20 diciembre, 2015

Otoño

                                                                      Diego A. Bernal
                                                                      "Fall"
                                                                      2006
                                                                      Técnica mixta

Cuando uno vive en el exterior se tiene la oportunidad de pensar y reflexionar de muchas cosas en la vida. Y, como he dicho en varias ocasiones en este mismo espacio, no es que uno no pueda hacerlo en la Patria. De hecho a veces estando en casa es cuando las circunstancias se le ponen a uno enfrente y le pegan en la cara como pastelazos de comedia. Es, simplemente, que el exterior es un medio relativamente estéril, ajeno a las presiones y circunstancias que lo moldean a uno. Es como un campo de laboratorio, libre de contaminación y elementos extraños, que permite que cualquier experimento pueda hacerse sin que sea alterado, adulterado o francamente contaminado.

Pensar en la edad de uno, por ejemplo.

La edad siempre ha sido un tema cáustico para hombres y mujeres, por igual. 

En el caso femenino, el paso del tiempo implica la belleza y la pérdida de ella en favor de las arrugas, la piel flácida y los demás efectos de la gravedad, Mujeres que en su juventud eran seres atractivos y que robaban las miradas de admiradores masculinos por doquier, al paso de los años se convierten en señoras "maduras", con voz rasposa, ojos con "bolsas", piel manchada de pecas, y la figura escultural se deteriora hacia el volumen o hacia los huesos, dependiendo del caso. Y de la estampa de revista de caballeros se convierte en anuncio de Chocolate "Abuelita".

Pero... No olvidemos que hay quienes se aferran a su belleza fugaz, y hacen uso de todos los medios a su alcance de botox, cirugías, liposucción, logrando convertirse en caricaturas grotescas de lo que alguna vez fueron, con sonrisas que parecieran de "rigor mortis" a fuerza de estirar la piel de la cara hasta extremos absurdos. Pero el cuerpo y la naturaleza no conocen ni aceptan esas falsedades y, de una manera u otra, desenmascaran la charada de la piel tersa y la edad que no se aparenta. Manos con arrugas o manchas, cicatrices de cirugías, o intervenciones fallidas que solo generan semblantes que rayan entre la comedia y la tragedia.

Y los hombres no nos quedamos atrás. La vanidad no es prerrogativa exclusiva del género femenino. ¿Se acuerdan de Narciso? El ser mitológico que termina enamorándose de su propia belleza varonil, al punto de morir por estar en perpetua contemplación de ella? Uno busca seguir siendo "carita" (término que usamos en México para describir a los hombres guapos y que roban los suspiros de las chicas a su alrededor) y hace todo a su alcance para lograrlo. Aparte está el factor de la virilidad y de poder demostrar que uno es efectivo en la cama, y eso se logra con chicas jovenes, a veces de la mitad de la edad de uno, pero con sexualidad a todo vapor.Y los hombres se pintan el pelo, van al gimnasio (o "gym" como se el dice ahora para verse más sofisticado por ser anglicismo) y logran conservar figuras atléticas, frecuentan bares y lugares de los más jóvenes, en busca de jovenciatas para seducir y demostrar que siguen siendo "hombres", como en sus tiempos mozos. Al final solo logran hacer el ridículo porque no pueden negar su edad y no pasan de ser "viejos verdes", o la burla de las muchachitas que saben las crisis existenciales de esos vejetes y sacan partido de ellas.

La edad no se detiene. El reloj sigue su marcha, queramos o no.

Habemos (y orgullosamente me incluyo) quienes asumimos la edad que tenemos. No puedo negar mis 24 mayos... Los llevo con toda dignidad.

Bueno... son un poco más de 24... digamos 53 acercándose rápidamente a 54.

Y no niego mi edad. De hecho me encanta presumirla. Y la barba ayuda a reforzar esa imagen de madurez. Hay quienes dicen que si me rasuro me veré más joven, y yo bromeo que si lo hago me pedirán identificación para comprar alcohol y tabaco, Alguien cercano me dijo alguna vez que por qué no me pintaba la barba, ya que ya tenía manchas de canas. Y yo contesté airadamente que ¡jamás! que yo era de esta edad, y estoy feliz con mis canas. Mi trabajo me ha costado tenerlas, y no las voy a ocultar en pintura viscosa para verme más falso que un billete de cartón del juego de Turista o de Monopolio.

