16 mayo, 2017

Rituales de transición

Cuando uno vive en el exterior, la vida no deja de seguir su curso. El lugar no detiene el tiempo. A veces nos hace más conscientes de su devenir o, al menos, nos ayuda a que no se nos olvide que el corazón sigue latiendo, que el sol sigue saliendo por las mañanas, y que el atardecer seguirá en el horizonte al final de cada día.

El paso de los años desde que ingresé al Servicio Exterior se ha ido mostrando en detalles de todos tipos: un poco más de cintura en uno, lo que hace que las tallas del pantalón tengan que crecer, so riesgo de que estemos entamalados en la ropa; las consabidas canitas que empiezan a platear la sien, como cantaba Gardel (¡y cada año canta mejor!); el que la música en volumen alto se empieza a sentir como ruido estridente, y así podría seguirme con esa lista de cosas que nos muestran que nos alejamos más de la juventud y nos acercamos más a la madurez.

El haber cumplido 25 años en el oficio ha sido un parteaguas, como dicen los políticos y los historiadores. Es el reconocimiento de la trayectoria que hemos logrado en este tiempo de servir fuera de la tierra de uno, y un rato de regreso, para volver a partir, como antes (y va de nuevo Gardel). Tiene un símbolo visible, que fue una medalla y un diploma firmado por la entonces Canciller:


Esperé esta condecoración por muchos años, y tenía la esperanza de que pudiera recibirla en una ceremonia en la Cancillería. La geopolítica se atravezó en la ruta y terminé abriendo un paquete en la valija diplomática en mi escritorio para poder tener el estuche y el diploma en mis manos. Ni modo. Así pasa cuando sucede, como dice Delia.

Son los rituales cuando uno se acerca al atardecer de su gobierno, como decía mi abuelo.

Pero hay otros que vienen del otro lado de la línea. Esos que se dan al inicio de la vida, cuando la persona empieza a dejar atrás la infancia y comienza a asomarse al mundo de la adolescencia, como antesala de la vida adulta.

En muchos de nosotros se manifiestan en momentos como el primer cigarrillo a escondidas en el baño de la escuela, o cuando se empieza a dibujar una sombra oscura en el rostro de los muchachos y que anticipa una barba o un bigote, símbolos de ser ya una persona mayor. Es también el empezar a usar prendas que no se tenían antes, como el sostén en las chicas. También en nuestra afectividad, como el descubrir el atractivo de las chicas o los chicos, el tomar a alguien de la mano y sentir un leve escalofrío de emoción, lo sublime de un primer beso, o la intensidad del sexo por vez primera.

Cada quien tiene su propia versión de esos rituales de transición, o en inglés "passage rituals".

También me toca ser testigo de esos rituales de transición. Y muy de cerca. 

Mis chicos se alejan de la infancia cada día. Rebeca ya llegó a la mayoría de edad que establece la ley, y Diego se acerca rápidamente a esa etapa. Cada uno está teniendo sus propias experiencias en esa transformación de vida.

En el caso de Rebeca ha sido en varios movimientos. El primero fue el que viajara por primera vez sola, es decir, sin nadie de la familia con ella; a un lugar desconocido y con gente que acababa de conocer, o que había visto antes, pero con quienes tenía un mínimo de contacto.

Resulta ser que la escuela de Reba promocionó un viaje a Europa para cuando estuviera en el último semestre de preparatoria, o High School como acá le dicen. La ventaja es que se pagaba en cómodas mensualidades, por cerca de año y medio, Por supuesto que tomamos la oferta y gustosamente pagamos (o nos cargaban a la tarjeta, que es lo mismo) lo del viaje. Al final, quedó listo el pago, luego fue renovar pasaporte, visas de Canadá y Estados Unidos (su vuelo saldría desde Michigan), equipaje, dinero que llevar para el viaje (ya saben: regalitos, antojitos, y todo lo que pudiera ofrecerse en el trayecto), una maleta adecuada, ropa cómoda y a la vez linda, en fin...

Llegó la fecha, fue dejarla temprano en la mañana en la escuela, para unirse al grupo de viaje. Escuchar las recomendaciones de los chaperones y coordinadores de contingente. Y llegó el momento de decir "¡te esperamos de regreso! ¡Cuídate! ¡Toma muchas fotos! ¡Diviértete! ¡Te queremos!", tratando de no usar el "adiós". Total, después de los abrazos y demás, abordaron un autobús que los llevaría al aeropuerto, y de ahí a cruzar el Atlántico.

