17 agosto, 2011

Los que dejamos atrás


Cuando uno parte hacia el exterior, el pensamiento del tener que decir "adiós" o "hasta pronto" a nuestros seres queridos, amigos, padres, esposo(a), hijos(as), nos desgarra el corazón. El contemplar la posibilidad de que no los volvamos a ver es una expectativa que nos aprieta el pecho y hace que las lágrimas inunden nuestros ojos.

Pero, al final, uno toma camino hacia la aventura, lo desconocido pero, sobre todo, hacia un nuevo principio.

Y como todo principio, es reinventarse uno para salir adelante en esa nueva realidad. Aprender nuevos hábitos, nuevas costumbres, tal vez una nueva lengua o a utilizar de una manera diferente la que ya se tiene… Uno Mismo v.2.0

Y aquí mi charla se encuentra en una entrada a una doble ruta: una para los que se quedan en ese nuevo lugar y se asientan por el resto de su vida; y la otra para gente, como yo, que andamos de nómadas de lugar en lugar. N despedidas y N nuevos comienzos.

Ha habido gente que me ha preguntado si ese interminable peregrinar no resulta cansado, tedioso y tal vez incómodo… El empacar, desempacar y empacar de nuevo; cambiar de casa, de oficina, de lugares para comer o hacer las compras; donde divertirse; la ruta de regreso al hogar, los amigos…

Y es repetir esa despedida de la que comentaba al principio tantas veces como cambios tiene uno en esta carrera. Con nuevas lágrimas, con nuevos "adioses" o "hasta pronto". Románticamente uno puede comprar la idea de que es formar una cosecha de amigos en todo el mundo, saber que hay partes en este planeta en las que habrá alguien que nos recibirá con una sonrisa sincera en los labios, un abrazo efusivo, una palabra de alegría por el reencuentro, y largas horas de charla sobre lo que se ha visto y vivido desde la despedida o el último encuentro.

Eso a veces funciona y, efectivamente, contamos con amigos maravillosos que nos han seguido en nuestro derrotero, y que hemos continuado en contacto hasta el día de hoy.

Pero también tiene su precio… y a veces es muy alto.

El haber recibido la noticia del fallecimiento de mi padre a solo minutos de haber sucedido es algo que llevaré siempre en mi memoria… Yo ya vivía en California, estaba de encargado de la oficina y preparando los eventos de Fiestas Patrias. Y en la mañana del evento el teléfono sonó. La voz de mi hermano y de mi madre ahogados en llanto dándome la noticia, Fue dejar todo y tomar el primer avión disponible. Llegué esa tarde a encontrar el féretro de mi padre en la estancia de la casa de mis padres, en pleno velorio. La noche fue larga, mal dormida, y luego llevarlo el día siguiente a cremar. El sentimiento de impotencia, de lejanía, de distancia infinita… la desesperación de caminar, casi correr, en los pasillos de los aeropuertos, en el metro, en la calle hasta llegar a la puerta de la casa… Y todo se detuvo cuando me senté al pie del féretro y compartí una conversación de una voz con mi padre yaciente… decirle cosas que no hubo nunca oportunidad de decirle… o tal vez conversar con él por última vez, como lo hicimos en tiempos de infancia y juventud.

Pero uno como adulto asume este tipo de costos. Igual le pasó a mi madre en su tiempo en que tuvo que ir a despedir a sus padres a su funeral. Pero ni ella, ni yo, culpamos nunca al hecho de vivir en el exterior. Son los acontecimientos que suceden y en los que uno no tiene intervención alguna. La vida sigue su curso. Al final, las obras quedan las gentes se van; otros que vienen las continuarán. La vida sigue igual.

Los chicos no lo toman con tanta filosofía. Ellos no entienden de deberes, de servir a la Patria, del Servicio Exterior… de la emoción de conocer nuevos lugares, nuevas personas empezar nuevas amistades… Ellos solo ven y sienten el dejar atrás a los amigos que forjaron a fuerza de visitas, juegos juntos, sufrir a los mismos maestros o a los compañeritos pesados…

El ver a mis hijos y sus amigos en una rueda abrazados, llorando la despedida, es una imagen imperecedera en mi memoria.


Este tipo de momentos me cuestionan si el recorrer el mundo en una misión así vale la pena para la familia de uno. Si el contabilizar a los que dejamos atrás es lo suficientemente compensable con el futuro que se inicia con cada nueva etapa. Si el vivir en el exterior como yo lo he hecho estos años realmente lo justifica. Pero pienso, por otro lado, que si no hubiera llegado a Dallas no hubieran conocido a estos buenos chicos que hicieron su estancia en este lugar más llevadera, que les alegraron los días de verano y de invierno por igual, que ayudaron a que el haber salido de Albuquerque fuera una anécdota amable, aunque nunca olvidada.

Sé que costará tiempo y madurez para que ellos asuman este modo de vida, que tomen lo amable de viajar a otras latitudes, conocer nuevas culturas y cultivar nuevas amistades. Pero al final, pienso yo, lo verán a la distancia como parte de su vida, que así les tocó vivir, y tendrán la oportunidad de recapitular sus anécdotas de infancia y juventud en compañía (real o virtual) de los amigos que vayan juntando en su vida en el exterior.

Nadie me dijo que este oficio sería fácil o libre de costos. Como decíamos al empezar esta conversación, el salir implica un dejar atrás muchas cosas y personas importantes en la vida de uno. Pero las perspectivas de conocer gente nueva y buena es algo que lo motiva a uno a seguir viendo el mundo y la vida desde el exterior.