07 abril, 2012

La primera Navidad

Cuando uno vive en el exterior, uno lleva consigo sus tradiciones, sus leyendas, sus mitos, sus fantasmas... todo lo que nos hace seres humanos.

Al dejar la tierra de uno, además de los muebles, la ropa, los documentos, uno carga con recuerdos, fotos, imágenes, en fin, toda suerte de objetos que nos conectan con nuestro pasado, nuestras raíces, nos mantienen conectados con aquello de donde provenimos.

Una de esas tradiciones es la manera en que celebramos la Navidad.

Esta fecha es una de las que se consideran familiares por excelencia. Todos detenemos nuestra rutina, nuestras agendas, actividades, compromisos, nuestro ajetreo de todos los días, y nos reunimos con nuestra familia para cenar y desearnos todos "Feliz Navidad". Para algunos es una fecha de compromiso, de cumplir con el ritual de ir a casa de mamá o o de la Tía Fulana, porque es la "tradición de la familia". Es de ese tipo de invitaciones en las que uno no puede decir "¡caray!, tengo una junta, lo siento pero no los puedo acompañar, ¿que les parece si la pasamos para la próxima semana?". El no ir implica ostracismo y el despecho de la familia entera.

Claro. Uno tiene causas justificadas... como vivir fuera del país.

Así nos pasaba. Recién casados, nos tocaba a mi esposa y a mí el ser anfitriones de la cena de Navidad y reuninos las tres familias en nuestra casa para este recién creado ritual. Antes eran mis padres, mi hermano y yo en nuestra casa. Delia y sus padres en la suya. Claro, no nos conocíamos... eran otros tiempos...

Cuando nos tocó salir para China, la tradición sufrió cambios radicales. Ya las familias de mis padres y mis suegros no se juntaron. Luego falleció mi suegra y después mi padre. La edad no deja de avanzar y luego mi suegro ya no salía mucho y mi madre no salía mucho de noche... en fin, toda suerte de causas para que esa práctica quedara suspendida.

Por nuestra parte, nosotros empezamos la nuestra. En China, nuestra primera Navidad fue en el Studio Apartment a donde recién nos acabábamos de mudar, pero fuimos solo Delia y yo, todavía no conocíamos a mucha gente, y los pocos conocidos, o habían salido de vacaciones, o ya tenían otros planes. Con el paso del tiempo nos presentaron a más personas y entonces era ir a las recepciones de Christmas de los grupos de Expatriados o si alguien de nuestras amistades organizaba algo. Pero siempre el 24 de diciembre era una fecha en que era sólo la familia y nadie más. Y era lindo estar los dos juntos y cenar algo. Excepcionalmente nos juntábamos con alguien y celebrábamos juntos, pero al final quedábamos nosotros dos. Sin embargo, no dejamos de adornar nuestra casa y tener un lindo árbol de Navidad, que nos acompañó toda la estancia en Shanghai y al principio de California.

Con la llegada de los niños, la noche antes de Navidad tomó el matiz de ser de los niños. Santa Claus y los Reyes Magos hicieron su aparición, así como las cajas de juguetes, y unas astas de reno de terciopelo rojo en una diadema verde, que adornaron las cabezas de nuestros pequeñitos en la primera Navidad que tuvimos los 4 juntos y que conservamos hasta el día de hoy. Desde entonces, las Navidades fueron de cena, árbol, adornos, cartas a Santa y los Reyes, la foto con el Santa del Centro Comercial (o "Mall" para los más puristas). Cosas que se volvieron tradiciones de nuestro propio legajo, y que nos han acompañado hasta ahora, con las transformaciones que se dan con la edad de los chicos, ahora ya no tan chicos. Ya la foto del Santa no se ve tan interesante y el regalo para pedir a Santa o a los Reyes ya no es tanto una Barbi o un Max Steel, mas bien son Legos de los Piratas del Caribe o un Diario para compartir con la mejor amiga que se quedó en Albuquerque.

Con las mudanzas, van los adornos, las fotos de Mall, los recuerdos, las anécdotas, el nuevo equipaje de tradiciones que se integra a nuestro menaje de casa.

Ahora que hemos regresado al punto de inicio, las tradiciones originales también han cambiado. Si bien fuimos nuevamente los anfitriones de las familias Bernal Acero y Cabrera Murúa, ya nada era igual. Las ausencias se notaron, pero no se mencionaron. Fue reunirnos como en los viejos tiempos, pero todos eramos ciertamente más viejos que hace 17 años. Ya mi suegro casi no camina y mi madre tiene que abrigarse más para que no le afecte el frío. Yo ya peino algunas canas, Delia tiene algunos añitos más y hay dos niños, casi adolescentes, que no estaban en esas cenas de 1992 y 1993.

Y cuando nos toque regresar al exterior, ciertamente las cosas serán todavía más diferentes. No sabemos qué nos depare el futuro, ni cuando tengamos que emprender nuevamente el vuelo, pero lo que sí es un hecho es que nuestra carga de herencias y tradiciones será todavía mayor. La ventaja es que no nos cobran exceso de peso por llevarla (las fotos digitales, aunque sean miles, caben en una memoria USB o en un DVD o en un disco duro. Las fotos en papel y los negativos en película, eventualmente, los habremos de digitalizar y ocuparán menos espacio que ahora). Pero se verá acrecentada con lo que vivamos estos años que pasemos en nuestro lugar de origen.

Y nuevamente tendremos una primera Navidad, en algún lugar de este planeta, en la que empezaremos una nueva serie de tradiciones y crearemos nuevos recuerdos y experiencias que harán más rica nuestra vida desde el exterior.

1 comentario:

Pilar Agudo dijo...

Amigo Alberto, tus reflexiones siempre van cargadas de cariño y hermosas palabras de amor hacia tu familia. Consigues enternecer a quien te lee. Gracias por compartir. Un beso