24 marzo, 2024

Marthita

Cuando uno ha vivido en el exterior, la gente que pasa por la vida de uno adquiere una dimensión especial, y más cuando dejan una huella imperecedera.

Ella se llamaba Martha. Ella se llamaba así. Ella se llamaba Martha, se llamaba Martha, se llamaba así.

Eso es de la letra de una canción de José María Napoleón que, muchos de mi generación, escuchaban esta y otras de sus canciones en el radio, en la TV, o en cassettes. Y sirva para introducir a nuestra escena, o mejor dicho, a nuestra pantalla, a Martha Fabián Aquino.

Mejor conocida, para quienes la conocimos, simplemente como Marthita.


Marthita era de Oaxaca, un estado, o provincia, en México. Zapoteca de raza pura, creció en un pueblo de ese estado. Por lo poco que pude saber de su historia, su padre había sido maestro rural o acólito de la parroquia local, tiene dos hermanos: Pedro y Eduardo Zacarías (Eduardo para el mundo, Zacarías para nosotros) y, desde muy joven, trabajo en el servicio doméstico de la familia materna de Delia, mi esposa.

Las historias que nos contaba sobre la Señora Natalia, pariente de la madre de Delia, que era persona de sociedad, eran siempre muy interesantes. De cómo le enseñó a servir una mesa, a acomodar cubiertos, a preparar platillos sofisticados, entre otras muchas habilidades para estar a la altura de la señora. Pero también tuvo un aspecto triste y difícil al envejecer la Sra. Natalia, y otras de sus hermanas, cuando Marthita se convirtió en su cuidadora, teniendo incluso que cargarlas para acomodarlas en su cama cuando ya no estaban en posibilidad de sentarse o valerse por sí mismas.

Acompañó a las ancianas hasta Ciudad Juárez, en donde pudo conocer la nieve y el clima extremo del norte. Y, después de esa odisea, regresó a la hoy Ciudad de México para entrar al servicio, primero, de un pariente lejano de la familia y, después, de la casa de Delia. Pero Delia recuerda de su infancia cuando iba a casa de su "Nina" Natalia y jugaba con Zacarías, y Marthita le enseñaba a tirar tortillas al comal.

Por muchos años, Marthita estuvo ayudando a la madre de Delia en las labores del hogar, cocinaba con muy buen sazón, mantenía todo muy limpio y arreglado, y tenían a Zacarías para los trabajos pesados de la casa. Fue en esta época en que aparezco en la vida de la familia Cabrera Murúa, y cuando conocí a Marthita.

Siempre amable, siempre respetuosa, siempre a la disposición. Marthita era una presencia ya cotidiana y apreciada.

Y, así, Delia y yo nos casamos y emprendimos el camino nómada del Servicio Exterior. Y Marthita siguió ayudando en la casa de los Cabrera.

Pero la tragedia llegó, como en los tangos de Gardel, y la mamá de Delia enfermó gravemente, hasta fallecer. Marthita se quedó en la casa de los Cabrera, ayudando al papá de Delia a mantener la casa en condiciones para habitarla y, a la vez, dándole compañía a quien quedó solo al fallecer su esposa, y su única hija viviendo al otro lado del mundo, literalmente.

Siempre respetuoso, de buenas costumbres, y cuidadoso de la imagen moral, el papá de Delia consideró que podría ser mal visto el que estuviera una mujer en la casa de un hombre solo. Ante esta desagradable situación, y aunado al aprecio que le había tomado a Marthita, decidió algo que fue motivo de controversia entre el grupo de amigos de él: pedirle matrimonio. Y ella aceptó.

El retrato de ellos el día de su matrimonio es lindo. Ella con su hermoso vestido blanco, y él de traje oscuro, impecable, como siempre.

Esta decisión cambió radicalmente la vida de la nueva pareja. Amigos de toda la vida del papá de Delia no ocultaron su indignación por esta unión, y terminaron amistades que se remontaban a la infancia. El señor sostuvo su decisión, y comenzó este nuevo capítulo con aquellos que aceptaron a Marthita en la vida de él. Y siempre estuvieron juntos, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, y hasta que la muerte los separó.