A pesar de la tecnología, no hubo mucha comunicación. Así que, cuando llegó el día del regreso, fue ir ansiosos a recibirla en la escuela, el mismo punto de su partida. Al vernos, corrió a nuestros brazos y, en un mar de llanto, nos dijo lo mucho que nos había extrañado, lo mucho que había pensado en nosotros y su alegría de estar finalmente en casa. Ya más calmada, ahora sí en casa, fue empezar a platicar de las incidencias del viaje, de sus acompañantes, de los lugares que había visitado, y ahí la charla ya fue más animada, haciendo broma de las actitudes de otras de las chicas y chicos del grupo, o de algún momento del recorrido. Y todo regresó a la normalidad del muégano de familia que hemos formado.

El segundo momento no fue tan traumático. Al menos no para Rebeca, sino mas bien para los papás, léase Delia y yo.

Desde antes de su cumpleaños, Rebeca había dicho que quería un tatuaje, pero sin especificar qué figura había escogido. Cuando empezamos a hablar del asunto, lo tomábamos medio a broma y le decíamos que, cuando cumpliera los 18, entonces podríamos ver el asunto.

El tiempo siguió su ruta y, cuando menos nos dimos cuenta, ya Reba estaba apagando las velas de su mayoría de edad. Y lo hizo con decoración que era muy de su gusto:


Tal vez como preludio a lo que vendría unos pocos días después...

De hecho empezó el mismo día de su cumpleaños. Nosotros honramos nuestro compromiso, y fuimos a una casa de tatuaje que nos dio buena impresión. Platicacmos sobre la idea de Reba para su tatuaje: el logotipo de los Autobots, el tema de su mesa de cumpleaños. Y su deseo no era de ese preciso momento. Le tomó franco cariño a los Transformers desde hace mucho tiempo. Vió bastantes episodios de una de las series recientes, pero pudo ver historietas, o cómics como ahora se les conoce, de los tiempos en que surgieron los Transformers, alrededor de mis 18 años. Conforme iba conociendo más de los robots en disfraz, más crecía su pasión por ellos.

Precisamente pensado en que eran personajes de los 80's del Siglo XX, imaginamos Delia y yo que no tendrían mucha idea del tema. Cual fue nuestra sorpresa cuando el muchacho del mostrador nos dijo que, a su espalda, estaba un verdadero experto en la materia, y se volteó un hombre alrededor de sus 30's, robusto, de mediana estatura, y se levantó la manga de su camisa para mostrar un muy elaborado tatuaje de los personajes de ese programa. Delia abrió unos ojos de plato y empezó a decir en un susurro "¡omaigodomaigodomaigod!".

La idea de Reba no era algo tan sofisticado, pero cuando vió esa obra de arte en tinta, su emoción fue hasta el techo. Desgraciadamente, el artista ya iba de salida, pero se programó la cita para unos días después, justo al regreso del viaje de fin de año y de preparatoria. Al final fue, aparte de tener el tatuaje, una manera de subirle más el ánimo después de la experiencia del paseo por Europa.

Y el resultado, en mi opinión, fue sobresaliente:


Sin duda, Optimus Prime, líder de los Autobots, estaría más que satisfecho.

Y Rebeca lo porta con orgullo y alegría, preparando el camino hacia su carrera, cualquiera que sea, y a empezar a transitar el camino hacia ser un adulto.

Estas experiencias, pienso yo, forjan de una manera u otra el espíritu de Rebeca, y le darán elementos para comenzar ese pasaje. Sus rituales de transición siguen. Estoy seguro que, en su interior, ella sigue buscando el derrotero de su destino. Delia y yo, como sus padres y por el inmenso amor que le profesamos, estaremos a su lado para guiarla y acompañarla, hasta donde ella lo necesite. Después, ya será ella sola.

Luego será el turno de Diego, quien tendrá sus propios rituales, sus propias experiencias, sus propios aprendizajes. Y ya nos tocará acompañarlo en esa transición.

El privilegio de vivir el declive de la madurez propia, junto con el ascenso de la juventud.

La maravilla del tránsito de la vida frente a nuestros ojos, esta viviencia que nos toca ver desde el exterior.

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