26 diciembre, 2014

Una nueva Navidad

Cuando uno vive en el exterior se viven grandes transformaciones. Al empezar el camino, se va como un principiante en las rutas y veredas del mundo y del Servicio Exterior. Con el paso del tiempo se logra crecer en la piel y la experiencia, dejando atrás al novato que inició la jornada hace años.

Y esa transformación se extiende, igualmente, a todo lo que es parte de uno: desde la ropa hasta los hábitos y las costumbres. Y también las tradiciones.

Como la Navidad.

Recordarán que hace un par de años conversábamos sobre lo que era la Navidad y los cambios que había sufrido en los años desde antes de casarme, durante mi matrimonio y después de tomar camino en la carrera. Pues bien, esas transformaciones siguen, y en el último año, como han de saber los que me acompañan en esta conversación llamada "blog", ha tenido cambios profundos que hacen que este periodo lo comente en particular.

En estos días, el 27 de diciembre en particular, será el primer año desde que mi madre emprendió su camino a la Eternidad. Este tiempo ha sido de ausencia, pero no dolorosa, y no es por falta de amor a mi madre. Como alguna vez lo dije, este regreso a la Patria estaba, de alguna manera, puesto en el camino para despedir a nuestros ancestros, tanto de Delia, como míos. En ambos casos, este desenlace se consumó, cerrando nuestros círculos y dejándonos listos para un nuevo recorrido en el exterior, sin el pendiente de la salud o el bienestar de nuestros mayores. Ellos ya descansan el sueño de los Justos.

Quedamos nosotros. Y nuestra Navidad.

Si bien la celebración del año pasado fue la primera en que no estuvimos las familias juntas, ésta fue la primera en que los padres ya no estaban con nosotros. Fue fuera de casa, en Morelos, y fuimos sólo los cuatro: Delia, los chicos y yo, en una noche fría, lluviosa y tranquila. Mas no por eso fue motivo para que no fuese una velada feliz y en familia.

Un anticipo del futuro, cuando ya nos toque estar de nueva cuenta en el camino.

Mas no hay tristeza en el recuerdo. Nostalgia sí, añoranza sí, pero no hay sabor amargo en la boca. Es el curso normal de la vida, alegría por los que estamos, una sonrisa por los que ya no están.

Es pensar que cada Navidad tal vez sea la última. Mas no por eso debemos entregarnos a la tristeza o a la desesperación. Todo lo contrario, es disfrutar la fecha con los seres queridos, sean quienes sean, no importando en donde estemos. Navidad es alegría, más allá de la cena o los regalos. Es el momento que hemos destinado para dejar a una lado las diferencias, los enojos. Hacer una pausa en el camino de la ira y el resentimiento para albergar un deseo de paz y armonía. Más que lamentar a los que dejamos atrás, es dedicar un pensamiento hermoso por todos aquellos que han pasado por nuestra vida y que nos han dejado un recuerdo lindo, un momento de alegría, o tal vez un sentimiento profundo como el amor o la esperanza. Para los que siguen con nosotros, el propósito de que sigan con nosotros y procurarlos para que el contacto no se extinga. Para los que ya no están,  el dulce sabor de la nostalgia y el recuerdo, una mirada al cielo estrellado o las nubes y enviarles, a donde quiera que estén, un mensaje silencioso de gratitud por haber estado con nosotros y el sincero deseo de paz en donde quiera que estén.

El 27 de diciembre se oficiará una misa en la que se pedirá por el descanso de mi madre. Es un pequeño homenaje a su memoria y al amor que repartió con creces entre los que la conocimos.

Para otros que ya no están en nuestras vidas, de manera real o virtual, se tendrá una deferencia, un recuerdo amable.

Y así seguirá transformándose cada vez nuestra visión de la Navidad, como una celebración de la vida: de quienes todavía la tenemos, de quienes amamos y ya no la tienen como la entendemos, de quienes alguna vez formaron parte de la nuestra pero la vida misma hizo que su camino se separara del nuestro...

Del ayer, del hoy y del porvenir.

La evolución de los que vivimos en el exterior.



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