 Marthita y el Lic. Cabrera, con Rebeca y Diego (circa 2006) 

Marthita atendía al papá de Delia, al que llamaba cariñosamente "su viejito" o "Isma", y muy respetuosamente "Licenciado Cabrera." Lo cuidaba, veía por su alimentación, sus medicinas, sus pequeños caprichos como sus "Pingüinos Marinela." Y pasaban las tardes en la sala de la casa oyendo discos o la radio, a veces salían de visita, o recibían visitas. Con esa inspiración, el Licenciado Cabrera hizo renovaciones y mejoras a su casa, desechando cosas que eran de un pasado ya superado, y dando un nuevo aire a su hogar, ahora con Marthita a su lado.  

Y así avanzaba la vida, y con ella la edad y los achaques que lleva consigo.

En 2012, durante nuestro primer regreso a México, el ciclo del Licenciado Cabrera llegó a su fin, y fue ahora Marthita quien quedó sola, después de ver irse al quien le dio la compañía de un esposo y el cariño tardío de una pareja.

Con esa fortaleza de quien ha visto partir a muchos a lo largo de su vida, y que tuvieron algún significado, Marthita remontó el dolor de la pérdida de su esposo, de su "Viejito", y asumió el control de la casa que el Lic. Cabrera le heredó, junto con Delia, y la conservó siempre en buenas condiciones, a pesar de la edad y lo pesado del tabajo de mantener una casa de buen tamaño, contando siempre con la ayuda de Zacarías, su hermano, a quien llamaba "El Flaco". 

Y con renovados bríos, enfocó su energía en sus amistades, sus plantas, su casa, su cocina, su devoción, y a la memoria de su "Viejito". Y abrió su corazón a los nietos del Lic., a los que les guardó un gran cariño. Cuando eran pequeños, cada vez que veníamos de vacaciones a México, continuó la costumbre de darnos hospedaje en su casa, y había algún juguete de regalo de bienvenida para Diego y Rebeca. No eran gran cosa, pero los chicos disfrutaban esos presentes con mucho gusto. Y Marthita siempre los atendía, y se ayudaba de Delia para decirles cosas, o saber lo que ellos le decían.

¡Incluso quiso enseñarles a tirar tortillas en el comal!

Ya en esas épocas Rebeca mostraba su interés por las plantas, y Marthita subía a la azotea de la casa, con Reba, para mostrarle sus logros en su improvisada hortaliza de macetas, para admiración de la niña.

Y esas breves visitas hacían la alegría de Marthita, aun desde el tiempo en que el Lic. Cabrera estaba en vida, y después ya sola con Zacarías. Los días volaban y se hacían escasos para que ella consintiera a los pequeños con comida que les gustaba, o verlos jugar y estar con nosotros, o sólo con Delia cuando yo iba a cosas de oficina.

Cuando vivimos en México entre 2011 y 2015, las visitas a la casa de los Cabrera  eran cosa de todos los días, ahora de la familia Cabrera Fabián. Después de que los chicos salían de clases, era ir a pasar la tarde, al principio con "Granpi" (por "Grandpa" o abuelo en inglés), y ya que él había fallecido, con Marthita y Zacarías. Ahí los chicos avanzaban con sus tareas, jugaban con sus videojuegos de mano, o veían algo de TV. Eso se hizo más cotidiano cuando Rebeca entró a preparatoria al Instituto Pedagógico Anglo Español, o IPAE, que quedaba muy cerca de casa de mis suegros, y que había sido también la escuela en que Delia pasó casi toda su infancia. 

Durante nuestro tiempo en México, pudimos ver más de cerca el espíritu festivo de Marthita, ya que solía decorar la casa por fechas como el Día de la Independencia, en que hacía chiles en nogada, y arreglaba la casa y la mesa para la celebración, con adornos alusivos a la fecha.





También hacía lo mismo para Día de Muertos, en que preparaba una ofrenda muy hermosa, siempre dedicada a "su Viejito"


¡Y qué decir de Navidad y Reyes, para cerrar y abrir el año! 