Ustedes me acompañaron cuando llegué al 5-0 (y me recuerda una serie policíaca de mi infancia: Hawaii 5-0. ¿Los de mi generación de acuerdan de McGarret?). Lo hice un momento de reflexión sobre el pasado y lo que aspiraba para el futuro... el camino hacia adelante, como era el título del libro de Bill Gates cuando dió a conocer Windows 98. A fines de los 90's.

Lo puedo decir porque me consta... no por haberlo googleado.

Las nuevas generaciones aprovechan cosas que ya dan por sentadas. Como Google. Nosotros todavía íbamos a bibliotecas para obtener información. Nos tocó la transición de la información escrita a la digital. Del libro a la ficha en Wikipedia. Mis hijos no se imaginan la vida sin Internet, como nosotros no imaginamos la vida sin TV. O nuestros padres sin radio. O nuestros abuelos sin electricidad. Y así podríamos seguir la secuencia hasta llegar al principio de los tiempos.

El avance de los tiempos.

Pero hay quienes se revelan a este avance inexorable. El otro día, mientras hacía cola en el banco, antes de salir a Canadá, escuchaba a dos amigas platicar. Desconozco de dónde surgió el tema o el motivo del comentario, pero una de ellas le decía a su amiga: "¡Es que me niego a envejecer!". Debo de decir que, quien dijo esta airada súplica, se veía en sus medios 40's y todavía de "buenos bigotes", como se diría en mis tiempos. Considerando eso, se podría entender ese aferrarse a su juventud. Imagino que se deseaba todavía atractiva, aun cuando estuviera en sus 60's, con la energía y el empuje de una edad menor. Supongo que era de las que se comparan con chicas de menor edad, tal vez en los 30's, con ciertos celos por esa juventud que las dejó atrás.

Sin embargo, lo irónico es ver a hombres y mujeres que, sin artificios ni ornamentos innecesarios, logran envejecer de una manera digna, representando la edad que tienen o, al menos, no disimulan el natural avance de la edad en sus cuerpos. Hombres y mujeres que cambian la belleza por la elegancia, el porte y la distinción o, ¿por qué no decirlo? la hermosura de la madurez. A veces el contemplar el cuerpo de la gente de edad avanzada dice mucho más que el de una reina de belleza, ya que esa visión nos relata una vida con toda suerte de anécdotas, algunas bellas, otras dolorosas, pero todas como piezas del rompecabezas de la existencia.

Es ver como se acerca el otoño de la vida o, como hubiera dicho mi abuelo. el atardecer de nuestro gobierno. La ciencia es saber recibirlo como el natural curso de nuestro paso por este mundo. El tratar de esquivarlo aveces trae terribles consecuencias. Tanto en la salud física, como en la emocional. El caso de la persona que, pensando que aun puede hacer grandes esfuerzos, intenta levantar algo pesado, y sólo descubre que la espalda y los músculos no responden igual que años atrás. O quien despierta del quirófano del cirujano plástico para descubrir un rostro descompuesto por un mal trabajo, y la belleza restante de la edad es ahora una mueca sardónica.

Las estaciones del año avanzan en su ciclo normal, y ese ciclo lleva a nuevas expectativas, diferentes metas para un mayor crecimiento de la persona. Ya no es ganar los 100 metros planos o ser la Flor más Bella del Ejido. Es tal vez aprender una nueva habilidad o retomar un pasatiempo o actividad que tuvo que suspenderse al empezar una familia o al ser absorbido por el trabajo. 

Recuerdo que alguan vez escribí sobre sentirse viejo como algo deprimente. Entonces tenía veintitantos años, y la lejanía de la vejez lo hacía ver como el darse por vencido. Con el doble de edad y una mayor experiencia, veo ahora el envejecer como algo natural, entendible, hasta cierto punto necesario. Es el curso normal de la vida. Es un destino al que todos llegamos, o al menos estamos dirigidos a llegar. Unos lo logran, otros se quedan en el camino. Nadie puede esquivar esa ruta, se puede alargar la llegada con una vida sana, feliz, que hace que uno crezca en edad pero que uno se conserve bien. A veces el que uno reciba un comentario así de otros puede ser un halago o un acto de buenos modales. Independientemente de lo bien que uno esté, uno se sienta o uno se vea, la edad sigue su curso. A esta edad, a la que tengo hoy, el porvenir sigue siendo interesante, prometedor, incluso un nuevo horizonte que estoy gustoso de alcanzar.

Reflexiones del último día de otoño, estando en el exterior.