Ahora que llegamos a Canadá, la posibilidad de que nuestra estancia esté marcada con la gente que conozcamos acá se vuelve a dar nuevamente. Y pensamos que para bien.

Nuestro arribo fue favorable, y la gente de la oficina ha sido atenta y solidaria conmigo, el recién llegado. Y ha sido el camino para conocer gente de los nuestros por acá.

Nos hemos asentado en la ciudad de Windsor. De tamaño medio, resulta un contraste interesante con Leamington, sede del consulado, que es una pequeña comunidad agrícola, poco urbana y sí más rural, con una predominante presencia de campos de cultivo e invernaderos para tener cosechas a lo largo de todo el año, sin preocupaciones de temporadas o mal clima.

Windsor es una zona desarrollada, industrial, colindando con Detroit, Michigan, con quien tiene una historia unida por compartir uno de los Grandes Lagos, por el alcohol ilegal de la época de la Prohibición en los años 30's del Siglo XX y, más recientemente, por la industria automotriz. A diferencia de Estados Unidos, la población mexicana en Canadá es mucho menor, con un estatus legal en este país, en muchos caso son cónyuges de canadienses o de gente que se ha asentado en esta zona por su trabajo y que, con el paso del tiempo, han echado raíces y se quedan acá.

Fue curioso que, como parte de los encuentros que inicié a mi llegada a acá como cónsul,  fue conocer a la comunidad mexicana en Windsor. Y fue ahí donde pude ser presentado a un grupo de esposas de gente que vive en Windsor por diversos motivos: algunas están casadas con canadienses, otras son esposas de mexicanos o gente de otros países y que, por diversas causas, vinieron a parar a este puerto fluvial. Y fue sensacional ver a este grupo de mujeres simpáticas, agradables, cordiales y divertidas, el darme la bienvenida a Canadá y a esta ciudad a la que llaman hogar.

Y les he acuñado un nombre que, siempre respetuoso, me da la idea de la amistad y la cordialidad entre ellas que se ha forjado en muchos años de convivencia, fraternidad y compartir su amor por México pero gozando de las ventajas de Canadá. Son las Alegres Comadres de Windsor. Y me baso un poco en la comedia de Shakespeare, que en inglés se llama "The Merry Wives of Windsor" o " Las Felices Esposas de Windsor", que no se aleja de la traducción que yo ya conocía. Pero al pensar en ellas, no me imagino una comedia isabelina de enredos con un final feliz. Es asociar ese nombre, como arriba decía, a un simpático grupo de señoras mexicanas, muy cercanas a las edades de Delia y mía, y que coincidimos en muchas cosas: vivencias, anécdotas y ser de una época similar de nuestro México lindo y querido.

Pienso yo que es la fórmula perfecta para que este tiempo en Ontario, Canadá, sea también un período feliz en nuestras vidas en el exterior.

Ya el tiempo lo dirá.