Pero en contraste con este aspecto festivo, era una persona con un cierto dejo de tristeza, y a veces sus pláticas de sobremesa tenían un tono de nostalgia de acordarse de las señoritas Norzagaray, aunque no se ahorraba alguna anécdota graciosa. Pero su voz pausada, todavía con algo de acento de que el español no era su lengua materna, lamentaba sus achaques, su próxima operación, sus dificultades en esto o lo otro, el que le costaba cada vez más trabajo hacer cosas que, antes, hacía con gusto, como era preparar cosas como mole o capirotada en el anafre

Era espectacular verla palear esa masa densa color café intenso, casi negro, del mole en una olla enorme de barro, que es como debe hacerse el mole, según los que saben de eso. Pero el aroma era delicioso, y al servirla con su pieza de pollo y arroz, era un verdadero deleite al paladar.

Tenía opiniones de política, de la gente que veía en las noticias, y era entretenido conversar de ello en la sobremesa. Ya que veíamos que estaba cansada, ya fuéramos nosotros, o ella misma, se dispensaba para irse a descansar a la sección de abajo de la casa, donde se ubicaron a nuestra llegada, tanto de vacaciones antes, como ahora en esta etapa en México.

Su último año fue particularmente difícil. Estaba ya muy débil y rara vez se levantaba de la cama. Se extrañaron los adornos de Día de Muertos, y después de Navidad. En este últmo festivo, preparamos todo para tener la cena en su sección de la casa, y fue muy grato verla fuera de la cama, vestida sencillamente, cenando con nosotros, su hermano, y familiares que vinieron a visitarla y, tácitamente, a despedirse de ella, ante lo inminente del final.

A pesar de su debilidad, en febrero de 2024 su médico decidió operarla de una tumoración benigna que ya tenía de hacía tiempo, y de la que ya había sido intervenida. Esa afección le perjudicaba el apetito, su presión arterial, y otras molestias que le hacían perder calidad de vida. Los tratamientos para combatir un síntoma u otro cambiaban frecuentemente y, aunque tenía momentos de buen humor, buen apetito y cierta tranquilidad, su estado de salud y de ánimo se iban deterirando con el paso de los días.

Al salir del quirófano, todo parecía que había salido bien, pero tuvo una recaída extrema, y tuvo que ser intervenida de nuevo, Los médicos dieron una expliación de una falla en la primera cirugía. Al salir de ella, era evidente que no habría recuperación.

La vela de su vida fue extinguiéndose hasta que, el 25 de febrero de 2024, se apagó para siempre.

Estuvimos en ese final nosotros, sus hermanos, y la doctora que fue su médico de cabecera por muchos años, y quien vio por sus tratamientos hasta el final, y fue ella la que nos hizo saber que todo había terminado.

Su funeral fue poco concurrido. Sólo unas cuantas personas fueron a presentar sus respetos, por una causa u otra, pero quienes estuvieron presentes fueron amistades sinceras que fueron a dar el último adiós a Marthita.

Hoy resposa en la sala de la casa, cerca del gran cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que ella tanto veneraba, y al que buscaba ponerle siempre flores de las que ella cultivaba en la azotea, o cuando tenía algún arreglo bonito, siempre se lo destinaba. Sigue todavía pendiente el tema del lugar de su último descanso.

Ya sus molestias no son problema, no tiene que preocuparse si se regaron las plantas, o si se lavó el zaguán, si hay que hacer el mole para el 15 de septiembre, o si "El Flaco" ya fue a traer esto o lo otro. Ya descansa y, sin duda, junto con "su Viejito", pero permanece siempre en el recuerdo y las anécdotas que nos harán siempre recordar a Marthita como el ser noble, simpático, agradable, siempre con ánimos de hacer cosas y dar lo mejor de su parte para todo.

Buen descanso, Marthita, acá vemos por "El Flaco", sus plantas y todo lo que nos dejó de legado.

Despedias que son parte de la vida de los que hemos vivido en el exterior.

In memoriam         

Martha Fabián Aquino